miércoles, 3 de diciembre de 2014

Para mí es suficiente escribir sobre Benínar.


Recurro a las sensaciones que perciben  mis sentidos  para expresar lo que me llega a la mente cada vez que me coloco delante del ordenador para escribir.
La sensación de glotonería,  como cuando me toca un compañero de mesa que acapara todo lo que encuentra para engullir y por supuesto en vez de imitarlo, reacciono en sentido contrario, se me quitan las ganas de comer.
La sensación de agotamiento e impotencia me llega casi siempre que empiezo por ver lo que escribe cada día los trescientos sesenta y cinco días del año Antonio Burgos o mi profesor José Antonio Hernández.  En esta ocasión al acudir a  los escritores  citados mentalmente me visto, me calzo para la carrera  para llenar el folio en blanco, pero con mis músculos nada más pisar la calle  me siento un canijo que no seré capaz de seguir sus pasos, y en la mayoría de las ocasiones renuncio. En esta ocasión me llega un escrito que en similitud de hacer o no hacer ejercicio, saco la conclusión, que la carrera la han calculado casi a mi medida, me lleno de ánimo y comienzo a teclear.
El escrito que me ha devuelto los ánimos es el  siguiente de José Antonio Hernández Gerrero:  

Leer y escribir son potentes estímulos que ayudan a sobrevivir y que nos orientan para lograr ese bienestar necesario y, por lo tanto, posible.  La vida, como todos sabemos, es un viaje que, al alejarnos de nosotros mismos y acercarnos a lugares lejanos y a personas diferentes, nos descubre el interior de nuestras conciencias y, a veces, de nuestras pertenencias. La lectura y la escritura nos desvelan nuestras carencias y, a veces, nuestras pertenencias. Leemos y escribimos –viajamos- para regresar, para identificar ese fondo que, proyectado en el espejos de los otros, permanece oculto o agazapado.
Leemos y escribimos –viajamos- movidos por un impulso –quizás inconsciente- de ilusionada esperanza, de esa espera plenificada por la aceptación del presente. Leemos y escribimos animados por la convicción secreta de que las palabras son semillas que, regadas con nuestros sudores o con nuestras lágrimas, darán frutos saludables y jugosos.
Leer y escribir son alentadoras tareas que nos acompañan en nuestro caminar diario evitando que corramos demasiado de prisa o que nos detengamos inútilmente. La lectura y la escritura son paseos que orientan nuestras miradas para que contemplemos nuestros alrededores, para que, encontrándonos con lo otro o con los otros, nos descubramos a nosotros mismos y,  vivamos la vida. 

En el Club de Letras pretendemos elaborar un tipo de literatura
-         conectada con la vida,
-         que lea, interprete, comprenda y recree la realidad que, a veces, vivimos sin sentirla,
-         que nos despierte del sueño mentiroso de las ofertas publicitarias, de los intereses políticos, de los mensajes comerciales, de las ideologías vacías, de las promesas engañosas.
Una literatura que nos haga soñar, por ejemplo, con un mundo en el que impere la justicia, la igualdad y la dignidad humana.
Una literatura que nos explique que es posible la paz personal, apoyada en la unidad interior y en la armonía familiar y social.
Una literatura que estimule el gusto -el placer- de vivir y que alivie los dolores y de los sufrimientos del vivir y que nos anime a mantener la lucha de la vida y por la vida.
Una literatura que recupere la memoria, que adelante y cree –que invente- el futuro.
Hemos de tener en cuenta que, tanto la memoria como el futuro son productos de la imaginación que, como es sabido, puede ser creadora, liberadora o destructiva y aniquiladora.
La imaginación siempre va unida a sensaciones y a emociones

Y es que, no sólo la Psiquiatría y la Psicología nos enseñan que, para vivir el presente, hemos de volver al pasado, sino que también la Historia, la Literatura y el Arte nos exigen que recordemos las experiencias gratificantes para disfrutarlas de nuevo, y las dolorosas, para que reviviéndolas, eliminemos sus productos tóxicos. 

lunes, 24 de noviembre de 2014

Me he convertido en un empujacarro,


Tres razones poderosas por las que tengo que encontrar tiempo para seguir escribiendo:
(I)               Primera son los argumentos que me ha mandado mi profesor.
(II)            Segunda, por lo encontrado en el blogs del hijo de mi amigo Antonio Blanco sobre una noticia de mi querida Alpujarra.
(III)           La tercera es por las visitas a mi blogs diariamente, que a pesar de no colgar nada desde hace tres meses, siguen entrado diariamente, desde Rusia, Canada, EEUU y países sudamericanos.  Cito a Sudamérica entera  y así no meto la pata.

La razón de no colgar nada en ese espacio de tiempo es por la llegada de tres nietos de mis tres hijos en corto espacio de tiempo, estar con ellos se ha convertido en lo prioritario para mí. No es que yo sea el que solicite estar con ellos, son mis hijos que al estar trabajando sus padres, me llaman cuando les soy necesario.
Cada vez que le digo a mis amigos cuando me los encuentro empujando un carro:
- Qué pecha nietos.
- Mis amigos me contestan: ¿Y porque te ríes?. Por ser una frase recurrente, es lo que tengo que contestar, ¿o no?. Ya la sonrisa es compartida.
Casi todas las mañanas me las paso por este espacio preciosos que es el Paseo Marítimo de Getarres, donde a lo lejos veo las dos torres de Hércules, las que tenemos en el escudo de nuestra Andalucía, la playa, el mar y tantas cosas, que gracias a mis nietos he podido reencontrarme con dicho espacio y que todos mis sentidos se empapen todas las mañanas de dicho entorno.
Lo que yo suelo hacer todas las mañanas lo suelen hacer unos cuantos más. Un día de estos escribo unos estatutos (tampoco me tengo que apretujar la cabeza, los copio de gooble, seguro que ya estarán escritos) se los entrego a los empujacarros del paseo marítimo y formamos una asociación. Como hoy a casi todas las asociaciones se les subvencionan a lo mejor, …, a la nuestra, …


sábado, 23 de agosto de 2014

María Fernández ochenta años de esfuerzo y recompensas.


