lunes, 22 de junio de 2009

OTRA VEZ LOS YANQUIS

Soy testigo que Eugenia Doucet se marcha de España para volver a Canadá por culpa de la crisis levantada por los americanos.
Recuerdo que al poco tiempo que la canadiense llegase de nuevo al pueblo alpujarreño de Berja, le invitaron a un baile donde acudían personas de su edad. Allí vuelve a repetirse la historia que tiempos atrás viviera Aba Gardner y un torero español; en éste caso Eugenia y Frasquito.
Un día cuando Eugenia escucha en los medios de comunicación que en EEUU, había nacido una crisis económica, exclama:
- ¿No es posible que una crisis económica que nace en EEUU cruce el Atlántico y lleguen sus sacudidas hasta la calle Chiclana en Berja, Almería, España?.
La crisis de los Yanquis poco a poco la canadiense sentía su efecto al acudir todos los meses al banco a recoger los dólares que le mandaban de Canadá para comprobar desolada que cada vez regresaban con menos euros a su casa de la calle Chiclana.
Frasquito con noventa años y Eugenia con ochenta y siete llegó el momento que al levantarse un día después de estar juntos catorce años, (conforme avanza la crisis económica) al preguntarse qué harían aquel día, su forma de mirar fue cambiando hasta que ya se respondían sin mirarse a los ojo.
Una noche fatídica al levantarse se encontraron que alguien había dejado una calculadora en la mesita del salón al lado del mando de la TV.
Desde aquel día Frasquito en vez de vestirse de calle como hacía todos los días, en aquella ocasión, se deja el pijama se sienta en su butaca y coge el mando de la televisión.
Poco tiempo atrás, (antes de la crisis) Frasquito se vestía como San Luis y al salir de casa llenaba de besos y abrazos a su amada; se marchaba todas las mañanas a tomar cafés en cualquier terraza en la plaza de su pueblo, mientras Eugenia, en todo ese tiempo era donde le llegaba la creatividad. Desde que le enseñaron el manejo del ordenador por él su imaginación se escapa tan lejos todos los días que era capaz de cruzar el Atlántico varias veces visitando a cada uno de sus once hijos que tiene en Canadá mientras la olla en el fuego hacía, ¡pus!, ¡pus!, ¡pus!, o la plancha esperaba que Eugenia sacase la raya al pantalón de su torero.
Antes que apareciese la maldita calculadora, llegaba la tarde y ambos tenían que darse su vueltecita por el pueblo para ir saludando a sus conocidos para demostrarle su preocupación por la salud de sus vecinos.
Cuando salían solos utilizaban bastón; al salir juntos se cogían del brazo para llevar seguridad mientras caminaban y siempre terminaban donde ya les conocían, en el bar, en el rincón de sillas negras con asientos redondos; se sentaban donde siempre, les atendía el mismo camarero con una amplia sonrisa adivinando casi siempre lo que les apetecía en aquellos momentos a los dos enamorados.
La crueldad de la crisis que en forma de huracán ha cruzado el Atlántico, ha llegado hasta Berja, ha barrido las sillas de la plaza del pueblo donde Frasquito pasaba las mañanas con sus amistades charlando sobre los acontecimientos diarios del pueblo, la mesita y las dos sillas negras con asientos redondos, donde entre tapas y vinillos cogían fuerzas para un bailecillo, y al caer la tarde, como ocurría siempre, el que siempre en todas las reuniones tiene un despertador en la cabeza, comenzaba a bocear la hora de cierre del establecimiento.
Ya en el aeropuerto de regreso a Canadá Eugenia dice totalmente convencida que aquella máquina estaba programada para convencer a Eugenia y Frasquito, que había sido un sueño las mañanas de tertulia en la plaza del pueblo, recorrer las calles cogidos del brazo para interesarse por la salud de sus vecinos y las tardes noches donde las tapas y el vino a los dos enamorados les daban fuerzas para los dos abrazados moverse al compas de un pasodoble.
El catorce de febrero aparece en la pantalla de la calculadora:
- Frasquito tendrá que solicitar pasar el resto de su vida en una viejería y Eugenia Doucet, será repatriada a su país de origen, Canadá.

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