El primero es que aquella mujer nunca tomaba decisiones a la ligera, pero cuando las tomaba lo hacía con todas sus consecuencias. Su vida fue un eterno equilibrio, que de vez en cuando, apareciese una recompensa como consecuencia de su comportamiento, (comportamiento transmitido de generación a generación) en aquellos tiempos marcaban dos normas, una buena esposa y segundo madre ejemplar. Que su marido e hijos reconociesen lo buena que estaba cada vez que la comida se colocaba encima de la mesa, la ropa y casa limpia, la otra recompensa era, el estar siempre “al pie del cañón” toda la familia cada vez que aparecía algún problema. ¿En qué momento tomo la decisión del hábito por algo referente a algún miembro de su familia?.
En segundo lugar aquella mujer no era de misa diaria ni tan siquiera acudía a la iglesia en las fiesta de guardar, ni vivía obsesionada con sus creencias religiosas, ni coincidió que llegasen a nuestro pueblo Benínar unos frailes carmelitas con argumentos de convencer a aquellos alpujarreños de los beneficios del hábito. Es más, los pocos curas que ella conoció se quitaron definitivamente la sotana y ella continuó con su hábito e incluso se le enterró con él. ¿Qué información llegó hasta ella para que tomase la decisión del hábito?.
Hoy es difícil encontrar a cualquiera de sus hijos y mucho menos a sus nietos (habría que meter también a todos los benineros, sus conocidos y sus descendientes) que al abrir su armario personal nos encontrásemos tan solo con la ropa interior y con tres vestidos marrones (uno de ellos por estrenar) y los otros dos para la vida diaria y así pasarse la mitad de su vida vestida con el hábito de la Virgen del Carmen.