martes, 30 de abril de 2019

Las palomas que marcaron etapas en mi vida

Palomas, Par, Blanco, Afecto

Este es un escrito que me he encontrado con él y fue uno de los primeros que dejé en el archivo.
Lo escribiría en el 2007 o 2008 y me ha recordado las palomas que regalaron a mi hijo cuando  tan solo tres años. Vivíamos en un piso y por ello las situamos en la pequeña terraza que al poco tiempo las regalamos al ayuntamiento. Las pusieron en un parque público y antes de una semana ya habían desaparecido. No he vuelto a ver esta variedad de palomas, blancas y con la cola siempre abierta. Nos las regaló un viejo que vivía en uno de los barrios aquí en Algecíras, que ingresó en el hospital y ya se veía cerca de la muerte. Creyó que sus palomas nosotros las protegeríamos.
El escrito narra una de mis primeras salidas al campo para estar todo el día cuando yo apenas tendría seis o siete años.
Mi padre me llevó un día de agosto a coger almendras al Meloncillo, pero el calor, los pinchos que guardaban a las almendras que habían sido abareadas, el agua que tenía un sabor, que no era cardo, pero que tampoco era agua, al estar el cántaro tapado con la albalda de la burra, y sobre todo – aún retumba en mis oídos – era el incesante canto de las chicharras. Canto realmente insoportable que se sumaba al calor de agosto, a la pelusa que soltaban las pelusas de los capotes de las almendras y – no entiendo la razón de denominarlo canto – la lamentación de aquellos insectos que puede que fuese por el calor más la época de celo que el sonido que salía de ellos, se asemejaba a las cuerdas de un violín tocado por un loco.
Cuando mi padre ve que estoy más interesado en correr detrás de las chicharras, que de coger almendras, – no se la razón – me dice que fuese al cortijo que estaba al otro lado de la rambla, que preguntase por el hijo de los dueños y le dijese que mi padre quería hablar con él.
Me monto en mi burra desaparejada, con mi sobrero de paja y me dirijo a aquella construcción que sobresalía en aquella ladera, rodeada de almendros y de olivos. El que me llevase la burra, fue una recomendación, puesto que aquella burra, jamás reculó cuando se encontraba con un perro, por muy enfadado que éste mostrase sus colmillos. Aquella burra, jamás retrocedía, al ser sorprendida o asustada por alguna animal, o al ir por los caminos, y cayese algo rodando. Por supuesto que las sombras que se desplazaban en la noche le hacían pararse, orientar las orejas hacia ella para avisar a su dueño, pero ella impasible, esperaba acontecimientos. Cualquier animal de su especie reaccionaba dando un brinco y tirando al suelo al jinete. ¿Qué beninero no se ha caído de su bestia al asustarse ésta?. Como los melones cuando se abren, que no se sabe su dulzor, cuando se compraba una burra en la feria de Ugijar, aquel animal, no se sabía sus intenciones. A mi padre le toco la mejor burra, con diferencia de las demás. A mediación de la cuesta antes de llegar al cortijo, me encuentro con una fuente, que apenas cinco metros de donde salía el agua había una balsa llena de agua.Como todas las fuentes que teníamos en Beninar, aquella también estaba llena de sanguijuela y había que tener un cuidado grande para al acercarse a beber, una de ellas no entrase con el agua.
Quizás aquella balsa llena de agua en pleno verano, sería la razón de que aquella zona se le conociese por el Meloncillo. El que iba encima de la burra, quiere recordar, que en la ladera y ya en la rivera de la rambla, en medio de aquellos impresionantes olivos y almendros, había visto matas de melón y de sandía. Quiero recordar y a su vez centrar el tema con el mapa que ha aparecido en el foro, creo que los olivos más altos y con el tronco más viejo, se encontraban en los Majalones y en la zona pegada a la rambla que tenía aquel cortijo. Si aquellos olivos permanecen vivos – los del cortijo del Canónigo – en ellos se puede saber, el tiempo que alguien los sembró. Creo recordar que estos olivos no son acebuches que es la variedad de donde parten los olivos actuales. Los olivos de referencia se puede saber si están injertados y si es así, sería otro dato a tener en cuenta, para averiguar su edad.
Allí solos, la burra y el arriero, y sin tiempo controlado de llegada, haber quién le impedía darse un baño en aquellas aguas. Cuando se acercó al borde de la balsa y ve como las culebras se le habían adelantado, vuelve de nuevo a vestirse y a retomar el camino para llegar al cortijo.
Si ya el estar en el Meloncillo, era estar, en el centro del silencio, cuando se entraba en aquel cortijo, - era obligatorio pasar por una reja que siempre estaba abierta, un pasillo empedrado que a mano derecha había balcones casi a nivel de suelo con rejas, hasta que se llegaba a una especie de recibidor techado, posiblemente, donde los animales de carga, descasaban comiendo un poco de verde, mientras el gañán a su vez, descansaba dentro de la casa, – el silencio a uno le envolvía, que se hacía latente en las pulsaciones del corazón dentro de las orejas.
Por más veces que preguntaba si había alguien, allí no respondía nadie.Sentado en la sombra, ya desestimado que en aquel cortijo hubiese persona alguna aparece una mujer, diciendo que estaba lavando y que las palomas le habían avisado que alguien había llegado al cortijo.
