domingo, 22 de marzo de 2020

Pario cuando dejó de sonar la campana.


En estos días de coronavirus en España, en el mundo, que los medios de comunicación no tienen otra noticia que ponernos en la televisión, y todos obligados a estar dentro de la vivienda las 24 horas, no puedo quitarme de la cabeza el recuerdo de mi abuela Antonia que murió el mismo año que nacio mi primer hijo.
El año que nació mi padre, en febrero del 1918 el año de la gripe, en un pueblo de la Alpujarra que precisamente en ese año no había médico en el pueblo. No se como imaginarme aquel parto de mi abuela. En un pueblo que tendría cerca de los mil habitantes llega la epidemia de la gripe y se lleva por delante el 20% de la población,  sin que se conociera los medicamentos que en la actualidad tenemos a nuestra disposición, ni mascarillas, ni guantes ni ...., y mi abuela se pone de parto. ¿Estaría ella sola en el parto?. Mi abuelo seguro que no estaba junto a ella, puesto que, en aquellos tiempos cuando la esposa se ponía de parto había que quitarse de enmedio, había que desaparecer de aquel lugar.
Recuerdo una frase que mi abuela me dijo unas cuantas veces:
- Yo estuve sin parar quince años amamantando a mis hijos. Cada tres años nacía uno, dejaba de darle el pecho al primero y empezaba otro el recién nacido.
Una semana antes de los dolores de parto, el cura había tomado la determinación que la campana de la iglesia dejase de sonar, de llamar a los feligreses a los entierros de los paisanos que morían casi a diario ya que eran tantos los que morían todos los días que cada vez que sonaban las campanas los que estaban afectados por la gripe y sus familiares escuchar el sonido de la campana sonaba a amenaza de muerte.
El cementerio que había era pequeño. Deciden crear otro más grande. Deciden comprar un atauz
y en el transportaban a todo el que moría en ese día. Dicha caja permaneció en el cementerio hasta que llegaron los del pantano y desapareció como tantos otros recuerdos.
Por la segunda prueba que pasó mi abuela fue cuando llega la Guerra Civil a  España y le llaman a la puerta de su casa tres veces para llevarse a sus hijos al frente. A uno de ellos se lo llevaron al barco cárcel que había en el puerto de Almería con condena que desconozco. Debe ser tremendo que se lleven a tus hijos a la guerra y no tener noticias de ellos hasta los seis años que es cuando vuelven al pueblo después, ya que al salvarse de no morir en el frente,  después estos jóvenes tuvieron que hacer tres años de mili. Ese tiempo de tres años de guerra se los pasó en la batalla del Ebro y los tres años de la mili mi padre se los pasó en Marruecos marcando la frontera entre este país con su vecino  de occidente. Al menos así fue la historia de aquellos años de mi padre ya que cada hermano tiene la suya.
La tercera etapa y creo la mas dolorosa fue cuando llego a la vejez y las fincas que tenía, los hijos se la reparte sin establecerse que cantidad de dinero o que alimentos tiene derechos ella a recibir todos los días del año.
Recuerdo los años cincuenta y sesenta a mi abuela viviendo en la parte alta de su vivienda con un fuego de leña para hacer la comida y calentarse. Recuerdo que como en mi casa había una tienda de comestibles, un trozo de bacalao, unos cuantos garbanzos, un poco de arroz, azúcar, ... Todo eso se lo llevaba a escondidas sin el consentimiento de mis padres. Recuerdo hablar con la que tenía una manada de cabras, Encarnilla la Hogirre, que  repartía diariamente la leche que le ordeñaba a las cabras, vendía le leche por las calles del pueblo. En secreto  darle el dinero que costaba llevarle todos los día un cacharrillo de leche. O se lo pagaba yo a espaldas de mis padres siendo yo un adolescente o mi abuela, no desayunaba.  En aquel tiempo no llegaba el café al pueblo. No tenía nada para desayunar si no tenía leche y a esta echarle unos trozos de pan. Muy escaso dinero tenía, lo imprescindible guardado en su faltriquera, (una bolsa de tela que tenía amarrada a la cintura, debajo de todas las faldas que tenía puestas o podía disponer de ellas). No creo que mi abuela tuviese dinero ahorrado y por ello no se lo gastaba en el día a día. Si hubiese sido así seguro que ella no hubiese aceptado todo lo que yo le llevaba o me lo hubiese pagado. La sonrisa que me daba como precio  a lo que le llevaba era para mí más que suficiente. Este tiempo de estrecheces se termina cuando su hija pone una tienda de comestibles en los bajos de la vivienda y su nieto que le proporcionaba la comida se marchó a estudiar a la capital.
Por supuesto que todas las mujeres de su generación fuesen o no fuesen "ricas", (es decir tuviesen o no bancales donde sembrar frutas y hortalizas), hablarían de la comida diaria cada vez que se juntaban todas todos los días cuando sonaba la campana convocándolas para rezar el rosario en la iglesia.
Lo último. Cuando se muere las autoridades  que estaban construyendo la presa, el pantano, impiden que sea enterrada en el nicho familiar, su marido, sus hermanos, ya que el cementerio de Benínar, el pueblo, sería destruido en poco tiempo y por ello es enterrada en el cementerio del pueblo cercano, el de Berja.     

1 comentario:

Anónimo dijo...

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