lunes, 29 de marzo de 2010

BALANCE

Mañana Martes Santo un sinfín de imágenes volverán a renovarse dentro de mi cabeza al esperar al Señor de Algeciras, el Medinaceli y la Virgen de la Esperanza en el barrio más antiguo de Algeciras al salir de su capilla. Son imágenes mías egoístamente mías, que en cierta medida me ruboriza contar a un amigo. Se parece en cierta media a ciertas partes de mi cuerpo que cuando alguien la roza reacciono, reacciono como un resorte.

Recuerdo que la primera vez que me encontré con dicha imagen mi mujer estaba embarazada de mi primer hijo y al siguiente año tenía a mi hijo con meses en mis brazos. Al siguiente, estaba convaleciente de un accidente, al siguiente, (…), al siguiente, … No me acuerdo de ningún hecho en concreto de cuando cumplí treinta años, (…), ni de ninguno de los deseos que se suelen pedir después de comerse las uvas al compás de las campanadas de año nuevo. En éste Martes de Semana Santa siempre de todas las fotos del año tengo una en especial asociada con dicho día.

Cuando me encuentro cada año con el Medinaceli se parece cuando me encuentro cada año con San Roque y la Virgen del Carmen en procesión en Benínar y en ambos casos todos o casi todos mis recuerdos un porcentaje muy elevado está relacionado con las imágenes donde los protagonistas son mis hijos, de mi familia, de mis amigos.

En el manto de la Virgen de la Esperanza que acompaña al Medinaceli al mirarlo, no le veo los bordados que lleva, veo un gran manto lleno de fotos, fotos propias, de cuando me compré mi primera cámara de fotos hasta las que tengo en la recámara del móvil.

¿Será la imagen?. ¿Será los olores a cera, incienso y azahar?. ¿Será la concentración de un gran número de personas donde en esos momentos vuelven a renovar sus buenas intenciones, donde en sus rostros se percibe la energía positiva?. ¿Será donde la multitud se reúne en mitad de la calle para ejercer una vez al año su derecho al silencio?. ¿Será el agradecimiento a la tierra de acogida?.

A pesar de todos esos interrogantes aún no he llegado a que se me califique como un capillita.

Tampoco he aceptado reunirme (después de ser invitado por un tarifeño muchas veces) en la montaña más alta que tiene Tarifa donde se pueden encontrar vestigios de fenicios, romanos, etc., donde se reúnen todos los años desde tiempos ancestrales un buen grupo de personas cuando es la luna llena de la primavera para celebrar una especie de “aquelarre”.

En éste tiempo de primavera y luna llena, para sentirme lleno de sosiego, tan solo me faltan que lleguen los ruiseñores para volver a procrearse para escucharlos cantar día y noche en los acebuches del Río Pícaro, río que trascurre frente a mi casa. ¿Serán los mismos ruiseñores que anidaban en la Ramblilla de Hirmes o en todas las alamedas del río que pasaba por Benínar?.

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