lunes, 21 de mayo de 2012

SORBITOS DE BREVA




Paratas, (mitad vitoriano y mitad beninero) en el foro de nuestro pueblo para despertar las papilas gustativas de los asiduos, pone, escribe, argumenta algo sobre un solomillo pieza de carne que ya casi en los años ochenta descubrimos los beniner@s su existencia. Comida que hace balate en el estómago, paisano, (se decía en Benínar a la comida con consistencia que por supuesto no entraba ni los caldos de puchero ni los de pescao, ni por supuesto la fruta). 
Tomando la palabra, propongo la fruta de temporada, lo que representaba las delicias para los críos que al ir a la escuela a la ida y la venida se controlaba  el estado de madurez de unos cuantos árboles frutales que cultivaba Juan Román en la zona conocida como Las lomillas.
Siempre había alguien que se nos adelantaba bien el dueño que prefería coger la fruta con color aún por madurar (metidos en capachos para vender en los pueblos cercanos de Berja o Murtas) antes que se la robasen o el hambriento que se comía la fruta aún verde antes de dejarla para que se la comiesen otros. El dueño del árbol atracado solía decir casi boceando, a la entrada del pueblo, cuando se encontraba con cualquier persona, para que se enterase todo el mundo: “Que le salgan boqueras como las que tienen los  golondrinillos”.
Para llegar aquel árbol siempre cargado por este tiempo de fruta espectacular, nada más saltar la Acequia la Vega ya estabas dentro de la parata. El albaricoque que cuidaba Juan Román era estudiado desde que empezaba a tomar color la fruta por todos los escolares. El sigilo, las orejas en todo su potencial, como los caballos, orientadas una para delante y otra para atrás para controlar el más leve ruido. Cada pisada era meticulosa procurando que no se rompiese alguna que otra ramilla, para no ser delatado, para que el silencio fuese el aliado. En aquellos momentos se miraba al cielo y se decía en voz baja pero con energía: “¿Por qué no se me ha dotado de alas como los gorriones y los mirlos para poder llegar volando hasta los más maduros y más gordos que siempre estaban al alcance tan solo de los pájaros en las ramas últimas en la periferia del árbol”?.  Observar en el suelo si existía alguna pisada reciente, si era de babucha, de albarca, su tamaño, medirla con la mirada y si las había, si las pisadas llegaban hasta el albaricoque, antes de llegar al tronco, darse la vuelta puesto que los maduros ya habían sido cogidos y comidos.
Todos los infantes que por aquel tiempo asistíamos a la escuela teníamos presente que el subirse a un árbol que no fuese propio, era lo más peligroso del mundo por dos motivos: El primero, era perder el control cuando uno de aquellos albaricoques  desafiante por sus colores y su tamaño nos cegaba, hasta el punto de no saber donde se ponían los pies. Avanzando, poner el pie en una rama tierna, perder el equilibrio y caer al suelo desde una buena altura, no suponía lo peor, romperse algún hueso llegaría después su razonamiento y el dolor, (el tener que ir a Clemencia la de la Tienda dotada con poderes especiales para arreglar los huesos), lo lamentable en aquel momento, era, que se espachurrara la fruta conseguida guardada en los bolsillos. Lo que le pasó a Frasquito el cojo (llegue a conocer su historia no al personaje) , que estando cogiendo huevos de gorrión en los nidos que habían sido construidos en el  tejado de la iglesia, perdió el equilibrio y al llegar al suelo, sus lamentos, lo que no dejaba de repetir, era que se le habían roto todos los huevos conseguidos. Sus espavientos se dirigían una y otra vez a aquellos bolsillos manchado por donde se escapaba la mejor comida soñada, estando con hambre permanente desde hacía años. El  segundo motivo y más peligroso, era, lo que le pasó a uno de los gitanillos (compañero de escuela) que ya subido en el árbol para coger un nido de jilguero, al mirar para abajo se encontró que estaba Simón el dueño del naranjo y del nido con la correa en la mano dispuesto a defender su propiedad  invadida.    
Lo que representaba el sabor, (en los meses de abril, mayo y junio), los árboles del paraíso (los beninerillos no necesitábamos una Eva que nos tentase con el sabor prohibido) que había en Las Lomillas, lo que labraba Juan Román, que era propiedad de Facundo: 
- Unos nísperos, maduros, cuando tomaban un color entre amarillo y naranja sin ser sometidos a ningún tipo de estrés para que madurasen con una piel tan tensa como las mejillas de una quinceañera. 
- Unos albaricoques, gordos con todas las gamas  del rojo, amarillo y verde que algunos tenían alguna que otra grieta al madurar de prisa para satisfacer al que cuidaba su árbol,  seguro, que al entrar en la boca estallaban, con un sabor imposible de describir. Puede que se pareciesen a las rosetas (a las palomitas de maíz)  de cuatro cascos. 
- Unos ramilletes de peritas pequeñas de san Juan que ya empezaban, por este mes a madurar.  La gama de melocotones que duraban casi todo el verano como las peras. Qué decir de los melocotones cuando en Benínar se decía que las alpujarreñas serranas: “Mocicas  con la cara del color del melocotón al pasar del frío al calor tan deprisa como se le pasó la juventud a un viejo”.
- Pero sobre todo esperar unos días que ya las brevas les faltaba un píz paz, na, para en una noche estallar de golpe, que se llenaban de estrías toda su piel, como se llenan la barriga de las embarazadas. 
Todos estos sabores los beninerrillos, sabían dónde estaban, en que huerto maduraban las frutas de dichos árboles. Aquellos críos al nacer y criarse en contacto permanente con la naturaleza llegaban antes a la cosecha que los gorriones. Tan solo faltaba estudiar la rutina de su dueño y adelantarse, para cogerlo desprevenido y poder disfrutar de aquellos manjares antes que él. Como le pasa a mi níspero, a mi albaricoque y a mi brevera, que todos los años sus frutos nos los disputamos los gorriones, los mirlos, y yo como siempre,  siempre llego tarde a comer sus sobras. A estas alturas de la vida siempre me queda la satisfacción, que antes están sus necesidades al tener en el nido muchos picos abiertos esperando sorbitos de brevas. 


