miércoles, 19 de octubre de 2011

LA FARMACIA DE BENÍNAR (IV)


En estos tiempos en que nuestros retoños deciden su profesión, que carrera estudiar o que especialización en FP, en función a no sé qué criterios, (nunca los entendí a pesar de considerarme un profesional en la enseñanza) en mis tiempos solo había sota, caballo y rey y ahora tienen toda la baraja para elegir, la llamada VOCACIÓN, en la actualidad no sé qué porcentaje nos podemos encontrar, que estudien lo que les gusta y sirvan para ello y lo más importante que una vez estudiado ejerzan durante toda la vida profesional.

Dejo el tema de las vocaciones, ya que me voy a enfrascar, mejor dicho me voy a meter en un barrizal (como se decía en Benínar) y me centro en la farmacia que regentaba en el pueblo la Niña Carlota, aunque también podía analizar la farmacia de doña Soledad en Berja. Comparando las dos, para explicarle a los beninerillos el caos, el desorden, solo había que llevarlos a que visitasen las dos farmacias.

La de la Niña Carlota, la primera farmacia que nace en Benínar, (ni en Darrical, Locainena, Turón y Murtas existían), la crea cuando llega al pueblo el médico don Emilio Durán Mediavilla (médico que llega al pueblo desterrado procedente de Extremadura, según dijeron las malas lenguas para depurar responsabilidades de la Guerra Civil), nombrando como titular de farmacia a nuestra paisana.

Aunque la farmacia de Benínar la estoy colocando dentro de los negocios del pueblo, realmente su titular durante todo el tiempo que funcionó, cumplía todos los requisitos de lo que decía el refrán: “Era el sastre el campillo que ponía gratis el trabajo y el hilo”.

Grandes retos a los que tenía que enfrentarse el médico y su auxiliar. Ni punto de comparación con lo que ocurría en Murtas y en Turón, puesto que Benínar tenía casi todo el año agua en abundancia por la que pasaba por el río, mientras que los pueblos mencionados, el agua para la higiene de la población había que transportarla de las fuentes. El jabón escaseaba en muchas casas puesto que el aceite que formaba parte para su elaboración, dicho elemento en muchas familias faltaba incluso como alimento. En la farmacia no existían aún productos que paliasen el olor corporal, para la eliminación de la caspa y aún no habían llegado los cepillos de dientes. El médico aconsejaba la eliminación del velo para que el pelo al menos se airease y se lavase, los sobaquillos, los callos, pero sobre todo la boca.

En muchas ocasiones si el caso era urgente, la Niña Carlota aparejaba su mulo y acudía a la farmacia de doña Soledad en Berja y como siempre retiraba los medicamentos, los dejaba fiados a expensas que la farmacéutica de nuestro pueblo las pudiese cobrar.

Aquel negocio jamás fue rentable y en este caso nuestra farmacéutica era por supuesto vocacional. Toda la población tan solo disponía de una sola jeringa y una sola aguja que en un cacharrillo cuando apremiaba la necesidad, se metían dentro, se le añadía un chorrito de alcohol, se le metía fuego y ya estaba esterilizada para ser usada otra vez. Menos mal que se disponía de dicho invento (lo del cacharrillo), puesto que encender el fuego de leña, poner el cazo en la candela y esperar que hirviese el agua, se hubiese perdido un tiempo vital para el efecto de la inyección.

El invento de la UNIDOSIS, que tanto se habla de ella últimamente, La Niña Carlota tenía en su farmacia los medicamentos y cuando les tocaba a cada enfermo allí se desplazaba la farmacéutica hasta la casa del enfermo ya fuesen las tres de la tarde como las tres de la madrugada. Servicio de guardia las veinticuatro horas los trescientos sesenta y cinco días del año.

Don Emilio y la Niña Carlota durante dos décadas a pie de obra enseñaron a los beninerill@s el significado de la palabra VOCACIÓN, puesto que ambos profesionales, jamás se jubilaron o tuvieron pensión por ejercer su profesión toda su vida laboral.

Con aquella demostración de aquellos dos profesionales, los más admirados por todos los vecinos, llegó la época en que todos los beninerill@s pudieron estudiar, ninguno de ellos argumentó que su vocación era estudiar enfermería, farmacia, ni medicina.



domingo, 16 de octubre de 2011

LA FERIA DE LOS ALPUJARREÑOS (III).


El 12 de octubre, para los alpujarreños la Feria de Ugijar, en honor a la Virgen del Martirio, en esta ocasión, es Frasquito Rodríguez Romera (me unen a él todos los vínculos de afecto y cariño) el que me acompaña. Mi madre nos había dado quinientas pesetas para comprar una albarda nueva para la burra y en cierta medida no era lo mismo visitar la feria un beninero que va sin dinero (sin una peseta en los bolsillos) que nosotros con aquel capital. Nos detenemos, en la puerta de un talabartero, en la capital de La Alpujarra. Ante nuestros ojos aparece uno de los oficios que seguro fueron motivos más que suficientes para que los moriscos que tuviesen dicha especialidad bajo ningún concepto fuesen expulsados cuando dejaron sin moriscos La Alpujarra.

