sábado, 30 de octubre de 2010

DIAS EN LOS QUE BROTAN LOS SUSPIROS.

En Benínar se le dedicaba tres días a los muertos que se dividía, el primero a todos los santos, segundo a los difuntos y el tercero a los finados. Nunca encontré la diferencia entre finado y difunto a pesar que todos los años se lo preguntaba a mi abuela Mamanoma. La contestación la sabía de memoria:
- Día uno, de todos los santos. Día dos, el de los difuntos. El tres, de los finados.
¿Lo tienes claro?. ¡Venga, camina que ya está en la puerta mi prima!.

Me negaba a entrar en la discusión con ella sobre el afecto, roce, amistad, etc., conceptos fundamentales para sentir la pérdida de un ser querido, de los que uno se acuerda en sus oraciones, de los que no pasa un día que cualquier detalle hace que llegue su imagen a la memoria, no importa el año en que murieron. La de manchas que dejaron en la memoria o marcas en todo lo que nos rodea o lo que escuchamos, y, sobre todo, a los beniner@s, en el 2010, que el setenta por ciento de nuestros antepasados además de enterrados están bajo el agua, puesto qué así, lo decidió el progreso.

Lo cierto, es que mi abuela salía de la casa cuando su prima Gaicos, le tocaba en la puerta, cogidas del brazo recogían a Barbarica y a María la Pabila, camino para la iglesia y las cuatro eran de las primeras en llegar para coger sitio puesto que esos tres días el aforo estaba hasta la bandera.

Nunca olía la iglesia tan fuerte a alcanfor. La mayoría de los mantones de casi todas las mujeres habían estado en el baúl de la casa, en el tiempo de las calores y en los terraos de Benínar aún no existían ni cuerdas para tendedero ni palillos de la ropa para poder airearlos. (Creo que mi abuela no llegó a conocer aquel invento de dos trozos de madera y un muelle). Como ninguna tenía ni palillos ni cuerda para tender, todas actuaban de la misma forma. Como todos los mantones olían lo mismo, y todas los llevaban puestos, nadie tenía autoridad para mirar por encima del hombro a la vecina de al lado para decir: “Retírate que apestas”.

En aquellos tres días tocaba oler a alcanfor, mientras se rezaba o se daba una cabezadita. Cuando se está todo el día de un lado para otro, el día entero de bulla, el trajín del las personas del campo, habiéndose levantado clareando el día y por primera vez se sentaban en una silla, el susurro del cura de espaldas al público, diciendo la misa en latín y el calorcillo del mantón de lana de ovejas alpujarreñas, l@s que estaban cansad@s de trabajar todo el día, aquel ambiente (de calorcillo y silencio) se prestaba a tener la mente en otro sitio o descabezar el sueño.

Días en que había que blanquear el nicho, pasarle el mancaje al lomo de tierra que señalaba donde estaba el muerto enterrado en tierra (lo de las flores en ese día es todo una modernidad) que cada familia tenía y por las noches comer boniatos, época en que se cosechaban y los que habían estado en Murtas, en Ugíjar o en Berja alguna que otra castaña.

Como las noches se han ido alargando y ya aparecía nieve en la sierra, había que vestir la mesa camilla con el paño y el tapete bordado y almidonado por la abuela y
poner el brasero a punto.

Aquellos tiempos en que mi abuela y sus vecinas asistían a misa, era cuando empezaban a aparecer las primeras cabrillas (las venas de los pies muy marcadas de color rojo) empezando por los tobillos y Dios sabe hasta dónde quedaban marcadas por las horas de brasero y por supuesto tiempo en que la mujer beninera tenían que posturarse: Cabrillas o pasar frío. No estaba bien visto (un término medio) que las alpujarreñas se pusiese unos pantalones.

Encender una mariposa en memoria de los familiares ausentes, en asistir los tres días a misa, cenar boniatos (la madre, la administradora, al ver devorarlos con agonía decía: Aunque la pila es grade antes se acaban). Comenzar a sentarse en la mesa camilla con el brasero. En eso consistía la celebración de los tres días dedicados al recuerdo de los fallecidos. Puede que las benineras suspirasen mucho más de lo normal.

¡Bueno!. Puede que algún año proyectasen en la posada de arriba la película: La hija de Juan Simón protagonizada por Antonio Molina, donde todas las mujeres (¿fáciles en lágrimas?), salían llorando y los hombres, demostrar que eran hombres y que de sus ojos no había salido ninguna lágrima, salían de la sala de proyección. Por supuesto que contaban los llorones que en todo aquel trozo de calle estaba iluminada con tan solo una bombilla de cuarenta, (con unas pérdidas por caída de tensión, de tres pares de, …, que más iluminaba un candil) que colocada en la esquina de la casa de Facundo y por ello camuflar el estado de los ojos no era complicado. Con la silla al hombro después de haber visto la película, cada mochuelo a su olivo, que con lo visto en aquella noche había para más de una semana de chismorreo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuentas tantas cosas en tan poco tiempo...se asimilan bién porque no nos son extrañas; mas bién entrañables, vividas, observadas, olidas...Hay tanto por contar de una época, de un Pueblo y de unas Gentes que ya no volverán!!!

Saludos,también para Santi

paco maldonado dijo...

Las gentes son las mismas, con las mismas manías, los mismos andares e incluso las mismas dolencias. Mejoradas por supuesto. Ahora no tenemos sabañones en las orejas como los que nos salían cogiendo aceituna.
Fíjate, si eres beniner@ en los que te rodean.
Mi hija la sigo observando sin tiempo ni medida desde que estaba en la cuna. Ahora cuando come, se ríe, anda, etc. Para mí es Mamanona. Bueno; no en el cien por cien, pero lo suficiente, para que al contemplarla me arranque una prolongada sonrisa, como me la arrancaba mi abuela.
Es el escenario el que se ha transformado, lo hemos mejorado por completo.
En Benínar se decía:
"Los hijos de los gatos cazan ratones".
Gracias por los saludos.