– Es verdad – le dice el chaval a la dueña – que aquí no tenéis perros.
– ¡Déjate de perros, que los perros no traen nada más que pulgas!. Aquí, quien me avisa que alguien se acerca al cortijo son las palomas.
– ¿Las palomas?
– ¡Si hijo, sí! Cuando detestan la presencia de alguien, todas salen volando del tejado, van a donde yo me encuentro o comienzan a dar vueltas volando por encima del cortijo. Para las palomas tú no puedes ser peligroso puesto que no han ido a avisarme, se han quedado dando vueltas por encima del cortijo.
Mientras aquella mujer estaba dándome toda una lección sobre el comportamiento de las palomas, se calla en seco, se me queda mirándome y dice que “no me saca por la pinta”. Los benineros cuando nos encontramos fuera del pueblo y si hace mucho tiempo que no nos vemos, solemos decir: “hasta que no he sacado la pinta, no sabía quién eras”. A aquella mujer le fallaba “la pinta” y por ello, le pregunta a recién llegado:
– ¿Y tu quien eres?. No te encuentro la pinta.
Al identificarse el chaval, le dice la dueña del cortijo:
– Es verdad, esta mañana casi despuntando el día, vi como aparecisteis por la rambla. A coger las almendras como todos los años, supongo. ¿A qué has venido?. Anda, amarra la burra en el pesebre que coma verde y me acompañas donde estoy lavando y de camino, haber si encuentras alguna fruta en el huerto.
Aquel cortijo tenía dos fuentes. La que estaba por encima del cortijo, regaba un impresionante huerto con tomates, pepinos, calabazas, etc. Desde aquel lugar se podía ver, como ya los terraos de launa del cortijo comenzaban a ser ocupados por los tomates secados al sol, los higos, los zamborinos, – era una variedad de la calabaza que se utilizaba en Beninar para alimentar a los cochinos – y las ristras de pimientos. ¡!Que ricas estaban las migas, con pimientos y tomates secos fritos – solo pasados por la sartén con un poco de aceite – y una ensalada de la habitualla – era el nombre de todo lo que producía un huerto en Beninar – con aquel aceite de color verde!. Frutas en aquel cortijo – como en todos los de la zona, – empezaban la temporada con los nísperos, los albaricoques, las brevas, los melocotones, los higos, las ciruelas, los melones, las sandías, … y aún se podían comer antes o después de los nísperos, naranjas – que empezaban en el mes de octubre y podían llegar al mes de mayo y aún los naranjos las tenían en el suelo – que aún permanecían en el árbol de la temporada pasada.
Aquel cortijo, su dueña me lo enseño por dentro y podría describirlo, pero como en la actualidad se encuentra de pié y dicen en foro “con gente dentro”, que el interesado lo visite. Lo que sí recuerdo, en especial, es que, lo que no definí como la cocina, era la primera vez, que vía una cocina en pendiente, que en el fondo estaba la gran chimenea, para calentarse y para hacer la comida.
Al otro día estaba de nuevo en el cortijo, puesto que la dueña me ofreció un par de pichones, mejor dos de un mismo nido – macho y hembra – y un tercero que estaba solo, que también me dijo que me lo podía llevar.
Los cortijos de nuestro entorno se medían por las arrobas de almendras, de aceite y de higos que producían. Nadie decía las hectáreas o metros cuadrados que tenía, se valoraba el cortijo también por las cuartillas de grano – que después de ser trilladas las gavillas de trigo o de cebada – se medían en su propia era. En nuestros cortijos se tenían los mejores pares de mulos  con diferencia de los que existían en el pueblo. Los que mejor araban, trillaban, los más grandes y sobre todo, los más nobles y los mejor cuidados. Quizás estos animales, su padre fuese un caballo y su madre una burra. El par de mulos que tenía Julio el del Marchar, eran la referencia de todos los demás animales de su especie no solo en Beninar, en Turón y en Murtas. Sería interesante que nos dijese su procedencia. Lo escribo por lo siguiente:
En un libro escrito por Marañón sobre los Marqueses de los Vélez, – zona que se encuentra en el naciente de Almería – estos personajes, iban a comprar los caballos y los mulos a Jerez de la Frontera.
Los cortijos en cierto modo se diferenciaban poco unos de otros. Los cortijos eran representativos en la media de la personalidad,  laboriosidad de quien los estaba labrando. Desaparecía la persona o familia de dicho cortijo “que era la envidia de los demás” y dicho cortijo con sus tierras entraban en el abandono y en el olvido.Todos coincidían en sus esplendidos huertos, sus árboles frutales, sus atrojes, y el tiempo centenario que tenían sus almendros y sobre todo sus olivos.Dichos cortijos que en el 1600, se caracterizaban por la cantidad y ornamentación – estructura y frondosidad – de sus moreras, el que escribe, no se acuerda que en dichos cortijos se conservasen alguno de dichos árboles.
Termino, destacando unos puntos interesantes:
¿Qué opinaban los cortijeros de los que vivían en los pueblos?¿Qué opinaban los que vivían en el pueblo de los cortijeros? Se pueden enlazar con: ¿Qué opinaban los de la capital de todos aquellos que llegaban de los pueblos? ¿Y los de la capital, cuando llegaban al pueblo? Afortunadamente esta temática se va “disolviendo como el azúcar en el café”, pero en aquellos tiempos el tema se consideraba de cierta importancia y de cierta relevancia.