sábado, 23 de agosto de 2014

María Fernández ochenta años de esfuerzo y recompensas.


Fernández Sánchez Salinero en su artículo: “LA GENERACIÓN QUE TRANSFORMÓ ESPAÑA”, describe las características generales de aquellas personas que transformaron Almería. Al leer el artículo me llega a la cabeza cantidad de personas que cumplen que encajan en dichas características pero no se puede o no se debe generalizar (los empresarios son como los políticos los hay mediocres, buenos y excelentes) y es por ello por lo que me centro en una persona en concreto, la beninera María Fernández y su familia y utilizo algunas frases de dicho artículo. 


Almería va a ser imparable, le dice María a su marido Juan cuando ella va conduciendo su furgoneta (fue la segunda mujer que se sacó el carnet de conducir en Almería) al pasar por El Ejido. Cuando llegan aquellos alpujarreños en los años setenta  el ambiente en todo el Campo de Dalías y Almería capital les recordaba a Benínar cuando en el almacén de Antonio Fernández, los barriles se llenaban de uva para embancarlos y mandarlos a Inglaterra. Todo el mundo estaba entusiasmado cuidando los parrales durante todo el año; todas las mujeres por primera vez sentadas y cobrando un jornal limpiando los racimos de uvas y todos pensaban en trabajar mucho, ahorrar, comprarse su casa, su coche, que sus hijos fuesen a la universidad. El tema del pantano frenó a todos los benineros por culpa del desarraigo, los desánimos, … Pero al llegar a aquella Almería la familia Ruiz Fernandez que estaba invadida por “un no sé qué, (...),  los llena de optimismo (estado difícil de explicar hay que vivirlo para entenderlo)”.  Se respiraba en al ambiente un dinamismo unas ganas tremendas de arrimar el hombro, de emprender, que dicho estado pasó a ser vital en aquella familia. Volvieron al entusiasmo como cuando por primera vez en Benínar dicha familia fabricaba el pan blanco con máquinas.

Ahora que María está a punto de cumplir los ochenta años, (de la misma quinta que Sophía Loren y Brigitte Bardot) y siempre ha sido un ejemplo de trabajo, honradez, austeridad, previsión y generosidad, cuando está sentada en el sofá, le llega el recuerdo de la abuela Rosario, su madre Clemencia que fueron las que les trasmitieron a ella lo que modernamente se llama “emprendedoras”. Pertenecen a una generación que, como me decía la última vez que nos vimos: “Nos  tocó lo peor del cambio: de jóvenes trabajamos para nuestros padres y de casados para nuestros hijos, pero yo no tengo motivos para quejarme ya que Dios me ha dado los mejores hijos que puede tener una madre”.

La familia Ruiz Fernández son gentes que veían el trabajo como una oportunidad de progresar, como algo que les abría a un futuro mejor, y se entregaron a ello en condiciones muy difíciles por el desconocimiento a todo aquello que estaba surgiendo, empezando. Llegaron a un entorno hostil.  “Los pueblerinos” que llegaban a la ciudad, “se les vía a la legua” que eran unos catetos. Los que estaban ya establecidos, los de la capital, cuando los benineros les exponían sus planes, sus ambiciones, sus metas, se les escapaba una sonrisa irónica y el capitalino pensaba: “Estos alpujarreños piensan que esto es Jauja, que aquí se amarraran los perros con longaniza y se les apedrean tajas de lomo”. Afortunadamente esa diferencia abismal entre catetos y capitalinos ha desaparecido, pero los que la hemos vivido y sufrido, telamarinena la adaptación. En aquellos años nos frenábamos constantemente en la forma de hablar, de vestir, de pensar hasta de andar. De andar por los caminos, por los pechos, por las laderas a andar por el paseo y con zapatos, había una gran diferencia, fue el salto de generaciones benineras a la modernidad. No era fácil acomodarse y adaptarse al desconocido entorno.