Fernández Sánchez Salinero en su artículo: “LA GENERACIÓN QUE TRANSFORMÓ ESPAÑA”, describe las características generales de aquellas personas que transformaron Almería. Al leer el artículo me llega a la cabeza cantidad de personas que cumplen que encajan en dichas características pero no se puede o no se debe generalizar (los empresarios son como los políticos los hay mediocres, buenos y excelentes) y es por ello por lo que me centro en una persona en concreto, la beninera María Fernández y su familia y utilizo algunas frases de dicho artículo. 


Almería va a ser imparable, le dice María a su marido Juan cuando ella va conduciendo su furgoneta (fue la segunda mujer que se sacó el carnet de conducir en Almería) al pasar por El Ejido. Cuando llegan aquellos alpujarreños en los años setenta  el ambiente en todo el Campo de Dalías y Almería capital les recordaba a Benínar cuando en el almacén de Antonio Fernández, los barriles se llenaban de uva para embancarlos y mandarlos a Inglaterra. Todo el mundo estaba entusiasmado cuidando los parrales durante todo el año; todas las mujeres por primera vez sentadas y cobrando un jornal limpiando los racimos de uvas y todos pensaban en trabajar mucho, ahorrar, comprarse su casa, su coche, que sus hijos fuesen a la universidad. El tema del pantano frenó a todos los benineros por culpa del desarraigo, los desánimos, … Pero al llegar a aquella Almería la familia Ruiz Fernandez que estaba invadida por “un no sé qué, (...),  los llena de optimismo (estado difícil de explicar hay que vivirlo para entenderlo)”.  Se respiraba en al ambiente un dinamismo unas ganas tremendas de arrimar el hombro, de emprender, que dicho estado pasó a ser vital en aquella familia. Volvieron al entusiasmo como cuando por primera vez en Benínar dicha familia fabricaba el pan blanco con máquinas.

Ahora que María está a punto de cumplir los ochenta años, (de la misma quinta que Sophía Loren y Brigitte Bardot) y siempre ha sido un ejemplo de trabajo, honradez, austeridad, previsión y generosidad, cuando está sentada en el sofá, le llega el recuerdo de la abuela Rosario, su madre Clemencia que fueron las que les trasmitieron a ella lo que modernamente se llama “emprendedoras”. Pertenecen a una generación que, como me decía la última vez que nos vimos: “Nos  tocó lo peor del cambio: de jóvenes trabajamos para nuestros padres y de casados para nuestros hijos, pero yo no tengo motivos para quejarme ya que Dios me ha dado los mejores hijos que puede tener una madre”.

La familia Ruiz Fernández son gentes que veían el trabajo como una oportunidad de progresar, como algo que les abría a un futuro mejor, y se entregaron a ello en condiciones muy difíciles por el desconocimiento a todo aquello que estaba surgiendo, empezando. Llegaron a un entorno hostil.  “Los pueblerinos” que llegaban a la ciudad, “se les vía a la legua” que eran unos catetos. Los que estaban ya establecidos, los de la capital, cuando los benineros les exponían sus planes, sus ambiciones, sus metas, se les escapaba una sonrisa irónica y el capitalino pensaba: “Estos alpujarreños piensan que esto es Jauja, que aquí se amarraran los perros con longaniza y se les apedrean tajas de lomo”. Afortunadamente esa diferencia abismal entre catetos y capitalinos ha desaparecido, pero los que la hemos vivido y sufrido, telamarinena la adaptación. En aquellos años nos frenábamos constantemente en la forma de hablar, de vestir, de pensar hasta de andar. De andar por los caminos, por los pechos, por las laderas a andar por el paseo y con zapatos, había una gran diferencia, fue el salto de generaciones benineras a la modernidad. No era fácil acomodarse y adaptarse al desconocido entorno.

Aquellos benineros pertenecían a una generación que compraba las cosas cuando podía y del nivel que se podía permitir, que no pedía prestado más que por estricta necesidad, que pagaban sus facturas con celo, y ahorraban un poco “por si pasaba algo”, que gastaban en ropa y lujos lo que la prudencia les dictaba, disfrutando de tortillas de patata y embutidos, en domingos veraniegos de familia y amigos.
Y tan sensatos, prudentes y trabajadores fueron, que constituyeron casi todas las empresas que hoy conocemos, que son capaces de mantenerse y que dan trabajo para unas cuantas familias.

Sabían que el esfuerzo tenía recompensa y la honradez formaba parte del patrimonio de cada familia. Se podía ser pobre, pero nunca dejar de ser honrado.