Romera se pone delante de mí y me dice:

- ¿Te cuanto la historia de este talabartero?.

Verás: Cuando en Berja, el alcalde y el cura estaban decidiendo los moriscos que tenían que ser expulsados, llegó un momento en que el alcalde se dio cuenta que se quedaban sin la mayoría de los oficios propios que necesitaban en el pueblo.

Es cuando el alcalde le dice al cura:

- Aunque nos han dado órdenes de expulsarlos a todos, el pueblo no se puede quedar sin herrero, talabartero, taxidermista, médico, boticario, posadero, todos los relacionados con el mantenimiento y construcción de viviendas; todos aquellos oficios trasmitidos de padres a hijos, que los nuevos repobladores seguro no sabrán.

¿Por Dios y por la Virgen, nos vamos a quedar sin talabartero?.

A lo que el cura contestaría:

- Está bien yo les bautizo y Ud., le da sus apellidos cristianos.

En el taller, la viejas máquinas Singer, industriales, eléctricas y a pedal, ocupan un lugar especial. Algunas cosen con dos agujas a la vez, otras se usan para dibujar con hilo en el cuero. En las paredes cuelgan herramientas de todo tipo y tamaño. Dos amplias mesas sirven para trabajar cómodamente. Cajas completas con hierros de dibujo, para marcar el cuero. Cajas completas con hierros de dibujo, con diferentes diseños, sacabocados, leznas y medias lunas. De aquel lugar salieron todas las jáquimas y las cinchas que tenían todos los animales de carga y casi todas las pequeñas jáquimas que tenían las cabras caseras; las correas de infinidad de cencerros de las manadas de cabras y ovejas.

Nunca había visto tantas y tan variadas, colgadas de la pared; las cinchas, las jáquimas, los ataharres. Las dos piezas últimas adornadas con pelos de jabalí o de algún animal salvaje. Quedé prendado de una jáquima para mi burra tía trina, pero mi tutor en aquella ocasión me dijo: Dicha jáquima con tanto adorno de pelos y remaches era propia para un caballo, para una yegua, pero nunca para una burra.

- ¿Cuál es la razón si tenemos dinero?.

- Los caballos son los señoricos, los cortijeros. Los burros son los jornaleros. ¿Has visto alguna vez a un estripaterrones con traje?.

Poco a poco supo sacarme aquella idea de la cabeza de la compra de la jáquima, explicándome aquel oficio que no se conocía en Benínar, pero sobre todo que situase en mi cabeza el escalafón social que en La Alpujarra tenían los burros, los mulos y los caballos. .

- ¿Sabes la razón de no tener talabartero en el pueblo?. Porque no tenemos vacas. ¿De dónde se puede sacar la piel?. Tampoco tenemos peletero que es el que se encarga de preparar la piel de la vaca para convertirla en tira.

¿Tú has visto alguna vez en Benínar a una zorra, a una perdiz, a un hurón disecado?: Porque no tenemos taxidermista.

Venga. Antes que nos vean el billete de quinientas pesetas el de las albardas, tenemos que cambiarlas para el recateo.

- ¿Cómo se llama el que construye las albardas?. Le pregunto.

- Albardero. Cualquiera que sepa hacer pleita y sepa doblar varas de adelfa.

A cada animal se le coloca lo que le corresponde.

Como ocurrió cuando llegó al pueblo el médico don Emilio que a la burra de Antonio Cabras, le puso la montura de caballo, que la gente decían cuando se cruzaban: Como a un santo dos pistolas. Una montura a una burra. / Como a un santo dos pistolas / que todo un caballero / en una burra se suba.

A lo lejos vemos a unos titiriteros y cuando nos acercamos me dice Romera:

- Niño no preguntes más que todo no se aprende en una sola visita a la Feria de Ugijar.

jueves, 6 de octubre de 2011

ALGO MÁS QUE UNA HERRERÍA. (II).


A la entrada del pueblo en la carretera Turón a Berja, la familia de los Blancos tenían el negocio más rentable de Benínar. Comparando con algún negocio actual, era como la gasolinera que poco tiempo después (sería sobre comienzos de los sesenta) montaría en Berja la familia de los Molinas. No existía competencia alguna.

El dueño de la herrería había vuelto de Cuba y con el dinero que trajo montó dicho negocio, en aquellos tiempos rentable puesto que los medios de transporte se realizaban a lomos de las bestias. De madrugada hasta el anochecer el hijo y el padre calzaban a los mulos, a los burros y a los escasos caballos (pertenecientes a los señoritos de los cortijos), que pasaban de los cortijos de Turón y Murtas a Berja.

Apareció la palabra “señoricos de los cortijos" (personajes desaparecidos por completo), que en aquellos tiempos se podía calificar como especie aparte, interesante para escribir sobre ellos. Continúo con el tema beninero.

La inversión para dicho negocio fue comprar unas tenazas, para cortar los callos, un martillo, un yunque para adaptar la herradura al casco, una lima para lograr la terminación perfecta entre el casco y herraduras de todas las medidas y tres cajas de clavos de cabeza específica, que encajaba perfectamente en las seis u ocho hendiduras que tenía la herradura.

