viernes, 23 de julio de 2010

MESA CAMILLA COJA.

Menos mal que cada una de las mesas que me sirvieron fielmente, incondicionalmente, (…), jamás fueron rencorosas. Nadie como ellas para soportar mis alegrías y mis penas. De cada una de ellas guardo algo y mi amigo Juan que es joyero está (…), pero como tiene otras cosas urgentes no está, por hacerme un relicario de cada una.
La mesa camilla de mi pueblo de mi infancia. La mesa donde me puse a estudiar por primera vez. El pupitre. La mesa de la universidad. La mesa de profe. La última que termino de abandonar (como todas las anteriores) para que se la lleve el camión de la basura.

Una mesa donde se han colocado mis codos cuando me he encontrado abatido, cuando se coloco la tarta del primer cumpleaños del primer hijo, el primer nieto de mis padres; donde he colocado un libro tras otro para llenarme, transportarme a tanta vivencias, … Una mesa no se merece el tratamiento que le hemos al menos los que vivimos en ésta casa, mi hogar.

Los dos niños, mis hijos, sin pensárselo dos veces la han colocado donde están los contenedores de basura. El ordenador se encuentra encima de la mesa nueva de aluminio y la vieja, cuando levanto la vista me la encuentro al lado del contenedor. No lo he podido aguantar, he girado el ordenador 180 grados y termino de arreglar el pastel, puesto que oficialmente en las últimas horas (antes que se la lleven los basurer@s) no solo he consentido que la tiren, es que además, de ser la mesa la que sostenía los mejores manjares, comimos o celebrábamos todas las fiestas y sobre todo la tertulia de sobremesa, con el cafelito (…), le he vuelto la espalda. Tengo el remordimiento que dicha mesa he consentido que se convierta en trasto.

Algo parecido me ocurrió en los últimos días de Benínar, cuando teníamos por narices que marcharnos de nuestra casa de nuestro pueblo. Mi madre en cada viaje que se daba con el traslado le pasaba como me está pasando, tenía los mismos sentimientos sobre su mesa y no hacía más que decir:
- ¡Que se os olvida la mesa!. ¡Se pone un buen paño encima y es una mesa nueva!. ¡Que es la heredé de mis padres!. ¿Dónde pongo los paños de croché bordados por mi madre?. Que ella siempre medía mi estado de ánimo y me comprendía muchísimo más que todos vosotros juntos. Que (…), se puede prescindir de todo menos de mi mesa.

Precisamente aquella mesacamilla, la que antes de ponernos a comer teníamos que encontrar la piedrecita, la chinita que colocada en una determinada pata, lográbamos que no se moviese la plataforma donde comíamos, que no se deramasen los platos con colmo; nos calentábamos cuando el frió y el brasero, la que se le vestía de invierno o de verano, donde seguro mi madre me sentaba antes de comenzar a andar para ponerme a su altura y poder charlar con su bebé, (…).

Otra vez vuelvo a tener la misma sensación que he abandonado a lo imprescindible para organizar una conversación relajada, etc., etc. etc. La primera la dejé abandonada presagiando (escusa para eliminar remordimientos), sabiendo ciertamente que sería aplastada por una de las máquinas que derribaron la casa y la segunda la que colocada a una distancia de trescientos metros, dejó de ser mesa y se convirtió en basura.

¿La nueva mesa que tengo en la terraza será capaz de ser el centro de tantas satisfacciones?. ¿Será propicia para la amistad?. ¿Las musas cuando demande su presencia la aceptarán?.

El coche no es coche, ni la mesa es mesa, hasta que en su superficie se rocía agua bendita y se deja encendida hasta que se consuma una vela. Me lo decía mi abuelo de Tarifa.

Como soy y pienso en beninero, aún tenemos la mesa, tenemos el consuelo, que representa a todas las mesas que había en el pueblo; donde en la actualidad se colocan las vinagreras y los pañitos blancos almidonados, para celebrar la misa el día de San Roque.

2 comentarios:

paco maldonado dijo...

La mesa camilla en cuestión estaba situada en el salón de la casa y el suelo estaba empedrado.
La solería solo estaba puesta en la iglesia y en unas (¿cinco?)casas del pueblo.
Puede que incluso dicha mesa una de sus patas estuviese ocupada por la polilla y estos bichos allí habían encontrado su cantera, de la misma forma que en la actualidad tanto en Coin como en Alhaurín la arena que ha necesitado las construcciones de la Costa del Sol, ha salido de desmochar unas cuantas montañas.
Somos realmente polillas desmochando lo que sea necesario para conseguir lo que va marcando el progreso.
En Benínar hasta que desapareció nunca necesitamos basurero. Eso es un invento que nace ya entrados los años setenta. Todo se reciclaba.
Hasta aquella fecha, nuestros ancestros, las vegas, los cerros, los pocos muebles (...) nos los dejaron sin desmochar tal y como se les había entregado a ellos, los utilizaron, se sirvieron y nos los entregaron sin haber desmochado nada.
Ahora los pañitos de croché que hicieron nuestras abuelas, al no saber dónde colocarlos, lo convertimos en trastos que poco tiempo después se convertirá en basura.
Los beniner@s somos unos pioneros en habernos desprendido incluso de la llave de la casa de nuestro pueblo.
Los últimos sefardies, se dice, se cuenta que aún conservan la llave de su casa de cuando estaban en lo que ahora es España.
Saludos.

Anónimo dijo...

Antes no me dejaba contestar.

Maravillosa la reflexión que haces de tus mesas.

Como te he dicho en el foro, esa mesa camilla,también la compartí con tu familia y mi Angeles, en las veladas de invierno, cuando ya rondaba los trece a quince y dieciseis años. Se me acababa mi tiempo en Benínar...

Juan Gutiérrez.