Nadie como ellos entendieron que la democracia, significaba libertad y posibilidades y seguir viviendo en armonía y respeto, pero nada había cambiado en que el pan de cada día había que ganárselo sin ser marrulleros. María no comete el error de muchos de su generación que decía: “Que mis hijos no trabajen tanto como trabajé yo”. Aquella generación recién llegada a la capital tenía claro que no podía cargarse la cultura del esfuerzo y del mérito de un plumazo, convirtiendo el trabajo en algo a evitar. Ella era la primera que estaba a “pie de obra” y sus hijos a su lado. María no solo “predicaba con el ejemplo”, era el ejemplo para que sus hijos se ahorrasen el sermón. María como emprendedora nata había dejado que su hija estudiase medicina. En aquellos tiempos en Benínar toda la juventud, (se les identificaba en la capital como “los desertores del arado”) tenían que estudiar, unas oposiciones y ser empleado público, (¿cuántos se marcharon a la Guardia Civil?), nadie pensaba en crearse su puesto de trabajo, a no ser que llegase al convencimiento los padres que los estudios no eran aceptados por sus hijos o como se decía en aquel tiempo: “Mi niño no vale para estudiar, tendremos que seguir trabajando en la tierra en un invernadero”. 
Aquella beninera emprendedora, tenía claro que a los hijos había que educarlos en la libertad, pero tenía el presentimiento que su hija, más tarde o más temprano, con carrera o sin carrera, se uniría a la unidad familiar para ser empresaria como ella lo era y lo fue su abuela Rosario y su madre Clemencia.   
Los infantes de la familia Ruiz Fernández en todo momento estaban al corriente de los ahorrillos familiares y aquello que decían parte de los benineros cuando se encontraban en las fiestas de San Roque: “Hijo, tu gasta, que para eso están tus padres. Que vosotros  no paséis por las penurias por las que pasamos cuando vivíamos en el pueblo”. María movía la cabeza manifestando que aquel tipo de educación a los hijos traería graves consecuencias. Salta diciendo:
-      Estáis confundidos pensando y diciendo a vuestros retoños que el dinero nace en las cuentas corrientes de sus padres. Los bancos no son unas fuentes inagotables de hipotecas, rehipotecas y contrarehipotecas.
Estáis criando a unos hijos en la cultura de “los pelotazos”. Son la nueva generación (que conocemos todos), que dicen con toda las cara del mundo, que “lo quieren ya”, “papa o mama dame”. Esos niños que vemos corriendo, por norma, todos los fines de semana cuando vayan a la playa o al campo no se llevarán una tortilla o un bocadillo de chorizo; esos son los que exigen que sus padres les tienen que comprar (ha llegado a convertirse en obligación) hamburguesas, un helado, chucherías y subirlo en los cacharricos, etc, etc.
Me meto en la conversación y digo:
-      -   ¿Y qué decir del vino? Pasamos de la bota o el porrón del vino peleón de La Contraviesa, (después vino el Don Simón con Casera) al Vega Sicilia sin fase de descompresión. El vino ya no está “bueno”, ahora tiene matices y aromas a fruta del bosque. Que adolece de un cierto punto astringente, con demasiada presencia de roble. Esto, por supuesto, a golpe de docenas de euro, que para ser un “enterao” hay que pasar por taquilla. ¡Y es que pocas cosas cuestan tanto, como ocultar la ignorancia!. Me decía una tarde un capitán de gabarra que trabaja en Gibraltar, tomando una copa en la Playa de Getares, que la última que se tomo de dicha marca le costó trescientos euros. ¡Fitetu!.
María me coge la mano para que no siga hablando al estar mezclando cosas que los benineros no tienen porque saber, y, me dice:
-      -  Eso de Vega Sicilia, ¿qué es lo que es?.
-      -  Eso se lo preguntas a tu hija Charo.
-      -  Mi hija es nieta de Clemencia la de la Tienda y sabe lo que vale un peine. Esa ha tenido buena escuela y estira los pies lo que da la manta.

Cada vez que veo la lista todos los años de los nombres que aparecen como emprendedores destacados por la Junta de Andalucía, pienso al no aparecer nuestra beninera que en la próxima tiene que aparecer María Fernández por sus méritos como emprendedora, pero lo trascendente, lo destacando lo más importante,  influir en sus hijos que el mejor puesto de trabajo es aquel que uno se crea y que su negocio va a crear más puestos de trabajo. Los que nos gobiernan en la actualidad no pueden seguir pensando que crear puestos de trabajo es crear más y más oficinas y llenarlos de funcionarios. Hasta que estos políticos no actúen  como actuó María Fernández, potenciar dentro de la familia, preparar a las nuevas generaciones a crearse su puesto de trabajo, (por supuesto con acceso a la universidad y que después decidan), este ciclo en el que nos encontramos nos explotará en las manos como le pasó a Faustino el de la Vegeta en unas fiestas de San Roque, que por no saber manejar los cuetes le explotaron en la mano.   

Pd.
Después de releer y releer, el sexto sentido me dice que lo escrito está falto. Sé que cuando me encuentre con María con su mirada me puede tirar de las orejas. Menciono en plural la familia, destaco a María Fernández, Juan su marido y su hija Charo, pero en total son cinco los pilares, los que siempre han estado al corriente de lo que acontece el día a día.
Antoñillo, el menor, el tímido, en el que todos confían que todo funciona ya que es él, el que engrasa, lee, está a la hora prevista, el que no pone condición alguna cuando se tiene que estar presente, el que informa, el que detecta, … ¿Qué sería del edifico sin la columna de Antonio?.
Juan Ángel es el mayor. ¿Qué sería de María Fernández sin tener a su lado su hijo mayor?. Ambos siempre se necesitan como necesitamos cada uno el agua y el vaso para beberla. Siempre están juntos como la sed y el agua, cuando ambos se necesitan a lo largo del día.       

Para los escépticos, los aburridos, los resignados, los que han perdido la fe, para todos aquellos que tiraron la toalla y viven en una apatía constante, para todos los que necesitan volver a creer en el Dios que nos quiere y nos protege y sobre todo en el esfuerzo, en el trabajo y por supuesto en la honradez, María Fernández es una reseña, un referente. 


lunes, 11 de agosto de 2014

A Aníca nunca se le vio en una fiesta. (II).


