domingo, 30 de junio de 2013

Casa de Victoria y Antonio Cabeo

Cada vez que veo dicha foto se me escapa una sonrisa, la misma que tiene Vitorilla al saber que la estaban fotografiando. Junto con el portar de Angelicas, eran los dos lugares donde las plantas llegaban a tener vida a ser parte de los que allí vivían, como el gato, la cabra o la burra.  
No sé si su hija guardará como recuerdo las devanaderas o la reutilización de los envases que llegan a su casa para que por arte de magia se conviertan en macetas. Lo que es cierto,  que por aquellos años, principios de los años setenta muy pocos envases llegaban a Benínar. Lo confirmo porque en mi casa había una tienda y recuerdo perfectamente lo que se consumía en el pueblo. Dichos envases seguro que llegaban al pueblo de Berja, y cuando su marido Antonio iba a vender vitualla, se los llevaba de vuelta al pueblo, por ejemplo.
Otra de las incógnitas que es de donde sacaría nuestra paisana tantas alcayatas, (serían de las primeras que llegaban al pueblo, nadie había escuchado la palabra ferretería) que tendrían que ser bastante largas ya que las paredes de las casas de Benínar parecían que estaban construidas con piedras y arena del río bastante escasas de cal cuando se hizo el mortero para su construcción. Era sumamente difícil encontrar el sitio para que la alcayata pudiese aguantar una maceta.
Buscando comparaciones me he encontrado:
 “Es una tradición que se remonta a los romanos”.
En Benínar dicha afirmación no encaja puesto que nuestra paisana Vitoria jamás escuchó hablar de los romanos ni de sus costumbres.
Otra frase encontrada:
Los patios cordobeses, declarados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
No sé cuál es el motivo de no ser mencionadas Las Alpujarras dentro del mismo sumario puesto qué, dicha costumbre de colocar macetas por las paredes desde siempre en nuestra tierra fue una forma de ornamentación y en cierta medida de preservar una buena variedad  que si no se hubiese inventado dicha tradición seguro que se hubiesen perdido.
No sé si su hija Lola Vitoria sería capaz de arrancar de la memoria de su madre el nombre de cada una de las plantas elevadas un poco más alto de,…,  a la altura e incluso por encima de los ojos de los humanos.

jueves, 13 de junio de 2013

PLATEROS ALPUJARREÑOS. TRES

Burro 

De la misma forma que hoy cuando se llega a una cierta edad se toma la decisión de renovar el coche y se suele  decir: Con los años que tengo esté será el último que me compre. Igualico razonamiento recuerdo que en Benínar se iba a la Feria de Ugijar a comprar la última burra (los burros eran escandalosos y muy promÍcuos) para que los dos fuesen envejeciendo a la vez y en cierta medida se iban adaptando los  dos a los caminos, las siembras, los acarreos, …, el ritmo de la vida de las labores del campo.

Rio abajo, de Eugijar hasta que aquellos plateros llegaban a Benínar ambos compañeros se miraban, se medían, se estudiaban y estaban convencidos los dos que tenían que entenderse hasta que la muerte los separasen.
 
Rapidísimo pasa el tiempo en que aquel platero deja de ser  como lo describía Juan Ramón Jiménez:  "Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro".

Había que trabajar, en el secano, en la vega, en la era. Había que ponerle las aguaderas poner los cuatro cántaros para traer el agua que necesitaba la familia. Había que traer a la casa el pan nuestro de cada día y para eso estaban los dos trabajando hombro con hombro.

Juan Ramón parece que solo vivió junto a platero los dos o tres primeros años, pero nuestros plateros vivieron junto a Ramón, Paco, Antonio, José, Julio, etc, (muchas generaciones de benineros)  la adolescencia, la juventud y el resto de los años que les quedaban juntos. Recuerdo como para comprobar la edad mis paisanos le abrían la boca y según el estado de sus dientes sabían cuantos cumpleaños pasaron juntos.

Paco toda su vida profesional fue aparcero y por ello cada quince años estrenaba compañero. De ser mulero arando las lomas del Meloncillo la verdad es que no sé, en qué momento llega la frase: ¡Vamonos!, en vez de ¡arre!. Are y el sonido del látigo es lo que acompaño toda su vida a sus antepasados los que trasportaban el plomo hasta Adra. ¿Cuando los benineros toman conciencia que aquellos animales dejan de ser bestias para convertirse en compañeros de trabajo?. Posiblemente fue por diferentes motivos y el fundamental es cuando el hombre se encuentra ante la soledad, no tiene, no encuentra  quien le ayude, quien esté de forma incondicional a su lado, quien le escuche.

