viernes, 25 de enero de 2013

Buscando el patrimonio perdido.



En aquellos momentos en que empiezan a aparecer las nubes en el cielo donde residamos, creo que los benineros las medimos con aquello que nos enseñó la naturaleza donde nacimos. Las comparamos con aquellas que aparecían  por el Cerrajón de Murtas y las medimos y valoramos la  mayor o menor abundancia de lluvia según por el color de las nubes y relámpagos; pronosticamos la cantidad de agua que va a caer.  

Julio ha llegado con un camioncillo a aquel pueblo fantasma, ya sin respiración, Benínar. Como el muerto en el ataúd a punto de ser enterrado. Julio se encuentra solo, pero el corazón le late mucho más de la cuenta. Ha estudiado una y mil veces las respuestas que tiene que dar, si se encuentra con algún beninero o si los mandamases del pantano llegan en un momento determinado. Julio tiene la conciencia dividida, en: ¿Lo que en aquellos momentos va a hacer es robar o es preservar?.

Va a recopilar, rescatar todos aquellos objetos testigos de lo que fue una forma de vivir, de medir, de pesar de hacer de aquel pueblo totalmente abandonado. En aquellos momentos tiene claro que aquellos objetos deben ser salvados. Julio duda en aquel momento si marcharse con el camioncillo vacío y aquellos objetos desaparecerán para siempre, o ir casa por casa recopilando los objetos que ya había amontonado con anterioridad. Retrepado en el asiento del vehículo está esperando una señal para actuar y la encuentra al mirar al Carrajón de Murtas, por donde siempre entraron las tormentas a aquel valle de Benínar. Negros nubarrones van creciendo y ocupando el cielo alpujarreño. Sabe por experiencia que como caiga una tormenta comenzará a llenarse el pantano, comenzará a ser absorbidas por el agua las casas y todos aquellos objetos dejados por sus moradores, desaparecerán definitivamente, para siempre.

Por fin decide bajar del vehículo y caminar por las calles del pueblo. Observa que alguien, se le había adelantado y había dejado todas las casas sin ventanas, sin las puertas, sin todas aquellas cosas que flotasen en el agua. Toda aquella tecnología primitiva, que él la había visto cuando el pueblo estaba lleno de vida y funcionaban. Que fueron pasando de padres a hijos de generación en generación.
Es consciente que le han visto desde las oficinas de las obras de la presa y piensa que pueden llamar a la Guardia Civil y presentarse de un momento a otro y ser acusado de expoliar lo que sus dueños dejaron como inservibles, que a juicio de todos era robar todo el patrimonio de un pueblo. Julio se pregunta y se contesta así mismo: ¿Salvaron tan solo los santos de la iglesia repartidos  sin justificación alguna, sin un mal papel donde quedase escrito quien eran sus auténticos propietarios, que sirviese como argumento para poder reclamarlos la comunidad?.

Julio decide bajar del camioncillo y  andar por sus calles y se sigue preguntando al observar: ¿Pues no se han desaparecido las puertas, y ventanas, y no ha pasado nada?.
Continúa preguntándose así mismo: Al ser abandonados por sus propietarios, ¿habrán sido los funcionarios  del pantano que amontonaron todo aquello y le pegaron fuego pensando que sería verdaderamente sangrante si saliese la foto en algún periódico, ver la superficie del  agua del pantano llena y flotando en sus aguas:  Puertas de las casas, las de la iglesia con su techo mudejar,  camas, colchones de lana,  catres, sillas, mesas, arados, yugos, horcas, las artesas (donde se moldeaba el pan), las palas que sacaban el pan del horno, las cuartillas, celemines, (las medidas del grano que después serían el pan de cada día), las angarillas (que fueron vitales para la construcción  de las casas, para levantar todos los balates de la vega y secanos), las tablas donde las pastoras comprimían la cuajada para que saliese el queso, las tablas de trillar, las sillas y pupitres de la escuela, los palos de barcinar (los que fueron imprescindibles para el transporte de las gavillas de trigo a la era), las cantareras,  las poleas de madera, (que fueron imprescindibles para la construcción de todas las casas del pueblo) etc.,  todo lo que pudiese flotar?. 

Julio quiere pensar en positivo y creer que los responsables de las obras del pantano (se trataba de ingenieros los más inteligentes y conocedores del valor cultural y patrimonial de aquel pueblo alpujarreño), fueron los que guardaron todo lo descrito a espera de ser reclamados.           

Aparecerá la segunda parte.

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