Aquellos benineros pertenecían a una generación que compraba las cosas cuando podía y del nivel que se podía permitir, que no pedía prestado más que por estricta necesidad, que pagaban sus facturas con celo, y ahorraban un poco “por si pasaba algo”, que gastaban en ropa y lujos lo que la prudencia les dictaba, disfrutando de tortillas de patata y embutidos, en domingos veraniegos de familia y amigos.
Y tan sensatos, prudentes y trabajadores fueron, que constituyeron casi todas las empresas que hoy conocemos, que son capaces de mantenerse y que dan trabajo para unas cuantas familias.

Sabían que el esfuerzo tenía recompensa y la honradez formaba parte del patrimonio de cada familia. Se podía ser pobre, pero nunca dejar de ser honrado.

Nadie como ellos entendieron que la democracia, significaba libertad y posibilidades y seguir viviendo en armonía y respeto, pero nada había cambiado en que el pan de cada día había que ganárselo sin ser marrulleros. María no comete el error de muchos de su generación que decía: “Que mis hijos no trabajen tanto como trabajé yo”. Aquella generación recién llegada a la capital tenía claro que no podía cargarse la cultura del esfuerzo y del mérito de un plumazo, convirtiendo el trabajo en algo a evitar. Ella era la primera que estaba a “pie de obra” y sus hijos a su lado. María no solo “predicaba con el ejemplo”, era el ejemplo para que sus hijos se ahorrasen el sermón. María como emprendedora nata había dejado que su hija estudiase medicina. En aquellos tiempos en Benínar toda la juventud, (se les identificaba en la capital como “los desertores del arado”) tenían que estudiar, unas oposiciones y ser empleado público, (¿cuántos se marcharon a la Guardia Civil?), nadie pensaba en crearse su puesto de trabajo, a no ser que llegase al convencimiento los padres que los estudios no eran aceptados por sus hijos o como se decía en aquel tiempo: “Mi niño no vale para estudiar, tendremos que seguir trabajando en la tierra en un invernadero”. 
Aquella beninera emprendedora, tenía claro que a los hijos había que educarlos en la libertad, pero tenía el presentimiento que su hija, más tarde o más temprano, con carrera o sin carrera, se uniría a la unidad familiar para ser empresaria como ella lo era y lo fue su abuela Rosario y su madre Clemencia.   
Los infantes de la familia Ruiz Fernández en todo momento estaban al corriente de los ahorrillos familiares y aquello que decían parte de los benineros cuando se encontraban en las fiestas de San Roque: “Hijo, tu gasta, que para eso están tus padres. Que vosotros  no paséis por las penurias por las que pasamos cuando vivíamos en el pueblo”. María movía la cabeza manifestando que aquel tipo de educación a los hijos traería graves consecuencias. Salta diciendo:
-      Estáis confundidos pensando y diciendo a vuestros retoños que el dinero nace en las cuentas corrientes de sus padres. Los bancos no son unas fuentes inagotables de hipotecas, rehipotecas y contrarehipotecas.
Estáis criando a unos hijos en la cultura de “los pelotazos”. Son la nueva generación (que conocemos todos), que dicen con toda las cara del mundo, que “lo quieren ya”, “papa o mama dame”. Esos niños que vemos corriendo, por norma, todos los fines de semana cuando vayan a la playa o al campo no se llevarán una tortilla o un bocadillo de chorizo; esos son los que exigen que sus padres les tienen que comprar (ha llegado a convertirse en obligación) hamburguesas, un helado, chucherías y subirlo en los cacharricos, etc, etc.
Me meto en la conversación y digo:
-      -   ¿Y qué decir del vino? Pasamos de la bota o el porrón del vino peleón de La Contraviesa, (después vino el Don Simón con Casera) al Vega Sicilia sin fase de descompresión. El vino ya no está “bueno”, ahora tiene matices y aromas a fruta del bosque. Que adolece de un cierto punto astringente, con demasiada presencia de roble. Esto, por supuesto, a golpe de docenas de euro, que para ser un “enterao” hay que pasar por taquilla. ¡Y es que pocas cosas cuestan tanto, como ocultar la ignorancia!. Me decía una tarde un capitán de gabarra que trabaja en Gibraltar, tomando una copa en la Playa de Getares, que la última que se tomo de dicha marca le costó trescientos euros. ¡Fitetu!.
María me coge la mano para que no siga hablando al estar mezclando cosas que los benineros no tienen porque saber, y, me dice:
-      -  Eso de Vega Sicilia, ¿qué es lo que es?.
-      -  Eso se lo preguntas a tu hija Charo.
-      -  Mi hija es nieta de Clemencia la de la Tienda y sabe lo que vale un peine. Esa ha tenido buena escuela y estira los pies lo que da la manta.

