jueves, 11 de agosto de 2016

Guadalupe la cigarrera




De ella aprendía que se puede tener de todo, creando tus propios sueños  en cada momento, aunque se viva en la soledad después de haber tenido todo lo que tienen los ricos. Que no si no te aparece un amigo, te lo inventas. Que no tienes comida,  la imaginas puesta en la mesa. Que te levantas y ves que no hay nadie a tu lado, te abrazas a la almohada y … Espero que cuando me llegue la hora tenga el mejor sueño escrito y que luego lo soñado me lo encuentre en el Cielo.
Guadalupe era la única beninera que tenía  un bancal lindando con el puente. El bancal que daba rendimiento para que una familia tuviese de todos alimentos  en casa. En dicho bancal estaban sembradas el único  grupo de plataneras  que había en el pueblo. También tenía unos nísperos japoneses que conjuntamente con los higos era la base de su alimentación durante casi todo el año.
En su corral solo tenía gallinas y conejos que fuero disminuyendo en la misma medida que disminuían sus fuerzas. Vestida siempre de luto y con su pañuelo negro en la cabeza, así siempre salía a la calle.  Le pasaba como a mi abuela Mamanona, (y todas las mujeres de su generación), todas las faldas de su vestuario siempre las llevaba puestas (la más estropeada por fuera y las nuevas o nuevecicas en la parte de dentro, tanto en invierno como en verano.
Se le puso el apodo de la cigarrera al ir por las calles del pueblo recogiendo colillas para después formar un cigarro y fumárselo en la soledad frente al fuego, frente a la chimenea. Era la única mujer que se conociese en el pueblo que fumase. Es de suponer que su marido cuando llegó de América la introdujo en dicho “vicio”, o cuando se murió el marido dejó tanto tabaco sin gastar que aquello no se podía desperdiciar y por ello empezó a fumar. Aunque tenía el mejor bancal y una de las mejores casas vivía en una pobreza notable. No recuerdo que recurriese a hojas secas de determinadas hiervas del campo a triturarlas como le ocurría a la gran mayoría de viejos fumadores, que al no tener para comprar un cuarterón solo le daba el sueldo para comprar “los libritos” el papel para formar el cigarrillo con las plantas molidas que se podían encontrar en  de la vega o secano. Para Guadalupe el cigarrillo era la llave de su imaginación. 
Vivía en la única casa con cuatro forjados, teniendo en cuenta que todas las casas del pueblo estaban construidas de tapial y que entre las paredes se colocaban unos troncos de álamo del río ya que eran los árboles con los troncos más largos y más lisos. La construcción de una vivienda tan alta, tan grande para un matrimonio sin hijos fue un desafío a todos aquellos ricachones del pueblo que en aquellos tiempos se estaban construyendo sus casas principalmente en la C/ Ancha.
Siempre la conocí viviendo sola ya que jamás la vi sentada en la puerta de su casa con un tabaque o con unas devanaderas o haciendo ganchillo, remendando o unida a otro grupo de mujeres ayudándoles en sus labores de costura, en un exfarfollo, en una matanza, etc., ya que a cambio de ayudar tenía la recompensa de charlas con las vecinas. Siempre sola. Barbarica que estaba en las mismas circunstancias que ella, siempre estaba con amigas o estando en todas las misas y rosarios de la iglesia. Guadalupe siempre sola, sin pedir ayuda y sin ayudar  No le conocí ni a un familiar que la visitase (no por ella, por su marido ya que a ella no se conocía su procedencia en el pueblo), ni a una vecina que le visitase.
Su casa estaba pegada a la mía y un día en mi adolescencia se me ocurre sentarme a hablar con ella, pero no sabía si hacerlo en su pedazo de huerto o en su casa. Decido en el huerto ya que le podía ayudar en una de las labores del campo.
Al llegar al bancal me dice:
-         Que vienes a coger plátanos. No hay. Los zagales me controlan cuando salgo y cuando entro a mi casa para robarme los plátanos maduros
-         No, yo vengo a hablar un ratico contigo ya que veo que no hablas con nadie.
Se incorpora dejando el mancaje en el suelo, me coge de la mano, me lleva a la sombra de las plataneras, nos sentamos los dos en el suelo, me mira fijamente a los ojos un rato grande y termina diciendo:
-         Por donde empiezo a contarte mi vida ya que no se la he contado a nadie del pueblo. Tú me caes bien. Te conozco desde que naciste y sobre todo tienes una mirada que se parece a mi bancal cuando está labrado, es una plataforma  preparada para ser sembrada.
Dentro de mi inocencia la primera pregunta que le hago:
-         Porque fumas. Eres la única mujer en el pueblo que lo hace. Además cogiendo colillas de las calles.
-         ¿Más preguntas?. Me contesta.
Me ruborizo y le hago con la cabeza que no. Ella me sonríe, intenta abrazarme. Me dejo y en el abrazo escucho como su corazón se va acelerando y a la vez lentamente me voy soltando. Ella con los ojos cerrados permanece con los brazos como si aún ella me estuviese abrazando. Lentamente me voy separando, reculo con la intención de marcharme.
Ya que estoy separado unos metros, Guadalupe reacciona e intenta por todos los medios temblandole las manos, su cabeza, su cuerpo entero y intenta  justificar aquella reacción suya.
-         Tu abuela tiene mi edad por ello tu podrías ser mi nieto.
Siempre he soñado con uno de los abrazos que le das a tu abuela Mamanona. ¿Sabes lo que es soñar con un abrazo tuyo casi desde que naciste?. Tu abrazo es que un sueño se haga realidad. Me ha sentado como el riego a una planta que se está secando. Siéntate que te voy a contar mi vida, que es lo que querías.
Comienza a casi desde el principio, desde su adoslescencia. Conocía al que fuese mi marido en el puerto de Cádiz cuando regresaba de América. En él encontré al padre que no conocí, al amigo a la persona con la que yo siempre había soñado. Me propone que me case con él y yo que estaba emboba no sé que le conteste. En el trayecto de Cádiz a Benínar me enseñó a como se fabricaban los sueños y desde entonces cada vez que no tengo que comer mi invento una mesa como las que él me preparaba. Cada vez que no tengo sueño, me abrazo a la almohada, cierro los ojos y me  invento estar con él trabajando en aquellas fincas de plátanos y de tabaco  que tenía mi marido en Cuba.
-         Pero no me has contestado la razón del porque fumas.
-         No lo sé, pero cada vez que estoy fumando creo que estoy sentado junto a mi marido, los dos fumando y escuchando el sueño que él se  está inventando, que yo me lo creo a piejuntillas. Hace que la sonrisa me llegue a la cara, me lave la soledad, el hambre, la necesidad de un abrazo, me quita el frío, Sobre todo ver la vida de otra forma. Encontrar la  razón de seguir viviendo.    
  

      

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