domingo, 6 de noviembre de 2011

LOS NEGOCIOS DE JOAQUÍN Y ROSARIO


Mi padre decía que hasta los años treinta, aquella casa, situada en calle La Iglesia, esquina con la calle Real, también llamada las Cuatro Esquinas era donde se concentró la diversión casi todo el siglo XX.

La generación de mi padre, la que participó directa o indirectamente en la Guerra Civil, todos pertenecían a familias numerosas. La de mis abuelos, en una eran cinco hermanos y en la otra cuatro. Si nos damos una vuelta (mentalmente) por cada calle, por cada casa, mi padre me dejó grabado en un casete, la cantidad de mozos y mozas de aquellos años que estando en edad de divertirse (como todas las generaciones), lo intentaban por todos los medios.

En la casa que fue propiedad de Joaquín y Rosario desde mediados de siglo hasta que el pantano nos expulsó del pueblo, cuando mis padres fueron mozos, era donde se concentraban toda la juventud para iniciar las parrandas que después terminarían en la placetilla, la plaza o en el reducto.

Aquella casa los de mi generación, (los nacidos entre últimos de los cuarenta y primeros de los cincuenta) nos volvíamos a encontrar todos los jóvenes cada vez que se montaba un guateque. En aquella casa, se produjo el primer contacto físico consentido entre el joven y la joven cada vez que sonaba en el picú una canción de los Brincos, el Dúo Dinámico o un pasodoble de Pepe Blanco (sombrero, hay mi sombrero, ere de gracia un tesoro, …). Dejo el tema de los guateques, puesto que se me ponen los pelos como escarpias al recordar cuando uno tenía los dieciocho años y sigo con todo lo que acontecía en aquella casa, que en Benínar sin duda, era la que siempre concentró las coordenadas del magnetismo de la diversión.

El mejor negocio del pueblo, puesto que llegó a estar en ella, una tienda, la taberna, donde se compraban las frutas y verduras para después venderlas en los pueblos cercanos y, lo mejor el local donde nacieron los guateques. Al frente de aquellos negocios estaba Rosario y Joaquín que en aquellos momentos eran las personas mejor preparadas y mejor dotas para que aquellos empresas fuesen rentables.

Puede que fuese el primer lugar público donde se instalase el primer televisor construido por Juanico el del Puente (que llegó de Barcelona con todos los cacharicos necesario para montar los primeros televisores que se montaron en Benínar) y utilizase la taberna del pueblo (como escaparate de venta) para que viesen “todos los ricos del pueblo” lo más moderno, lo nunca visto, para que comprasen un televisor para su casa.

A dicha casa acudieron todas las autoridades del pueblo (menos el cura, puesto que pensaría que aquella caja era obra del Diablo) sentados en la primera fila y el resto del local atiborrado de público para ver un espectáculo de baile que en aquellos momentos se televisaba. Aun retengo en la retina de mis ojos cuando don Salvador el maestro del pueblo, se levanta de su silla con los brazos en alto exclamando:

- ¡Blancas!. ¡Son blancas!.

El borracho de turno no se había enterado y preguntaba:

- ¿Que son blancas?.

Contesta el alcalde:

- Las bragas de la bailarina!.

El: !ooooh!, de todo el público brota de forma espontánea.

No pagaría con creces el maestro aquella salida de tono al sentirse atacado con las sonrisas irónicas y miradas picaronas, aquella autoridad que acudía a misa con frecuencia y era uno de los portadores del palio en el día del Corpus.

Joaquín y Rosario demostraron en aquellas dos décadas de los cincuenta a los sesenta, ser un matrimonio de los más destacados emprendedores, invirtiendo en todo aquello que aparecía como nuevo en el mercado para que acudiesen a su negocio todos los benineros. Dicho matrimonio, nunca perdieron la compostura, siempre supieron estar a la altura de las circunstancias, dejando en todos sus paisanos un poso en el vaso del recuerdo, que hoy en el 2011, cuando nos encontramos con ellos a todos nos llegan a la memoria, el darnos con anticipado la mercancía que tenía en su tienda, (vender fiao) confiando que se le pagaría; los más grandes vasos de vino con las mejores tapas y sobre todo que en su casa, fue donde aprendimos los bailes modernos, a que nuestro cuerpo se expresase tal y como entendíamos la música, tanto sueltos como agarrados (tiempos en que se sabía o no se sabía bailar un chotis, pasodobles, mazurcas, etc.; si te habían enseñado bailabas y si no eras en todas las fiestas un espectador) y donde los de mi generación por primera vez tuvimos entre nuestras manos aquella muchacha con olores a nardos o jazmín. Con una simple mirada y un giro de la cabeza aceptaba que nuestro brazo derecho rodease su cintura y temiendo que no nos pusiese los codos en el pecho. Con solo pensarlo uno se estremece.

2 comentarios:

Francisco Félix Maldonado Calvache dijo...

Querido amigo, el negocio de tus padres siempre estará en nuestra memoria y corazón. Era muy niño pero aún recuerdo ese olor a ultramarinos, ese papel (hoy ecológico) que envolvía toda compra y que estaba lleno de cuentas.
Un abrazo.

Saludos Benínar.

paco maldonado dijo...

Será lo próximo que escriba. Aún estoy ordenando ideas.
Un abrazo.