Cada vez que veo la lista todos los años de los nombres que aparecen como emprendedores destacados por la Junta de Andalucía, pienso al no aparecer nuestra beninera que en la próxima tiene que aparecer María Fernández por sus méritos como emprendedora, pero lo trascendente, lo destacando lo más importante,  influir en sus hijos que el mejor puesto de trabajo es aquel que uno se crea y que su negocio va a crear más puestos de trabajo. Los que nos gobiernan en la actualidad no pueden seguir pensando que crear puestos de trabajo es crear más y más oficinas y llenarlos de funcionarios. Hasta que estos políticos no actúen  como actuó María Fernández, potenciar dentro de la familia, preparar a las nuevas generaciones a crearse su puesto de trabajo, (por supuesto con acceso a la universidad y que después decidan), este ciclo en el que nos encontramos nos explotará en las manos como le pasó a Faustino el de la Vegeta en unas fiestas de San Roque, que por no saber manejar los cuetes le explotaron en la mano.   

Pd.
Después de releer y releer, el sexto sentido me dice que lo escrito está falto. Sé que cuando me encuentre con María con su mirada me puede tirar de las orejas. Menciono en plural la familia, destaco a María Fernández, Juan su marido y su hija Charo, pero en total son cinco los pilares, los que siempre han estado al corriente de lo que acontece el día a día.
Antoñillo, el menor, el tímido, en el que todos confían que todo funciona ya que es él, el que engrasa, lee, está a la hora prevista, el que no pone condición alguna cuando se tiene que estar presente, el que informa, el que detecta, … ¿Qué sería del edifico sin la columna de Antonio?.
Juan Ángel es el mayor. ¿Qué sería de María Fernández sin tener a su lado su hijo mayor?. Ambos siempre se necesitan como necesitamos cada uno el agua y el vaso para beberla. Siempre están juntos como la sed y el agua, cuando ambos se necesitan a lo largo del día.       

Para los escépticos, los aburridos, los resignados, los que han perdido la fe, para todos aquellos que tiraron la toalla y viven en una apatía constante, para todos los que necesitan volver a creer en el Dios que nos quiere y nos protege y sobre todo en el esfuerzo, en el trabajo y por supuesto en la honradez, María Fernández es una reseña, un referente. 


lunes, 11 de agosto de 2014

A Aníca nunca se le vio en una fiesta. (II).


