domingo, 29 de enero de 2017

Sabañones que nos ahorramos al no vivir en Benínar.


Algunos paisanos nada más leer lo de los sabañones seguro ya se han mosqueado por sacar un tema tan fragante,  por vivir donde viven, estando las temperaturas unos cuantos días bajo cero, pero, superadas aquellas circunstancias, en la actualidad viven colegiadamente con chimenea en el salón de casa. Este tema como tantos otros pertenecen a un pasado que provoca escalofrío.
Cómo tratar los sabañones - 7 pasos - unComo
En Benínar no nos acordamos como los pronunciábamos, si decíamos sabañones o sabayones, lo que sí está claro, es  que fue el sabañón (como tantos otros) uno de los motivos de marcharnos del pueblo. Si es que nadie del pueblo se libraba de ellos. Si es que los paisanos que llegaban de Barcelona con vacaciones al pueblo (casi siempre en verano) una de las conversaciones  que siempre destacaban: “Es que allí no nos salen sabañones en las orejas, ni en las manos ni en los pies”. ¡Dios mío, con lo que picaban!. Cuando en pleno invierno se cogían las aceitunas y al empezar el día en aquellos brazales escarchados, en aquellas circunstancias aunque saliesen en las orejas, en los pies o ya se sentían en las manos  había que empezar y de rodilladas delante de la espuerta con o sin sabañones; donde los tuvieses, había que aguantarse y recoger aceitunas con ardíles, con energía, sin perder el tiempo.
Recuerdo a Isabel la de Andrés Perejil, que seguro de una forma desesperada se pone unos pantalones de su marido por no estar arrodillada con las rodillas desnudas en el barro y con ellos entra en el pueblo como la primera mujer que viste pantalones.
En Beníar en este mes de enero o se tenían sabañones o cabrillas en las piernas. Las cabrillas ( la mayoría de las venas de las piernas quedaban marcadas)  era extraño ver aquellas mujeres (las que tenían parné en el pueblo) andar por las calles con aquellas piernas en aquel estado. Nos decían a los críos que salían las cabrillas  como consecuencia de pasar tanto tiempo sentadas en la mesa camilla con el brasero. Las cabrillas diferenciaban a dos clases sociales, las que tenían sabañones que salían al estar todo el día cogiendo aceitunas o lavando en el río, en contacto con el agua helada, y las que tenían cabrillas al no sentir la necesidad de salir de casa o salir  lo imprescindible.   
Recuerdo a una persona mayor haciendo trabajos de esparto con los dedos llenos se sabañones me digo: Aprende, toma nota, si te haces viejo como yo en el pueblo, cuando no puedas trabajar en el campo, trabajaras en el esparto como yo.
Como no sabíamos en Benínar si lo que nos salía en las orejas, en las manos o en los pies eran sabañones o sabayones (como seguro les pasa a esos miles de personas que viven en Italia o en Grecia y en otros países donde llegaron huyendo de la guerra y  cenan  en tiendas de campaña), a mis paisanos, (que seguro ni se acuerdan, ni han pronunciado dicho nombre desde hace muchos años eso que tanto picaba en las orejas sobre todo a los críos que siempre estábamos en la calle), desconocían que  un sabayón es una bebida o una crema localizada por primera vez en Argentina que se prepara de la siguiente forma:
Se ponen las yemas del huevo al baño María, en un recipiente metálico sobre un cazo con agua caliente, a fuego suave. Se añade (un tío pepe, uno cualquiera de San Lucas, o un Moriles, un moscatel de Málaga, … y una copita larga de anís?) el vino, el azúcar (si puede ser de caña mejor) y la ralladura de limón, batiendo con energía hasta que la crema espese y quede espumosa. A esa crema se le añade picaita fruta de temporada y a degustar. También se le puede añadir algo de hierba buena.
Desde que salí de Benínar no volvía a pronunciar la palabra sabayones hasta que ya con hijos un amigo argentino me preparó uno en la Playa de los Lances en Tarifa. Después de aquel día en Tarifa dicha palabra la he pronunciado unas cuantas veces tanto en invierno como en verano, pero esta vez sin sentir en mis manos aquella sensación tan desagradable.
Pero tampoco era tan malo para aquella juventud que recogían aceituna en el los parajes de  los Majalones, El Meloncillo o en La Vegueta, (donde estaban los olivos más grandes y más antiguos del pueblo). Era un trabajo donde todo el día podían estar juntos aquellas parejas que estaban enamoradas. El hombre agarrado como podían en aquellas ramas amaradas con sogas (ordeñando las ramas) para que no se rompieran con el peso del vareador y en el suelo de rodillas aquella cría enamorada que levantaba la cara para ver a su amante y regalarle una sonrisa.
Naranjitas dulces fui a recogerlas esta madrugada
para que tu mi vida, gajo a gajo tu desayunaras,
para que este día no sientas el frío ni veas la escarcha.