viernes, 1 de febrero de 2013

La ira de los necios

 
Recuerdo en Tarifa que cuando mis amigos Wenceslao y Chan Luna tenían “viento en popa a toda vela” la revista Baelo, alguien le manda un artículo sobre el tonto del pueblo. Al ser publicado se armó la grande en los corrillos del pueblo y en cierta medida el boicot aparece sobre la revista por “meterse con el tonto del pueblo”. En lo que sigue, en Benínar son los cuerdos los que se enfrentan a los necios.
Este escrito va dentro de lo que empezó en su día con el título general de LA MOLINETA.
En nuestro caso beninero, es en el tiempo de las explotaciones del Pozo de Malacate entre otros, para la obtención del plomo. Volvamos otra vez a poner la fecha del 1820, (años arriba, años abajo), cuando llega el malagueño a Benínar.

Según recoge Andrés Sánchez Picón en su libro LA INTEGRACIÓN DE LA ECONOMÍA ALMERIENSE EN EL MERCADO MUNDIAL (1778-1936) la década 1830 fue terrible para los cerros de Benínar entre otros pueblos. Los de mi generación  tienen clarísimo lo ocurrido, puesto qué, vieron los tractores, (cuando se estaba construyendo la presa),  por todos los cerros deforestando a fondo arrasando flora ya fauna autóctona.

Nada más ver la foto que me mandó José el del Canónigo en el día en que se casaron mis tíos Pepe y Clarica en los años cuarenta del siglo pasado, en primer plano está mis abuelos Papanino y Paramón y al fondo se ven los cerros de Los Meloncillos totalmente desolados. Una imagen actual sería la que presentan los cerros en estos momentos la zona de Tabernas en El Naciente de  Almería.

Aquí empieza la historia de un beninero conocido como El Moruno el tonto oficial del pueblo que con haz de leña a la espalda para calentarse esa noche de invierno va entrando al pueblo y se cruza con una recua de burros cargados de leña que van con dirección al paraje conocido como Cintas, donde estaban los boliches, hornos rudimentarios para la primera fundición del plomo. El tonto suelta el haz en el suelo y comienza a enfrentarse con los leñadores. Los leñadores que son más le dan una paliza y lo dejan a mal traer en el suelo y siguen su camino. Cuando los leñadores llegan a la explotación le cuentan al malagueño lo sucedido. Le proponen al señorico de las minas lo siguiente:
-                  - Deberíamos montar al tonto en un burro y dejarlo mal herido por lo menos en Dalias         (a veinte kilómetros de Benínar). Mientras se recupera tiempo tenemos de acaparar buena cantidad de leña.
-         A Dalias no a Málaga lo más cerca. Le contesta el jefe.
Cuando se va marchando, alejándose de los leñadores, va diciendo en voz alta: Presiento que tal y como está el pueblo de necios, serán unos cuantos los viajes que se tendrán que realizar.

 Dicho y hecho, al más fuerte de la explotación se le encomienda la labor del traslado forzoso.
Cuando el bruto va a buscar al tonto al pueblo, antes de ser apresado comienza a dar voces, saltos, a soltar espuma por la boca, a tirar piedras, a defenderse y la población acude al revuelo que se estaba produciendo.
Los viejos y los necios, son los que se enfrentan al forzudo  que el tonto sea atrapado, mientras  los dueños de las fincas, los que tienen alguna  explotación minera son los que reculan y se van uno a uno con la cabeza baja.
El grupo que ha logrado que no se lo llevasen, comienzan a comentar entre ellos las razones de la locura del paisano. El grupo está formado por todos los lisiados de las explotaciones mineras, los tuberculosos, los cojos, los mancos, los que estaban “al salto de mata” para conseguir un poco de alimento y su alimentación se centraba en lo que en cada época conseguían del campo. Bayas, algarrobas, bellotas, castañas, cogollos de palmito, las cerrajas, casi todo tipo de cardos,  etc. Poniendo trampas para los animales o los pájaros. Los pobres de solemnidad también se unen a las protestas. Son los que había en el pueblo, que iban aumentado, que llegaban de los pueblos de alrededor, que formaban grupos que acudían a aquellos lugares donde podían encontrar comida, llegaban a Benínar por el trasiego y la entrada de dinero que representaba  los minerales. Para servir a los nuevos ricos a cambio de comida. Como consecuencia de las extracciones  de plomo, la población de Benínar crece de unas cincuenta personas a llegar al censo de mil, terminado el siglo.

Un viejo con un manojo de esparto debajo del brazo, con una pleita a medias, lleno de resignación o trabajando para los aperos de los medios de transporte comenta: 
-         - Los boliches necesitan leña y todo el matorral del monte.
Una vieja indignada le contesta:
-         - ¿Hasta dónde querrán que caminemos para conseguir un hacecillo de leña, para hacer la comida y calentarnos?.  

Para  los que se han marchado a sus casas, los dueños de las fincas sobre sus conciencias desoladas y desérticas  cabalga a trote sobre su burra el tonto y la solución para ellos es que el tonto  desaparezca de la faz de la tierra. Al acabar con todos los árboles y matorral de los terrenos comunales, el malagueño ha ido comprando toda la vegetación de las fincas con propiedad y los que se resisten a venderla, hasta ahora, es por agonía, o porque aún sus hijos no estaban trabajando en los pozos o porque su conciencia estaban más cerca del loco que del malagueño.

Los argumentos del malagueño, que llegan hasta la generación que me precede, (puede ser aproximadamente el comienzo de los setenta del siglo pasado  donde solo se siembra en macetas plantas que no daban frutos comestibles,  en el campo, almendros, olivos o higueras, sembrar un magnolio, se consideraba un despilfarro), es eliminar todos aquellos árboles o matorral que de ellos no se aprovechase el fruto y en aquellos momentos  los boliches necesitaban combustible. En primer lugar desaparecen de la vega y de los montes, las moreras, las encinas, los alcornoques, los acebuches, las plantas que producían bayas, retamas, bolinas, tarajes, etc.,  y como las matas de esparto eran tan numerosas y necesarias, se inventa la frase “que había que entresacarlas”, una sí y la otra no, que después con la escusa de dejar la tierra preparada para las sementeras, las atochas, desaparecen casi por completo de Benínar y sus pueblos colindantes, a pesar qué, de ellas se sacaban todos los aperos que se les colocaba a las bestias para el transporte del minera. Las aguaderas, las curdas, tomizas, los capachos, serones, etc., hasta los paneros.

Al desaparecer la vegetación, desaparecen todas las aves, todos los bichos y todos los insectos. El panorama que dejan los boliches es desolador en toda la superficie que empieza en Turón, Benínar y entra también en la desforestación toda la Sierra de Gador.  Es el paisaje que refleja la foto de Tabernas descrita con anterioridad casi un siglo después, cuando se casan mis tíos en el Cortijo del Canónigo. 

Cuando el forzudo llega a presencia del malagueño sin el tonto le pregunta:
-        -  ¿Qué ha pasado?. 
     El bruto, encogiendo los hombros y abriendo los brazos intenta explicar, pero el malagueño con las manos le dice que se calle y le contesta:
-         - No me digas nada. Presagiaba que la ira de los necios tenía que aparecer en cualquier momento. Pues nada. Que le den escopetas a los leñadores.

 Nota:
El título de este escrito lo he tomado de un libro que estoy buscado y no encuentro de Juan García Pérez
    

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Paco no entiendo porque no as puesto esa foto que te ubiera quedado mu bien para el articulo.

paco maldonado dijo...

Por ser una foto pequeña y además muy estropeada. Una foto de setenta años.