martes, 27 de noviembre de 2012

HABEMUS ZANJA.



Como sus reales le costó, Faustino y la frenillo saltaban abrazados encima de la última lomilla de launa la que impedía  que corriese el agua de la Acequia de la Vega. No ha sido fácil la excavación de la zanja.  Los últimos que terminaron el trabajo fueron un grupo de trabajadores traídos de Berja. En la mediación de la excavación corrió el bulo en el pueblo que, “aquella alteración de la naturaleza traerían más demonios que ángeles”. Mal fario, y por ello a pesar de cobrar su jornal no se encontraban benineros para tal trabajo. Los trabajadores llegados de fuera  no se marcharán del pueblo hasta que estuviese construida la acequia, el molino, la almazara y la molineta. Como la financiación de dicho trabajo es por parte del extranjero, (persona ajena a la población), los del lugar se preguntan: ¿Qué pretende?.

Para la mitad del pueblo Faustino es respetado y alabado pero la otra mitad,  le tienen coraje. Unos se quitan el sombrero cuando pasan a su vera, como se solía hacer cuando los hombres se cruzaban con el cura; pero otros evitan el encuentro, dan el rodeo para no encontrase y cuando no queda más remedio cruzarse con él, acachaban la cabeza y arreaban al animal para que cogiera el trote. El dicho: ”Virgencita que me quede como estoy”, era dar carpetazo a las conversaciones de los benineros cuando analizaban los beneficios de la dichosa zanja. Todos se preguntaban: ¿Para quién serían los bancales que les llegaría el agua de la acequia?. ¿Para quién sería el molino?. ¿Para quién la almazara?. ¿Cuántos reales le costaría a cada uno del lugar todo aquello si llegan a comprar, ser propietarios?. Toda la gente del pueblo estaba convencida que todo aquello que pusiera en funcionamiento el agua de la acequia sería para aquellos trabajadores que habían excavado la zanja al haberse negado ellos. Nadie sabe nada de nada, y, el fenómeno de no fiarse nadie de nadie, volvería a revolotear, mejor dicho: El pueblo es ocupado por una densa niebla que no hay forma que se levante y lo deje todo despejado.   En Benínar cuando se expropiaron las tierras para la construcción del pantano dos siglos después, vuelve a ser invadida por la misma niebla. Vuelve a repetirse el mismo fenómeno cuando a los expropiados por la presa de Benínar, cada uno, se niega a decir la valoración de su finca.  Se les ofrece casa y tierras en Santo Domingo, en el Poniente de Almería para la construcción de invernaderos y tan solo cinco familias aceptan dicho ofrecimiento.

Estos dos fenómenos o comportamientos de los benineros como grupo de gente pegada a su tierra, serán analizados posteriormente con más profundidad.

Faustino no aceptaba la resignación a la supervivencia en la que se encontraba la mayoría de la gente del pueblo, cuando en aquella época Europa se estaba industrializando. En cierta medida esta postura a seguir en lo conocido: La burra, la espuerta, la azada y la hoz, repercute en el escaso número de trabajadores que acuden a la explotación minera. 

La comercialización de La Alpujarra, de Almería, con relación a la agricultura en primer lugar fue la seda. En segundo lugar la barrilla. Le siguen los parrales. Por último de la recogida de las alcaparras sale el poco dinero que necesitan los benineros para compararse la mínima ropilla, la célebre maleta de cartón y el billete `para ser emigrantes.

Cuando Faustino llega al pueblo, la mayoría de la población beninera se dedica a la agricultura y ganadería y el poco dinero que consiguen es gracias al cultivo de un determinado grupo de plantas para conseguir de ellas el carbonato sódico a partir de la calcinación de dichos matojos. Es decir, vendiendo cenizas de donde se obtenía la barrilla. Dicho producto era la materia prima para la fabricación del vidrio, para la limpieza de la ropa, y sobre todo para la obtención del jabón. Estas plantas son sembradas en los secanos del pueblo alternando los cultivos del trigo y la cebada. Dichas plantas aún se pueden encontrar visitando aquellas tierras que no fueron arrasadas por las máquinas en el entorno de Benínar.       

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