Aníca va camino de Berja para comprarse el traje con  el que se va a casar. El padre va cogido a la cola de la mula ya que este va con los capachos llenos de verduras para vender, haber si daba la carga suficiente para la compra del traje. Ella y su madre van andando unos cuantos pasos más atrás y la madre le va diciendo:
-         Es un hombre que desean todas las mujeres. No es agresivo, es amable, le ayuda a su madre en todo lo que puede, …, sabe cocinar y no permanece sentado cuando se sirve la mesa como suelen hacer todos los hombres, …
Comportamiento  no común presentaba el novio en aquellos tiempos en Benínar donde los hombres se habían asignado unos determinados trabajos y el resto para las mujeres, pasar dichas barreras aquella sociedad obligaba por las habladurías en los corrillos que surgían espontáneamente en cualquier esquina, aquellos alpujarreños, “los líderes”,  arrugaban la boca para manifestar que aquello no estaba claro y que en cierta medida no se sabía explicar pero el comportamiento de aquella persona eran sospechosa, pasaba a ser  observada desde que se levantaba hasta que se acostaba. Desde pequeño aquel joven además de demostrar en el trabajo en el campo ser de los mejores, también realizaba cuando encartaba trabajos de la mujer. La madre continuaba diciendo a su hija:
-         Es que desde pequeño cuando tenían que portar a algún crío pequeño, en vez de hacerlo las hermanas era él el que al bebe llevaba espatarrado en su cadera. Cuando la madre se ponía mala era él el que dejaba el puchero puesto en la candela antes de salir para trabajar en el campo, …
En ese mismo día va camino de Murtas el futuro marido con el mulo cargado, que con el importe del producto una vez vendido se compraría un traje de pana para la boda.
Ambos se conocen desde pequeños como se conocían todos los críos del pueblo, pero ambos ya jóvenes no habían manifestado estar enamorado, es decir habían llegado a una edad en la que tenían que casarse y son las dos familias, los del novio y de la novia los que negocian el casamiento y por supuesto a cada uno, cada familia le asignaba (si es que existía) el bancalillo, el trozo de secano, la casa, … lo que cada uno aportaba al matrimonio, el ajuar que en la medida de lo posible tenía que aportar tanto el hombre como la mujer.   
Como era costumbre un día o dos después de comprase los trajes serían casados de madrugada, sin asistir invitados y por ello sin convite de boda. Los recién casados pasaban a la casa asignada y allí permanecían sin comunicación con el exterior un tiempo determinado suficiente para consumir el matrimonio. 
Aquello pegó un reventón a los tres días de estar casados. La madre viendo que su hija no salía de casa va a su encuentro y se la encuentra  llorando desconsolada. Entre pucheros, llorando le dice:
-         Hemos pasado tres días, sin hablarnos, huyendo el uno del otro, que ambos nos subíamos por las paredes. Él se marchó de madrugada y yo temiendo los comentarios de la gente del pueblo, en lo que van a decir y chismorrear, no me he querido ni asomar a la ventana.
El marido separado se enfrenta a los chismes y cuentos que cada beninero tenía su punto de vista del fracaso del matrimonio y ella se encierra, tan solo se le verá bastante tiempo después en el huerto. Toda la vida en casa y nadie la verá en misa, ni en los días más señalados, en una procesión, pero sobre todo asomarse a la ventana en los tres días que duraban las fiestas en el pueblo a pesar de estar su casa en la plaza donde se celebraban los bailes en las fiestas. A pesar que en su puerta se ponía a la sombra la Banda de Música de Ugijar para tocar aquellos pasodobles que levantaban de la silla hasta a los más ancianos para bailar. Una reacción tan primitiva como es la de moverse al sentir que la música la que  recorre el cuerpo, te hace brincar y saltar, jamás supimos si Anica bailaba sola en su casa, ya que en a las fiestas no acudía. Aquella casa donde pasó toda su vida casi en clausura, jamás entró nadie ni siquiera los críos cuando pasan por la etapa que tienen todos de exploradores entraron a todas las casas por simple curiosidad entraban en aquella casa nadie sabía ni tan siquiera donde estaba la cantarera. No sé lo que pensábamos o sentíamos  los beninerillos de aquella casa y de quien vivía en ella. ¿Compasíón?.  ¿Miedo?. ¿Malbajio?. Mira que en aquel tiempo casi siempre se sentaban en la Puerta de Teresa, a la sombra, allí mismo en la plaza, todas las mujeres mayores de la misma edad  en espera que la campana les convocase al rezo del Santo Rosario. María la Pabila, Adoración, Antoñica la de Ramón y su prima Gador, La Sebastiana, que eran las fijas  y otras que acudían de forma ocasional, pero ella, Anica, jamás se sumo al grupo.  A todas ellas y los hombres correspondientes, los recordamos como los que se llevo por delante el pantano. Prefirieron morir antes de salir de su pueblo.      
Si la puerta de Anica la de la Posada (la otra Anica descrita anteriormente) como todas las del pueblo siempre estaban abiertas, la de Anica la de la Plaza siempre permaneció cerrada.
La aptitud tomada por ambos conyugues a la larga permaneciendo viviendo como solteros, él en servicio permanente a la comunidad y ella permaneciendo en clausura, logran pasar desapercibidos dentro de aquella comunidad tan pequeña que de vez en cuando necesitaba un chismorreo aunque a la misma historia se le sacase varios fascículos o versiones. Cuando salía a relucir aquel fracaso matrimonial, todo el mundo pasaba de puntillas sin añadir ningún comentario.


martes, 29 de julio de 2014

Después de ellas a ninguna mujer le pusieron Ana. (I).


Allí donde estéis las dos Anicas que teníamos en Beninar, en el día de vuestro santo nos acordamos de vosotras y por ello aún permanecéis viviendo al menos en nuestros recuerdos, por vuestra personalidad o por vuestro proceder.
Anica la de la Posada, (nacida a finales del siglo XIX y muerta en los años sesenta del siguiente siglo) la recuerdo sobre todo de cuando en mi adolescencia era tendero de pueblo. Todo lo que compraba en mi tienda jamás consintió que utilizase el papel de estraza. Me decía que lo que pesaba el papel ella lo prefería en garbanzos o en bacalao. Me decía: Me lo pones directamente en el delantal que yo soy muy limpia y siempre lo tengo como los chorros del oro. Jamás pidió nada fiao y el poco dinero que tenía a su disposición era el que le daba el hijo soltero que vivía con ella, en un  edificio con una distribución muy simple. Tres dormitorios y el resto una amplia cuadra llena de pesebres donde (durante todo el siglo XIX, y parte del XX) era el descanso obligado de los animales de los arrieros que llegaban de La Alpujarra o de La Contraviesa, cargadas aquellas bestias de pellejos de vino, de sacos de almendra, de granos para venderlos en Berja o en Adra, o los que de la costa subían a comprar a todos aquellos pueblos alpujarreños. 

