domingo, 28 de abril de 2013

... se giraban las manos y una sonrisa.




Sois únicos e irrepetibles los tres, (los que vivís en Cataluña y manteneis el foro en plena actualidad) los que tiráis del carro de los recuerdos, los que estáis pendientes que la llama permanezca encendida, los que os encargáis día tras día de zarandearnos a todos los que nacimos, dimos nuestros primeros pasos, jugamos y nos enamoramos  en sus calles. Hacéis muy bien para que Benínar no caiga en el olvido. Os digo esto, ahora que yo reconozco vuestro esfuerzo ("ser agradecido es de bien nacido") y pretendo hacerlo público por el empeño que ponéis en el día a día. 

Sin ir más lejos, creo que las personas que menciono a continuación se marcharon a la tumba sin que se le reconociese su labor y sobre todo que los benineros le dijesen de viva voz mirándoles a la cara: La comunidad os está muy agradecidos por la labor que desempeñáis.     

Me he acordado de forma comparativa a vuestra labor a nuestra paisana Frasquita la que mantenía la llama de las mariposas dentro de la ermita todos los días del año. Cada tarde se pasaba con su escoba, con su paños para quitar el polvo y con su arcusa de acetite para reponer aquellas mariposas que siempre estaban encendidas. Por delante de la ermita pasaban todos los días toda la gente del pueblo en su ir y venir del campo, miraban, se santiguaban y rezaban. Todo estaba en orden. Los muertos descansan en paz. Pensaban sobre todo, aquellas mujeres con el pañuelo sobre su cabeza y vestidas de negro. Hasta la mañana  siguiente al clarear el día o al ponerse el sol, que vuelva  otro vez a recordarlos. Se confiaban  que Frasquita siempre las tendría encendidas a cambio de nada. No sé como hubiese reaccionado el pueblo al ver que las mariposas de las Ánimas Benditas estaban apagadas, cuando cada vecino del pueblo en cada llama de cada una de ellas tenía encomendada el alma de algún familiar muerto o desaparecido. Si dicho mantenimiento hubiese fallado, hubiese aparecido un problema de conciencia en cada beninero, al pensar que su difunto pudiese pensar que ya le habían olvidado, nadie se acordaba de él o de ella. No sé, qué revuelo se hubiese producido en el pueblo si un día alguien al mirar por aquel ventanuco hubiese visto que las mariposas estaban apagadas.

Me he acordado de Frasquito el Sacristán cuando no habían relojes en Benínar (creo que los despertadores no llegaron nunca, puesto que para eso estaba la posición de la luna y las estrellas o las claras del día) y había que levantarse a una hora determinada para llegar a Dalías, Turón, Murtas o Berja  para vender la vitualla de lo que se producía en las huertas del pueblo. Todos los arrieros se pasaban la noche ante por la casa de Frasquito para dar el comunicado donde quería vender su mercancía el día siguiente y por tanto, a la hora le tenía que porrear la puerta para que se levantase. Creo que Frasquito, jamás pudo dormir a pierna suelta, como dormían el resto de sus paisanos. Creo que nuestro entrañable paisano fue el primero que se planteó los estudios de astrología. Lamentablemente  no nos dejó nada escrito ni enseñó a nadie, sus conclusiones de mirar tantas veces el firmamento. Creo que se murió sin conocer que los americanos fueron los primeros en pisar la luna.

No sé que hubiese ocurrido si no hubiese asumido la responsabilidad de ir casa por casa con su jeringa, las pastillas correspondientes, el alcohol y el algodón, con su botiquín, mejor dicho en su delantal, la Niña Carlota para atender a cada uno de los enfermos las veinticuatro horas durante muchas décadas en Benínar. Cuando terminaba el tratamiento jamás cobró por sus servicios y sí creo, que fuese avalista, o al menos  intercedía entre la boticaria de Berja ante la familia del enfermo para pagar sus medicinas en los tramos acordados; cuando se recogiese la almendra, la uva, o el aceite. La Niña Carlota se murió sin conocer la palabra comisión.

Que hubiese sido de muchas mocicas de Beninar sin la diseñadora oficial, Rosa la del Molino del Puente nuestra única y excelente modista que durante muchas décadas cuando acudían a ella las que solo tenían el dinero justo para la compra de la tela, le hubiese cerrado la puerta, o  entrar en un tira y afloja sobre el precio de su trabajo, les decía: Siéntate a mi lado, yo te corto el traje, pongo el hilo, te lo pruebo y tu lo coses, para ser la mocica más guapa en la plaza el día de San Roque.
 
Los cuatro pilares básicos que mantenían aquella población alpujarreña en equilibrio y que a veces se le pagaba con una leve sonrisa a la vez que se giraban las dos manos  en señal de gratitud y admiración.

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