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un buen repaso a las frutas que en esta temporada empezaban a madurar en nuestro pueblo.

Sobre el albaricoquero de las Lomillas: en el pueblo había unos cuantos albaricoqueros conocidos por mí, y otros, que seguro no llegué a conocer en mis primeros once años de vida

Me suena que Antonio el de Carlota tenía uno cerca de la fuente "el Murallón"; mi cuñado Juan Román tenía dos en las paratas del puente, lindando con lo de Emilia, pero el de las Lomillas era muy especial. Le llamábamos "abarcoques de manteca" y se diferenciaban de los demas por su tamaño, casi como melocotones, (el arbol daba muy pocos, comparados con los de otras especies).El sabor y la textura mantecosa que tenían colaboraban a su merecida fama.

Mi cuñado introdujo este arbol y unos manzanos que tenía en la "joya", pues cuando iba a Granada a rendir cuentas a Facundo, este, le aconsejaba que frutales debía plantar en sus fincas.

Felicidades Paco por refrescarnos la memoria y dejarnos tan buen sabor de boca.

Juan.

paco maldonado dijo...

Al tener en la mesa camilla del salón un ramo de azucenas, cuando el salón de mi casa está cerrado, al entrar me encuentro un olor que me recuerda al olor de la iglesia de Benínar en este mes de mayo.
Hoy no sé que le ocurre a las rosas, los claveles que se compran que no huelen a nada. Me decían en Sanlúcar (por donde desemboca el río de Andalucía al mar) al entrar en un invernadero de claveles, "le habían anulado el olor para poder trabajar en el recinto cerrado".
Lo cierto, és, que ni los albaricoques, los melocotones, etc., que se compran en la plaza, ni huelen ni saben como los de nuestro pueblo. Qué decir de las hortalizas.
Cada vez que me encuentro con los mastranzos me trasladan a la plaza de abastos de Berja que era con la planta con la que se revestían los capachos para que la fruta no se estropeasen.
Lo cierto es, que los olores y sabores, ni se pueden explicar ni se pueden experimentar.
Un abrazo Juan.