Con la revolución de los transportes, con la aparición en primer lugar de los motocarros y después de las furgonetas, aquel negocio dejó de ser fuente de ingresos de aquella familia y ni dinero, ni imaginación  había para la reconversión en otra clase de actividad. Aquella familia, como la gran mayoría de los benineros vivían con lo poco que se podía sacar del huerto, de la cosecha más grande o más pequeña de aceitunas, de lo que se podía cultivar en el secano para auto abastecerse. Seguro que cuando se murió aquella Anica fue enterrada en el suelo por no poder costearse un nicho con lápida. Seguro que sus restos se encuentran debajo de  la losa de hormigón que fue la solución que dieron los que dirigían la construcción del pantano a todos los restos de los benineros más pobres del pueblo. Pero Anica la de la Posada a pesar de ser pobre y fracasar su negocio, vivir los últimos años de su vida llena de estrecheces su personalidad, su imagen,  ha quedado grabada en las mentes de unos cuantos entre ellos el que escribe. Tampoco estaba en los acontecimientos importantes que se celebraban en el pueblo para que saliese en una foto. 

Anica la de la Posá seguirá viviendo al menos en el recuerdo de todos aquellos que la conocimos.              Antiguo Campo Santo

martes, 8 de julio de 2014

La cartera con ardiles.



Sé que pronto, está al caer la fecha en la que cumple noventa y nueve años la abuela de Benínar . Sé que su hijo cada vez que llega a casa ella le está esperando para recoger una fotocopia de todo aquello que se ha publicado sobre su pueblo. Sé que pese a su edad es capaz de mantener una conversación con cualquier paisano sin que se aprecie que le falla la memoria y la coherencia, por ello con una lucidez que cualquiera sueña con tenerla si es que llega a cumplir dicha edad. Por último sé, que tiene unos hijos y nietos que han sido pilares fundamentales para que ella llegue a esa edad con una buena salud y con dicha lucidez envidiable.
Dos mujeres nacidas ambas a comienzos del XX, que fueron amigas siempre, casi hermanas y que coinciden en trasladarse a vivir en Granada capital  a comienzos de la década de los setenta del siglo pasado (desde que fuimos expulsados de nuestro querido pueblo alpujarreño, Benínar). Ambas viven de forma holgada la guerra civil, la posguerra, las dos revoluciones la industrial y la de los sentimientos y que vejez más distinta les ha tocado vivir. Me refiero a Pepa (decir Pepa en Benínar no era necesario añadir nada más para identificarla) y a Lola Blanco. Dos mujeres con una personalidad impresionante, una con hijos y otra sola. Lola por su carácter, sola,  nadie sabe cuando cumple años ni cuantos tiene. “Genio y figura”  fue siempre al  tomar decisiones sin dejar que nada ni nadie se las condicionase.
No se puede escribir con rotundidad que una vive los últimos días de su vida rodeada de su familia y la otra totalmente sola por no tener hijos. Tal y como está la sociedad en la actualidad el cumplir los últimos años de la vida sola o acompañada no es razón principal que se tenga o no se tenga hijos, que se tenga más o menos dinero, que mantengas la cabeza más o menos bien amueblada; depende de cómo fuiste invirtiendo tus sentimientos para  que en los últimos años se pueda llegar a la más absoluta soledad o celebrar el cumpleaños rodeada de tus seres queridos.
Aparece en mi memoria otras  beninera como fueron los últimos años de Barbarica o de la Bizcocha ambas sin hijos. Una más pobre que las Ánimas Benditas y es atendida hasta su muerte por sus vecinas con verdadera dedicación, la otra, la Bizcocha con bancalillos (que heredan familiares que vivían en Barcelona y como consecuencia de las expropiaciones acuden al pueblo solo y exclusivo para recibir la herencia), es atendida como se debe cuidar a un anciano por sus vecinas en especial por la Tía Lola la de Ramón.
La sociedad cambia, la forma de pensar y de atender a los ancianos. Ha sufrido una transformación impresionante, pero aún existen dos factores fundamentales, donde permanece casi intacta la caridad a las personas mayores, y es, el vivir en un pueblo (¿o en una ciudad?), y en la inversión en sentimientos acerca de los que te rodean.
La tía Pepa la cartera, al final no cuenta las perrillas ahorradas, los euros ahorrados, lo que realmente cuenta es donde y como se fue invirtiendo los sentimientos en los que te rodean, sean hijos o sean vecinos. La Cartera de Benínar ha ido colocando sus esfuerzos, sus desvelos, su entrega incondicional, el dolor que nos da la vida los propios de cada persona siempre fueron colocados por ella en segundo lugar, nunca esperó que la atendiesen puesto que ella estaba para atender a los demás.  Su cariño lo fue dejando en buenas manos, en buena gente y ahora cuando cumple noventa y nueve años, llena de paz y sosiego no representa una carga para los que la rodean. Si sus vivencias y convivencias hubiese sido complicada o egoísta hoy nadie sabría que pronto será su cumpleaños al celebrarlo en otro lugar distinto de donde se encuentran los suyos sus hijos y sus nietos en la más absoluta soledad.                 

La recuerdo que por estas fechas llena de energía con el cubo de cal en la mano, dejaba cada rincón de su casa “como los chorros del oro”, llevando y trayendo cacharros a fregar en la Acequia del Lugar, preparando su casa para el día de la Virgen del Carmen. Era la primera que contagiaba a toda la comunidad que había que tener ardiles y no dejar para última hora encalar. !Cada casa tenía que quedar blanca y reluciente!.  
Pepa la del cartero era la mujer con más ardiles de Benínar y no exagero si digo de toda La Alpujarra entera. 

