viernes, 11 de diciembre de 2009

TARAREO SIN DARME CUENTA.

En Benínar recuerdo a un hermano de mi abuela que siempre que nos cruzábamos por la calle me llamaba tremendamente la atención que siempre iba tarareando alguna que otra coplilla. Me llamaba la atención por ser una de las pocas personas que encontraban en el pueblo una razón para ir y volver del trabajo en el campo tarareando. Me paraba delante de él le miraba fijamente y me decía: “!Venga!. ¡Canta conmigo!”.

Ahora que nos llegó el tiempo de ir tarareando las canciones antiguas, en este caso los estribillos de villancicos cuando voy paseando por la calle sin prisa pero sin pausa, a pasito lento, sin menos preciar una conversación en un encuentro fortuito con algún conocido, he caído de golpe en la cuenta que solo me acuerdo de las nanas que se cantan por estas fechas al Manuel, al que nació en el pesebre pero no las de mi pueblo la de mi comarca, la Alpujarra, tarareo las propias de la tierra donde estoy viviendo.

Que árida la tierra que me vio nacer y que fértil en la que vivo en el tema de las tradiciones, sin ir más lejos la Navidad.

Desde que se arranca del almanaque el mes de noviembre y aparece diciembre, en todos los medios de comunicación se anuncia que cada día a determinadas horas se puede asistir a la actuación de un determinado grupo que canta a la Navidad. Cada grupo con sus canciones, con sus estribillos, con sus dejes y entonaciones, con sus instrumentos de toda la vida y con su grupo de personas que incondicionalmente acompaña a los cantantes (a la pastoral) allí donde acuden a actuar.

Todos estos grupos tienen de denominador común que le siguen cantando al Mesías y que la mayoría por muchas actuaciones que tengan ninguna está prevista hacerla en un templo, en su parroquia, o delante del belén que se montan en todas las iglesias de Algeciras.

En Benínar se ensayaban los villancicos con el fin último de cantar todos ellos en la iglesia, sobre todo en la Misa del Gallo y en los días claves que empezaba la noche del veinticuatro y terminaba el día de los Reyes Magos.

Es de suponer que en la tierra donde vivo, en aquellos tiempos allá por los años cincuenta y terminando con los setenta también sería de dicha forma y manera, en la que dichos villancicos primero se cantaban delante de los belenes en cada parroquia y lo de la calle se consideraba como añadidura. La liturgia sería parecida a lo que ocurre en los carnavales, primero se cantan en el Gran Teatro Falla y cumplido dicho trámite es cuando coros, comparsas y chirigotas se lanzan a las calles para ser de las calles de la Tacita de Plata.

Las gentes se han ido retirando de la Iglesia pero no de cantar villancicos al mismo protagonista, quizás porque en cada grupo existen unos jóvenes como María y José y recién nacidos muy cercanos a los que se ponen a cantar.

Se ha perdido el culto a todas las imágenes de los belenes, el acudir toda la familia trajeada a la Misa del Gallo, pero no se ha perdido la sensación que despierta una madre dando de mamar a un recién nacido y ponemos todo nuestro empeño que no desaparezca lo que dice la estrofa del villancico: “Dile a la abuela que venga, / que venga corriendo el abuelo, /a cantarle villancicos / y a tocar con el pandero”.

A los abuelos seguro que en estos días siempre (donde ha permanecido la tradición) se les escapa un villancico en la bulla que se forma en torno a la mesa o alguien de la casa le pide que coja la pandereta y tararee un villancico. La pandereta que pertenece a la familia y el villancico que lo saben cantar todos.

No sé si el que está leyendo le ocurre como me pasa a mí, sobre todo en estos días cuando veo a un niño en brazos de su madre. Le suelo tararear: “Es muy chiquitito el niño Jesús, /una virgencita y rayo de luz / ya le veo jugando el crio en la calle /pero es muy pequeño no quiere su madre”.

En esta fecha, sin dar explicaciones trascendentales al ir paseando, siempre encuentro un motivo para tararear un villancico que su estribillo me suele durar hasta que tropiezo con otro motivo para tararear otro.

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