El herrero por escuchar y ver todas las enfermedades que podían tener los animales de carga, también desempeñaba la labor de veterinario dando remedios caseros, recordando en especial que para el resfriado de dichos animales, dentro de un higo se le metía un trozo de camisa de serpiente. El azufre se aplicaba como desinfectante en todas las heridas y sobaduras. Nadie como el herrero para denegar o atestiguar la edad de los animales de carga, con solo abrirle la boca al animal.

No fue mal negocio, hasta que Paco el de Ramón compra un motocarro en Granada, para dedicarlo al transporte de mercancías, (producciones agrícolas), desde Benínar a los pueblos cercanos, llegando incluso a vender el queso que compraba en El Ejido hasta Guadiz. Del motocarro se pasó a la furgoneta, eliminando de los caminos a los arrieros en menos de dos décadas.

Aquel negocio estaba situado en una de las arterias de comunicación de los pueblos alpujarreños. Para llegar de Ugijar, (por aquel tiempo la capital de La Alpujarra) con Adra (el puerto de mar de la zona) casi justo en el centro estaba situada aquella herrería. Lo que se producía en el pueblo de Murtas y en sus cortijos, el vino, aceite, higos pero sobre todo almendras, tenían que pasar por la puerta de la herrería.

Benínar en aquellos tiempos tenía en funcionamiento cuatro molinos de harina que dos de ellos funcionaban todo el año y por ello el trasiego de convertir en harina todo el trigo que se producía en todo el Cerrajón de Murtas y en parte de la Contraviesa, gran parte de dicha transformación se tenía que realizar en Benínar y el transporte era en los lomos de los burros y los mulos.

La herrería era el lugar de encuentro de todos aquellos paisanos que sentían la necesidad de una parrafada antes o después de ir a trabajar al campo y en cierta medida aquella herrería cumplía la misma función que en la actualidad desempeña un cibercafé. Antes como ahora la necesidad de estar informados y estar al tanto de lo que ocurre a nuestro alrededor, en Benínar la noticia al minuto estaba en la herrería; allí se fabricaba, se le daba forma, se interpretaba para cada público. Las mujeres en el tema de poner herraduras a los animales, desde siempre, habían delegado en ellos o era responsabilidad, de ellos.

Aquel hombre (el que hizo las américas) en la actualidad sin duda alguna lo que hubiese montado sería una agencia de noticias, al tener características especiales para el tratamiento y seguimiento de la noticia.

Pienso que la Guardia Civil ( era la única que en aquellos tiempos tenía los mejores caballos en toda la comarca), sabía, que la información que le daba el herrero era la correcta, puesto qué, el profesional identifica los pasos de sus clientes aunque se encuentre de espaldas.

sábado, 1 de octubre de 2011

LOS NEGOCIOS DE BENÍNAR. (I).

Pretendo desarrollar en unos cuantos capítulos los negocios que existían en Benínar desde el 14 de diciembre de 1955, fecha en la que España es admitida en las Naciones Unidas y la fecha de octubre de 1973 que se produce la gran riada. Toda el agua que pasó por nuestro río, se llevó toda la vega, llegó al mar por Adra, llenando toda la calle principal (La Carrera) de éste municipio de latas de conserva.

Saco a relucir lo de las latas de conserva, por asegurar sin equivocarme que durante todo este periodo acotado, los beniner@s, ni las conocían y sobre todo, tuvieron en sus manos un abre latas.

Si descartamos los abrelatas y por aquellos tiempos aún no se conocían las bolsas de plástico, ya nos iremos centrando mejor en lo que podía tener una tienda en el pueblo. Por supuesto, aún no había llegado al pueblo un tetrabrik, puesto que la pastora repartía la leche por las calles y la fruta se cogía directamente del árbol (cada una en su época) y allí mismo, ...

De artículos de ferretería nada de nada; lo de las cajas de herramientas en cada casa, la tienen los beniner@s, cuando en su piso actual necesitaban alicates, tenazas, cinta aislante y destornilladores. Todas las averías en cualquier casa del pueblo (al menos por aquellas fechas) se podían resolver con un cuchillo y unas tijeras. Por supuesto aquellos alpujarreñ@s aún no sabían (si lo sabían lo habían visto en la capital) lo que era ni para que servía una tubería. Ni agua potable, ni alcantarillado, ni lavadora ni lavavajillas, etc.

A última hora aparecerían en las tiendas algo de droguería, (comenzaban los estragos de la publicidad de la radio y la TV) pero esos productos las benineras, recurrirían a comprarlos en escasas ocasiones, retorciendo la boca y el cuello cuando se le preguntaba por sus resultados. Como el jabón casero de toda la vida, el que fabricaba cada cual en su casa, y la técnica de colocar la prenda al sol, en el río, encima de las piedras y regarla de vez en cuando daba unos resultados que las prendas quedaban como los chorros del oro.

A estas alturas del escrito, pienso en el supermercado al que acudo todos los días a comprar y como siga eliminando (mentalmente) estanterías, en cualquier cuartucho de cualquier calle, estaría montado en la actualidad un mercadona.