domingo, 11 de mayo de 2014

Museo de Benínar

 
    Gratitud para todos aquellos que entran y escriben en el foro al seguir alimentando el recuerdo del pueblo amado y desaparecido. Desaparecido físicamente pero no en el recuerdo y por ello aún continúa existiendo, respirando con cada anécdota, en cada nostalgia cada vez que se encuentran unos cuantos benineros para celebrar y recordar aquel pueblo que fue sacrificado al dios del agua almacenada para que creciesen y se multiplicasen los invernaderos en el Poniente de Almería.
Benínar tiene hijos que fueron a la universidad y nietos de aquellos que fueron bautizados en aquel pueblo alpujarreño, que se les supone el dominio de la escritura, que no aparecen, aún no han dicho “esta boca es mía” y que debían de aportar sus recuerdos para hacer cada vez más grande la HISTORIA DE BENINAR. Si muchos de nosotros no guardamos aquellos objetos cotidianos de nuestra casa del pueblo, y nos lamentamos, se nos pone un nudo en el estómago,  cada vez que nos acordamos de ellos, estos universitarios, se arrepentirán por no dejar escrito sus vivencias o las historias de sus padres. ¿Escucharon las historias de sus abuelos?. 
No todos los nacidos en ese rincón de La Alpujarra muestran interés en que el nombre de Benínar siga apareciendo constantemente en los medios de comunicación. De todos los que quedamos, tan solo un puñado seguimos insistiendo en que la memoria de nuestro pueblo perdure en el tiempo. Somos pocos pero en cierta medida se vuelve a repetir el tema sefardí a finales del siglo XX, ya  que fuimos expulsados de nuestras casas, de nuestro pueblo pero no de la añoranza de nuestro entorno.
Fueron muy pocos los que  estuvieron pendientes de ir guardando todos aquellos objetos que forman parte del recuerdo, que fueron imprescindibles para que aquella sociedad rural funcionase, que en la actualidad podrían estar todos juntos en un edificio, en un museo con el nombre de nuestro pueblo.
Enumero unos cuantos objetos que no están controlados y no se sabe si  quedaron enterrados o están en otros lugares al apoderarse de ellos algún oportunista, (con el mirar para otra parte de los responsables de la construcción de la presa de aquel espolio que se estaba produciendo cuando todas las viviendas fueron derribadas por una máquina). Por ejemplo: Los pupitres de la escuela, la pizarra, los tinteros. La puerta del sol. La otra gran puerta de entrada de la iglesia. La pila de bautismo, el sagrario,  aquel que en su puerta tenía el relieve del ave que alimenta a sus crías, los candelabros, los reclinatorios, el arca donde se guardaban las velas para los entierros. Las puertas de ciertas casas, con sus rejas y ventanas. Los lebrillos, artesas, aquellas vasijas de cobre o de latón que tenían remiendos por todas partes. Las piletas (recipientes construidos partiendo de una piedra del Cucanal). Cribas, serones, gerpiles, los aperos de labranza. Los rulos con sus piedras de las almazaras y de los molinos. Teníamos cuatro molinos de harina y dos almazaras. Las dos prensas de las dos almazaras, las piedras de partir almendras con sus martilojos (no pasaron horas y horas, días y días nuestras madres o nuestras abuelas). Las horcas de las eras, las palas que sacaban el pan recién hecho en los hornos. Las romanas y romanillas que iban de casa en casa cuando se necesitaban. Las devanaderas. Los candelabros que se utilizaban en cada velatorio. Las labores de ganchillo o las de bolillo guardados en aquellas arcas. Que de sueños e ilusiones se ponían en aquellos trabajos las que se iban a casar en las que participaban madres, abuelas, vecinas para preparar el ajuar de la niña. Todo eso forma parte de una sociedad en la que se desenvolvieron generaciones y generaciones de nuestros antepasados.
La caja de los muertos. Donde se portaban a los muertos pobres desde su casa al cementerio y una vez allí se enterraban directamente en el suelo en el hoyo que algún familiar había preparado. Aún el recuerdo, lo más fuerte, cuando: Los que se morían en los cortijos o en las barriadas, por supuesto los pobres,   eran portados  encima de una puerta por cuatro personas, hasta llegar a la iglesia donde ya en la caja de Las Ánimas después de la misa se les llevaban al cementerio a enterrarlos directamente en el suelo.  
Los jefazos del pantano decidieron llevar al nuevo cementerio aquellos restos que estaban en los nichos, los restos que estaban en el suelo, (de todos los pobres de Benínar que no se podían costear una caja) se les ocurrió cubrirlos con una losa de hormigón que en la actualidad está totalmente descuartizada. No sé quien la hizo añicos, si los de dentro o los de fuera.
Si alguna vez se decide la construcción de un museo (aquí realmente quien puede aportar la gran mayoría es HIJOS DE BENINAR, en la persona de Paco Ruiz)  con lo poco que aún queda yo aportaré entre otras cosas el picaporte de mi casa. El picaporte representaba en el pueblo la llamada, (que desolación si no se espera una llamada, si no tienes quien te llame) de lo que se esperaba o también de lo inesperado. 