Aníca va camino de Berja para comprarse el traje con  el que se va a casar. El padre va cogido a la cola de la mula ya que este va con los capachos llenos de verduras para vender, haber si daba la carga suficiente para la compra del traje. Ella y su madre van andando unos cuantos pasos más atrás y la madre le va diciendo:
-         Es un hombre que desean todas las mujeres. No es agresivo, es amable, le ayuda a su madre en todo lo que puede, …, sabe cocinar y no permanece sentado cuando se sirve la mesa como suelen hacer todos los hombres, …
Comportamiento  no común presentaba el novio en aquellos tiempos en Benínar donde los hombres se habían asignado unos determinados trabajos y el resto para las mujeres, pasar dichas barreras aquella sociedad obligaba por las habladurías en los corrillos que surgían espontáneamente en cualquier esquina, aquellos alpujarreños, “los líderes”,  arrugaban la boca para manifestar que aquello no estaba claro y que en cierta medida no se sabía explicar pero el comportamiento de aquella persona eran sospechosa, pasaba a ser  observada desde que se levantaba hasta que se acostaba. Desde pequeño aquel joven además de demostrar en el trabajo en el campo ser de los mejores, también realizaba cuando encartaba trabajos de la mujer. La madre continuaba diciendo a su hija:
-         Es que desde pequeño cuando tenían que portar a algún crío pequeño, en vez de hacerlo las hermanas era él el que al bebe llevaba espatarrado en su cadera. Cuando la madre se ponía mala era él el que dejaba el puchero puesto en la candela antes de salir para trabajar en el campo, …
En ese mismo día va camino de Murtas el futuro marido con el mulo cargado, que con el importe del producto una vez vendido se compraría un traje de pana para la boda.
Ambos se conocen desde pequeños como se conocían todos los críos del pueblo, pero ambos ya jóvenes no habían manifestado estar enamorado, es decir habían llegado a una edad en la que tenían que casarse y son las dos familias, los del novio y de la novia los que negocian el casamiento y por supuesto a cada uno, cada familia le asignaba (si es que existía) el bancalillo, el trozo de secano, la casa, … lo que cada uno aportaba al matrimonio, el ajuar que en la medida de lo posible tenía que aportar tanto el hombre como la mujer.   
Como era costumbre un día o dos después de comprase los trajes serían casados de madrugada, sin asistir invitados y por ello sin convite de boda. Los recién casados pasaban a la casa asignada y allí permanecían sin comunicación con el exterior un tiempo determinado suficiente para consumir el matrimonio. 
Aquello pegó un reventón a los tres días de estar casados. La madre viendo que su hija no salía de casa va a su encuentro y se la encuentra  llorando desconsolada. Entre pucheros, llorando le dice:
-         Hemos pasado tres días, sin hablarnos, huyendo el uno del otro, que ambos nos subíamos por las paredes. Él se marchó de madrugada y yo temiendo los comentarios de la gente del pueblo, en lo que van a decir y chismorrear, no me he querido ni asomar a la ventana.
El marido separado se enfrenta a los chismes y cuentos que cada beninero tenía su punto de vista del fracaso del matrimonio y ella se encierra, tan solo se le verá bastante tiempo después en el huerto. Toda la vida en casa y nadie la verá en misa, ni en los días más señalados, en una procesión, pero sobre todo asomarse a la ventana en los tres días que duraban las fiestas en el pueblo a pesar de estar su casa en la plaza donde se celebraban los bailes en las fiestas. A pesar que en su puerta se ponía a la sombra la Banda de Música de Ugijar para tocar aquellos pasodobles que levantaban de la silla hasta a los más ancianos para bailar. Una reacción tan primitiva como es la de moverse al sentir que la música la que  recorre el cuerpo, te hace brincar y saltar, jamás supimos si Anica bailaba sola en su casa, ya que en a las fiestas no acudía. Aquella casa donde pasó toda su vida casi en clausura, jamás entró nadie ni siquiera los críos cuando pasan por la etapa que tienen todos de exploradores entraron a todas las casas por simple curiosidad entraban en aquella casa nadie sabía ni tan siquiera donde estaba la cantarera. No sé lo que pensábamos o sentíamos  los beninerillos de aquella casa y de quien vivía en ella. ¿Compasíón?.  ¿Miedo?. ¿Malbajio?. Mira que en aquel tiempo casi siempre se sentaban en la Puerta de Teresa, a la sombra, allí mismo en la plaza, todas las mujeres mayores de la misma edad  en espera que la campana les convocase al rezo del Santo Rosario. María la Pabila, Adoración, Antoñica la de Ramón y su prima Gador, La Sebastiana, que eran las fijas  y otras que acudían de forma ocasional, pero ella, Anica, jamás se sumo al grupo.  A todas ellas y los hombres correspondientes, los recordamos como los que se llevo por delante el pantano. Prefirieron morir antes de salir de su pueblo.      
Si la puerta de Anica la de la Posada (la otra Anica descrita anteriormente) como todas las del pueblo siempre estaban abiertas, la de Anica la de la Plaza siempre permaneció cerrada.
La aptitud tomada por ambos conyugues a la larga permaneciendo viviendo como solteros, él en servicio permanente a la comunidad y ella permaneciendo en clausura, logran pasar desapercibidos dentro de aquella comunidad tan pequeña que de vez en cuando necesitaba un chismorreo aunque a la misma historia se le sacase varios fascículos o versiones. Cuando salía a relucir aquel fracaso matrimonial, todo el mundo pasaba de puntillas sin añadir ningún comentario.