jueves, 28 de enero de 2010

LA PACHAMAMA PARA UN ALPUJARREÑO

Hoy tenía pensado escribir sobre los carnavales. Los que vivimos en Cádiz (y nos gustan), desde el mes de enero estamos disfrutando de ellos. Pero, (…) me he encontrado con el mar y me ha invitado que fuese al faro de Punta Carnero, justo en el centro del Estrecho de Gibraltar para que viese el espectáculo. Los que vivimos nuestra niñez en un pueblo tenemos un vínculo especial con la Madre Tierra y sus cuatro elementos básicos.

A los que el cielo nos despertó una noche para que presenciemos en vivo y en directo el espectáculo de los dioses; no sus divinidades el de oriente o el de occidente. Todos. El de los egipcios, griegos, chinos, indios americanos, etc. Los que fueron y serán el origen de la vida: Sólido/tierra, líquido/agua, gas/aire, plasma/fuego.

Los que vivimos en Benínar, en la Alpujarra en primera fila la tormenta de octubre de 1973, quedamos marcados para siempre, como el que en cualquier parte de la tierra se encuentra en el ojo de un huracán; el navegante que ve su vida en peligro en una ocasión determinada; el que corre (al cuatropies como se decía en mi pueblo) delante de la lengua de lava de un volcán o el que ve como la tierra se abre ante sus pies por una sacudida sísmica.

Las magias que los magos de asfalto, los que preparan su numerito en los escenarios, las olvidamos fácilmente. Caca de la vaca en comparación cuando los cuatro elementos llegan a ponerse de acuerdo para enseñar a los mortales, que ellos realmente son los que les sale la magia por los cuatro costados, los dueños de lo mágico. El espectáculo en conjunto o de forma individual, cuando ellos dicen “aquí estamos”, el que se encuentra en el lugar y a la hora prevista por ellos los elementos, al mortal se le quedara grabada en la retina de los ojos el espectáculo para siempre.

Aquella noche en Benínar, las nubes tan negras como la pizarra. Para que la noche fuese día el cielo preparó todos los rallos, no para unos minutos, para unas cuantas horas (y además, no como con la miseria que se decía en el pueblo que preparaba las migas el compadre Andrés, para una caterva de niños en el año La Hambre, con un kirieleisón de aceite), para toda la noche tan iluminada como se ilumina el cielo de Dalías en la fiesta del Cristo de la Luz. El agua no, todas las que se pudiesen reunir. Con el poder de convocatoria que tenía nuestro Emperador Carlos para juntar tropas para arrasar puesto que se trataba de eso, el agua se abrazó a la tierra para que no quedase piedra sobre piedra de todos los balates de todos los huertos que encontraban a su paso desde El Mulhacén hasta Adra.

Hoy he podido contemplar (es de suponer que es un ensayo de los que suele hacer el agua) en el Estrecho de Gibraltar el lienzo que tienen en común el Mediterráneo y el Atlántico. La Bahía de Algeciras con color a barro por estar entrando en ella el caudal de todos los ríos que en ella desembocan, ha llegado una pincelada en forma de lengua de agua clara y cristalina del Atlántico y ha intentado cambiar en una sola atacada el color de las aguas de la bahía. No lo ha conseguido, pero como cada seis horas el pincel le corresponde a uno de los dos, tiempo al tiempo que el que quiera ver el cuadro con tonalidades azules y marrones, que venga. El mar y el océano saben nuestros gustos en colores y si no tenemos prisa aparecerán veleros, barcos y muchos bichos pupulando.

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