miércoles, 30 de abril de 2014


Comer hasta que no os conozcáis.
Tengo un vecino que se gasta un pastón en cada cumpleaños de cada uno de sus hijos, ya que lo moderno es ir a celebrarlo a aquellos locales que tiene cacharricos para que jueguen los infantes. Esto cuando nos llega a los benineros solemos exclamar: ¡Ojú!. ¡Cómo han cambiado los tiempos!.
Los guñuelos que aparecen en la foto seguro que son obra de mi prima Gaicos, los que devoraron todos los benineros que asistieron al último encuentro de paisanos en El Cerro de Las Viñas. Al ver la foto, la boca se me hace agua, ya que me llegan a las papilas gustativas el recuerdo de aquellos pasteles que hacía Carmen la de Martirio la dulcera oficial de todas las bodas que se celebraban en Benínar.
No sé cómo se lo arreglaba Carmen, que llegasen a mi casa casi un lebrillo de guñuelos, siempre que se celebraba una boda. Ella decía: Para que coma mi niño.
Las bodas que se celebraban en el pueblo, en primer lugar había que ir casa por casa recopilando sillas,  para que hubiese suficientes asientos para todos los invitados. Por supuesto que también había que concentrar en aquella casa toda la cacharrería del pueblo para montar aquella comilona. La  celebración  siempre en la casa de la novia.
Carmen se pasaba casi dos días las cuarenta y ocho horas friendo lebrillos y lebrillos de buñuelos, ya que era lo más barato y lo más abundante ya que el ingrediente   principal era la harina y el aceite de oliva para freírlos. A la gente había que hartarla de buñuelos, que era lo abundante y ya hartos los invitados, era cuando se pasaban las bandejas de los soplillos elaborados a base de la clara del huevo y almendra y el otro plato, las madalenas elaboradas principalmente con las  yemas de los huevos. Lo complicado era conseguir huevos. Había que contratar a los recoveros de Turón y Locainena para que diesen una batida por todos los cortijos de la Baja Alpujarra ya que las gallinas de aquellos tiempos no ponían todo el año como las de ahora, las de antes ponían por temporada, posiblemente en un nido escondido, preparada por ella, terminada la puesta, se ponían yuecas, desaparecían y pasados los veintiún día aparecía con sus polluelos  y en la cría de sus hijos aquella gallina pasaban el resto del año.
Recuerdo la boda de Isabel Pérez, que fue la primera novia que llegó en coche hasta la puerta de la iglesia, cuando la novia salía de su casa y a escasos cien metros ya estaba en la iglesia, pero llegó en coche y fue la boda más rumbosa que hubo en Benínar por los años cincuenta que marcaría un listón por rumbosa que después ninguna la superaría. Fueron muchas las cuartillas de trigo,  las alcuzas de aceite, la de docenas de huevos gastadas en aquella boda. El padre de la novia viendo como se devoraban los buñuelos, en el quicio de la puerta levantando las manos exclamaba: ¡Comer!. ¡Comer, hasta que no os conozcáis!. Con “el hambre canina” que la población tenía en aquellos tiempos, aquel acontecimiento era el único en el año en que se podía comer gratis y además pasteles.
Qué tiempos aquellos de como escaseaban  los lebrillos de buñuelos, en un pueblo donde la mayoría de los mozos cuando decidían vivir juntos, casarse, los novios se escapaban una noche, (“se ha llevado la novia” se solía decir) aparecían a los dos días y a la siguiente madrugada eran casados en la iglesia casi de forma clandestina. Qué alivio para aquellos padres que los pecados de sus hijos fueron perdonados (al ser confesados antes del casamiento) y ya no vivían en pecado mortal. Que importancia se le daba a perder la honra a la mujer. Como no recordar al cartero del pueblo vecino de Locainena que se llevó la novia, pero a casa del cura para que allí permaneciera custodiada hasta la preparación del casorio.
      


lunes, 14 de abril de 2014

Prefiero cavar que ir al gimnasio.


Recuerdo algunos benineros que disfrutaban cavando, sobre todo cuando se llegaba a la última cavada, se miraba atrás y se contemplaba el huerto preparado para la siembra;  como el pintor al terminar un cuadro o el artesano su última pieza. Recuerdo que Eugenia Doucet, recién llagada a Benínar   no podía resistir contemplar a un beninero que pasaba por delante de su casa con la azada al hombro. Decía que era la mejor fotografía que había visto en toda su vida de cómo andaba erguido andando por la calle empinada como andar por el llano. Que aquel hombre era el descrito por García Lorca: “…, la vara de mimbre de Antoñico el Camborio”. Bien es verdad que es necesario haber nacido con dicho don,  como estar dotado para percibir sonidos y disfrutar de ellos, o, juntarlos todos en una composición musical, componer, crear el  ritmo, el son; el percibir olor, texturas  del estado de la tierra, eso lo disfrutan solo unos cuantos.
A lo que me quiero referir, es que cada vez se está perdiendo  disfrutar cavando, del olor especial que tiene la tierra cuando admite la azada. Utilizo la comparación para que todo el mundo me entienda, se parece al olor que tienen las hembras cuando entran en celo y lo perciben los machos de su especie. 
Hoy he terminado de cavar el huerto y he siento la satisfacción de tener preparada la tierra para recibir las semillas y que crezcan las plantas. Dicha satisfacción es superior a sentir el cansancio. Es superior a que mis hijos aún no se han incorporado  a la siembra del huerto y no encuentro la forma de convencerlos. Es superior a los desánimos  que me intentan trasmitir  mis colegas jubilados que tienen huerto y lo han abandonado por las epidemias que suelen aparecer que comprar los insecticidas, al final salen los productos más caros que si se compran en un supermercado. La satisfacción de la tierra labrada solo lo puedo compartir con muy poca personas y mucho menos con los que viven en una capital que tan lejos viven de la tierra de la que se alimentan.   
Recuerdo que cuando mis hijos eran pequeños y visitábamos a los primos de Almería en la casa de sus abuelos maternos, en la puerta de la casa descargaban un camión de arena para que los críos pequeños jugasen en ella y sobre todo según la teoría del que aportaba la arena: “los niños pequeños tienen que comer tierra”. Para disfrutar cavando tienes que mamarlo desde chiquitito y aún así, ese don no cuaja en todas las personas. 
Dos cosas para terminar:
-         No sé que porcentaje de abuelos que nacieron y vivieron en pueblos, el contacto directo con la siembra, con los animales, las fases de la luna y su influencia en  la siembra por ejemplo, que dichos conocimientos morirán con ellos sin poder trasmitírselos a sus nietos. Y si se los transmiten no los comparten. Deberían reclamar un trozo de huerto a sus ayuntamientos para disfrutar de ellos, y enseñar a sus nietos  que las lechugas por ejemplo no salen de las máquinas. Pero sobre todo que vean cómo crecen las plantas y que sus manos toquen la tierra. Recuerdo a un maestro del piano en la actualidad, (me lo recuerda cada vez que nos encontramos) que cuando era pequeño su abuelo vino a casa le enseñé el huerto y el niño exclamaba: “Abuelo hay zanahorias vivas”.

-         Me estoy planteando montar una academia para que los críos del barrio a la vez que van a clases de todas las asignaturas,  al no  existir las que enseñan a nuestros infantes el lenguaje de la tierra, la siembra, …, y como no a cavar, dicho ejercicio físico además de ser más completo que jugar al fútbol, la siembra siempre da resultados, no como estar toda la niñez y adolescencia ejerciendo un deporte, que cuando se llega una determinada edad, casi todos se plantean su continuidad (sobre todo los que no están dotados para el fútbol por ejemplo) puesto qué, dichos deportes,  ni dan garbanzos, ni cebollas, ni boniatos.     

martes, 1 de abril de 2014

Africanos que sueñan con zapaticos nuevos y brillantes.

