jueves, 9 de mayo de 2013

Mi querido Juan Román



Nos decía en clase el profesor José Antonio Hernández Guerrero que cuando elijamos a una determinada persona para escribir sobre él: “Dedicarle todo el tiempo que sea necesario y anotar  en lo que tengáis a mano, la frase, el consejo, el comportamiento, (…),  aunque no estéis en su presencia. Seguro que una vez sentados frente al ordenador iréis componiendo todo lo que influyo su personalidad en vosotros”. Poner en ella todo el empeño para que salga de vosotros los mejores sentimientos hacia esa persona.

Juan Román es de las pocas personas que se han librado de tener un apodo en Benínar (en aquel pueblo a todos nos encuadraban, éramos, el de Carlos, el de Ramón, de los Tomillos, de los Perejiles, etc)  sin la necesidad de recurrir a sus padres o descendientes, para en un momento determinado identificarlo. Juan Román era y es inédito.  Pronunciabas su nombre y vertías en dos palabras todo el currículo de una persona íntegra y trabajadora.

Siempre marcado por la personalidad arrolladora de su esposa Angelicas, pero en el pueblo eran como el naranjo y el limo que están viviendo en la misma parata los dos disputándose el sustrato del suelo y el sol que los iluminaba para estar siempre llenos de fruta. Angelicas dando naranjas y el dando limas, sabores opuestos, pero únicos e inconfundibles.

No era muy partidario de formar parte del colectivo hasta que no le forzaban como eran por ejemplo los jornales que tenía que dar a la comunidad limpiando la Acequia de la Vega, en muy pocas veces, (estoy seguro que en ninguna) nos lo encontraríamos en una taberna, jugando a las chapas en el Reducto, (…). De todas las fotos recopiladas tanto en el foro como en la Asociación Plaza de Benínar donde salimos casi todos los benineros, por ejemplo en los Moros y Cristianos, en una procesión o en alguna boda, puede que no encontremos a Juan Román,  mientras  su mujer salía en casi todas.

La última vez que estuve a su lado en todos los momentos rozándonos , como se roza el perro y el amo que estuvieron mucho tiempo ausentes, y se encuentran. Ya metido en los ochenta disfrutaba de una lucidez espléndida y físicamente también aceptable.
No creo que en ningún momento pensase educarme (desde mi infancia hasta mi juventud) en intentar depender lo menos posible de los que te rodean, no llegar al límite de ser autosuficiente, pero sin dejar de intentarlo. Juan tiene la suficiente inteligencia en cada momento para lograr ser autosuficiente y no aparentarlo. Como el que tiene que caminar bajo el aguacero y no quiere llagar empapado a su destino.  Difícil explicar lo de la dependencia de los que te rodean, pero creo que Juan Román lo logró siempre, en este aspecto es casi un experto, uno de mis maestros. Y qué decir de ser el primero en el tajo pensando:
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Si yo puedo sacar adelante el trabajo planificado para qué quejarme, para qué esperar ayuda.
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Si tengo que sembrar la almáciga, antes he tenido que seleccionar la semilla, esperar el momento que me marca  la luna de abril, (…), el azufre, el cobre, las cañas, el esparto,  etc. Si no sacaba los mejores tomates, pimientos, etc.,  la satisfacción del trabajo realizado y en el momento en que tenía que estar pendiente de la mata,  de la floración, del árbol, (…), esa satisfacción de no escatimar tiempo y esfuerzo era tan satisfactorio como llenar los capachos.

¿Cuántos conocimientos tendrán los catedráticos sobre la agricultura de la Universidad de Almería?. Juan Román es un catedrático a pie de obra. Le dedico toda una vida a la agricultura de la Baja Alpujarra, en una materia que entendía y que por supuesto le gustaba. Lo lamentable es que nada ha dejado escrito sobre papel, él, su saber lo dejaba marcado en la tierra con el arado, la azada, el mancaje, el brazal y  la acequia.    

En el día a día, intento estar a la altura de ser el primero en el tajo sin que nada me distraiga como aprendí desde niño del que fuese mi vecino y mi maestro, Juan Román.
        

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