jueves, 15 de noviembre de 2012

CORRE TODO LO QUE PUEDAS




Los Heredia de Málaga en el 1820 era una familia (hoy se les catalogaría de emprendedora) que pretendía crear en su ciudad un polígono industrial que en aquel tiempo no existía en España. Dicha familia descubre que el carbón mineral será el motor de la industrialización que se está desarrollando por toda Europa pero que aún no había llegado a España. En Málaga se crean unas cuantas industrias y para ello se necesitaba mano de obra que llegue de otros lugares. Para ello se construyen unos cuantos barrios para alojar a los obreros que llegan de otras partes. A este hervidero vuelve Faustino para plantear la construcción de la zanja en Benínar.

Cuando nuestro protagonista entra por la puerta de aquella gran casona en Málaga, para él es volver al regazo, a los juegos de niño y adolescente y por ello una amplia sonrisa se hospedará en su cara que durará hasta que vuelva de nuevo a subir al carromato de vuelta a los trabajos encomendados en La Alpujarra. Al primero que ha visto es al jardinero y se han sentado en el muro de un  arriate los dos juntos y se han puesto a hablar mientras que de vez en cuando se dan un abrazo, mientras el jardinero le está poniendo al corriente de todo lo ocurrido en su ausencia. Ha llegado el ama de llaves, se ha sentado con los dos y los recuerdos los han contagiado, las risas son espontáneas y del encuentro los presentes no perciben que está pasando el tiempo que el sol no se detiene para que ellos disfruten.
               
Cuando el dueño y señor de los Heredia tiene a Faustino delante y escucha los proyectos de aquel joven (aquel entrañable niño que nadie de la familia daba un real por lo que sería de mayor) que se ha transformado no solo en todas las palabras que utiliza, también físicamente lo ve espléndido. El dueño y señor está embobado y a todo lo que dice le contesta un:
-          Por supuesto que sí.

Faustino regresa  con una faltriquera tan repleta que puede  comprar todas las molinetas que se puedan construir en todos los pueblos de La Alpujarra.

Durante todo el camino de vuelta va recordando aquella conversación mantenido con el jardinero cuando le pedía que le explicase como eran aquella gente al vivir en aquel lugar tan aislado.
Faustino encogiéndose de hombros le dicia:
-          Los “extranjeros” que estamos en el pueblo somos tres, el cura, el secretario y yo. El secretario es de los pocos que saben leer y escribir y por ello mira por encima del hombro a todo los benineros, menos, claro está, les pide un cesto de frutas. El cura solo se relaciona con los cazadores. Cuando se sube en el púlpito, él dice que para que le entienda la gente tiene que recurrir a ejemplos de caza. Para mí sus sermones son patéticos. La población vive en pequeñas viviendas. Familias llenas de niños que los padres se lo ven y se las desean para alimentarlos de todo aquello que puede sacar del campo. No tienen otro recurso. Si las lluvias son propicias comen, si las lluvias no llegan a tiempo, pues no comen. Apenas si tienen animales, puesto qué, lo prioritario es comer y tanto el cura con el sermón de los lirios del campo, los pájaros, … “que Dios proveerá”, y, sobre todo observan a los animales y de su comportamiento deducen comportamientos para aplicarlos a ellos y la comunidad. Los hombres son los que suelen visitar los pueblos importantes de Berja y de Ugijar y entienden el progreso a su manera. Las mujeres casi todas mueren sin conocer los pueblos cercanos, ellas que son más propensas a la innovación al no verlo no existe, el progreso no llega.

Desde que nacen parece que los padres le dicen a sus hijos: Corre todo lo que puedas para que no te salgas del sitio. Corre a por agua, a por leña, a por hierba para los animales, a pedir fuego, hacer la comida, meterla en el cenacho que en el campo el hombre espera. Además de todo esto y mucho más motivos para correr, corre que espera, coger la oliva coger la almendra. Cuando ya no se puede correr más, cuando la vida los para, los frena, a las ancianas se les dan las agujas para calceta y a los ancianos el manojo de esparto para hacer pleita, remendar los serones, los capachos, las aguaderas.
             
Pero lo que aflora durante todo el viaje desde Málaga hasta Benínar una y otra vez es lo que le dijo con sonrisa picarona el ama de llaves:
Escuché por casualidad que el dueño y señor por fin aceptó lo que constantemente pretende tu tía, preparar tu casamiento.



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