Es una foto que terminan de colocar en el foro de Benínar es lo que me ha motivado para sentarme a escribir. A los benineros nos pasa, que todo lo medimos o comparamos con lo ocurrido en nuestro querido pueblo. Allí se nos colocó “las piedras de toque” y en base a ellas hacemos nuestras valoraciones.  En la foto aparecen dos benineros que emigraron en los años cincuenta para trabajar en Montevideo. Vestidos en los años cincuenta como no podían costearse dicha ropa ni el alcalde del pueblo. Paseando por una de las avenidas de dicha ciudad cuando los de su pueblo andaban por caminos y trochas tirando de la soga que iba amarrada a un burro.
Cada vez que aparecen noticias sobre los africanos que intentan saltar las vallas, tanto los informadores como los políticos que manejan el cotarro, no han mamado (palabra que se utiliza en Cádiz a todos aquellos que llegan a dicha ciudad y comienzan a alabarla y el gaditano le contesta dicha palabra), no han vivido el día a día en un pueblo donde poco a poco se va despoblando. Eso le pasa a los informadores y políticos cuando tocan dicho tema. Les faltan matices, palabras precisas, se les nota que hablan por oídas no por conocimientos. Informan del salto a la valla, pero no de las razones por las cuales están arriesgando su vida en el salto. Les falta argumentar lo fundamental, que les impulsan a dichas personas a salir de su aldea. Les falta argumentar que volver significa, volver fracasado a su tierra cuando se está en plenitud de facultades y has gastado todo los ahorros de toda la familia.
Es necesario recurrir a la imaginación para poder describir, (los benineros que inmigraron no dejaron nada escrito) cual es el momento que deciden de marcharse de su pueblo, cuales fueron las razones que les impulsaron a tomar dicha decisión, la salida del pueblo hasta llegar a Cádiz, al puerto de salida, que medio de transporte utilizarían y cuanto tiempo en llegar desde Adra a la tacita de plata, Cádiz. Cuando embarcan y cuanto tiempo tardan en atravesar el charco. Donde más tenemos que poner imaginación es en el dinero que llegan a reunir en Benínar para iniciar el recorrido.
Recuerdo un personaje al que no llegue a conocer, que se decía de él, que salió para trabajar en Cataluña, y que vuelve fracasado y lo más grave en aquel pueblo, que se había rebajado a lo más bajo desde el punto de vista social, que en el recorrido había estado pidiendo. O no pudo adaptarse, no encontró trabajo, …, el caso es que regresa al poco tiempo de marcharse y lo que se decía de forma destacada, es que llegó con dinero en el bolsillo en breve espacio de tiempo y le preguntaban con guasa sus  paisanos:
-         Con el tiempo trascurrido desde que te fuiste hasta que has vuelto, seguro que en todo el recorrido de vuelta has tenido  que estar pidiendo. El contestaba.
-         Si te parece iba a volver dando.
A aquel beninero que no llega a adaptarse, en la actualidad se le preguntaría, por el número de coches que han lavado en la calle, la cantidad de pañuelos vendidos en los semáforos, el número de horas de gorrilla o el número de palomas asadas que cazaron en los parques.
No es el caso de los benineros que se marcharon a “hacer las Américas”, que en tan solo cinco años trabajando en vaya usted a saber en qué, como inmigrante, en su gran mayoría llegaron otra vez a Benínar, al pueblo de donde partieron con dinero suficiente como para comprase una finquita y llegar a vivir en su pueblo con una calidad de vida aceptable. 
Al margen de desarrollar cada una de las incógnitas planteadas anteriormente, lo que nos dice la foto es que de simples agricultores alpujarreños, en nada de tiempo llegaron a comprarse un traje, una corbata, unos zapatos relucientes y pasear por una capital dando dan la impresión de pertenecer a una clase social que en la España de comienzos de siglo XXI diríamos, “clase social media”.
Esas miles de personas que en la actualidad se encuentran deambulando cerca de las fronteras de Ceuta y Melilla, en espera de pasar a la UE, no sé si han sufrido tanto en el desplazamiento desde su país como sufrieron nuestros paisanos para llegar a Montevideo. No sé en qué tipo de trabajo están especializados. No sé a qué trabajo se podrán incorporar cuando lleguen a saltar la valla. No sé si después de vivir cinco años en la UE, podrán regresar a su país y comprarse una finquita. Por más que pienso y pienso en dichos inmigrantes, creo que los únicos que pueden valorar su situación son todos aquellos benineros, los alpujarreños  que decidieron marcharse de su pueblo para “hacer fortuna” en una tierra desconocida, como por ejemplo a Cataluña o a cualquier país europeo, por ejemplo a Suiza y Alemania.
Haber que gobernante de la UE tiene el coraje y argumentos  para montar una oficina "u lo que sea" en el monte Gurugú, sentar en dicha oficina  los mejores psicólogos, “u los que sea”, llamar a cada uno de dichos  africanos (pendientes del salto) y convencerlos que su sueño de conseguir un trabajo digno y una vida mejor en Europa no lo van a conseguir y por lo tanto tienen que darse la vuelta y volver a su lugar de origen. Aunque lo más difícil para el que emigra sea volver a su pueblo y llegar fracasado.

Tengo fe en la nueva generación de políticos españoles (puede ser una razón que me mueva a votar en mayo) que cuando se encuentre en el Parlamento Europeo, a sus colegas parlamentarios les convenzan para que convenzan a los africanos (tanto esfuerzo inútil para su gran mayoría formar parte de los que acuden a comer a los comedores de Caritas) que ni intenten salir de sus pueblos de origen ni llegar hasta las fronteras de Ceuta y Melilla. ¿O no es una solución aceptable para solucionar el problema fronterizo?. ¿O no tenemos que tener fe en nuestros políticos que dicho tema lo van a arreglar?.  ¿Serán capaces de que la solución sea volverlos invisibles y así el problema desaparece?.