En la memoria de todos los benineros se encuentra los cantos incesantes que llegan desde la ramblilla, desde el río del enamorado burro de El Tomillo, el del Molino de la Mecila , o el burro el del Molino del Puente, que al escucharlo las mujeres decían: ¡Canta!. Canta que el que canta el mal espanta. Los hombres en cambio movían la cabeza con una sonrisa con la boca cerrada entendiendo aquellas manifestaciones del burro que ellos tenían que reprimir, (los machos de Benínar, los de dos patas,  no podían manifestar sus ardores con aquella libertad que lo hacía el burro cuando pasaba junto a una burra) el animal de cuatro patas estando rodeado de burras cantaba y gesticulaba cual eran sus intenciones. Por más que insistían nuestros plateros, no lograban que sus dueños  aceptasen aquella virginidad impuesta. Sus dueños y socialmente estaban porque permaneciese en el celibato perpetuo.
          
Amarrado a cualquier reja de cualquier plaza de un pueblo cercano todos los plateros de Benínar contempla como su amo va colocando  casi de forma ceremonial las brevas en el cenachillo de esparto, colgarlo de la romanilla y después de lograr que el rabo de la romana se colocase en línea recta, se le añadían una o dos de propina. En el bolsillo se tenía el cambio de pesetas, reales, perras gordas y perrillas, que cuando faltaban las últimas monedas mencionadas, se llegaba al acuerdo de recompensar el cambio con unas cuantas brevas.
El colmo de la desesperación llegaba cuando se va observando que la gente que acude al mercado va disminuyendo y los capachos no se vacían. Llega el momento en que el beninero tiene que volver a cargar los capachos en el animal y tomar la decisión de ir pregonando de calle en calle:
-         ¡A la rica breva de Beninar!.
Muchacha date el capricho de saborearlas, que toda la familia desfrute del sabor más rico. Te las doy baratas. Te las doy a probar. Tan solo me quedan los culos de los capachos.  
El que estaba más interesado que nadie que se terminasen las brevas de los capachos era la burra. No era lo mismo regresar al pueblo con algunas brevas sin vender que haberlas rematado. Había unos cuantos kilómetros que recorrer en el regreso y aquel vendedor frustrado de alguna forma tenía que volver a encontrar el equilibrio y aquel animal jugaba un importante papel en aquella descarga. De eso quien más sabía eran todos los mulos de Benínar, y no lo medían por el peso de fruta vendida, lo valoraban en la cara de su amo. Los mulos estaban esperando el: ¡Arre!: Que era la no venta completa. O. El venga: ¡Vámonos que nos vamos!.
 
Pasaron también aquellos días de levantarse con las estrellas en el cielo para ir a vender la vitualla a los pueblos cercanos. Pasaron los años de darle paseos a los nietos que llegaban de la ciudad y caminar subidos a lomos de aquel platero. En el rostro de aquellos infantes  se reflejaba lo mismito que cada año subidos los mozos del pueblo en la grupa de un mulo para representar los Moros y Cristianos; sentirse en aquel trono reyes aunque fuese solo un día.

 Mi paisano Frasquito  que conforme iba entrando en años y en recuerdos, más necesidad sentía de contarlos, de que lo escuchasen. Lo intentó dentro de la familia y le decían: Aguelorios. Le daban de lado. Lo intentó con los niños de la calle, es decir con todos los beninerillos holgazanes que disponían de tiempo de escucha. Al comenzar a  repetir  las mismas historias, en la mayoría de las veces al conocer la trama se le adelantaban los imberbes y le chafaban el relato. También fracaso. Tomo la determinación de coger su burra, de marcharse a una de las alamedas del río, de ponerse los dos  frente a frente y en la paciencia de su burra Pepe encontró el deleite y la vivencia de todos los cuentos o chascarrillos que él sabía. La música del agua, el canto de los pájaros y el disponer de todo el tiempo de que disponen los viejos contemplando el movimiento de las ramas y el aplaudir de  las hojas  de los álamos. Juan encontraba argumentos nuevos y cada historia era cada vez más hermosa se lo confirmaba su burra que cuando llegaba el momento cumbre de su relato, dejaba de brocear se miraban fijamente los dos y era cuando llegaba el momento de mayor emoción de su obra literaria.

Como olvidar en este recuerdo de plateros de la alpujarra a Julio el del Marchar que en un momento de la historia, tenía la pareja de mulos que no tenían parangón en toda la Rambla de Murtas. Ni mulos con más poder ni mulero con más talento se le recuerda en los tres pueblos de Turón, Murtas y Benínar.

Juan Ramón Jimenez, escribe de platero cuando es casi un recién nacido. No sabemos si los veinte años de media que duraban los plateros de Benbinar, el Premio Novel vivió junto a él. En Benínar sí se levantaban y se acostaban amo y animal todo los días a la misma hora. Todos los días del año. Hasta que la muerte los separaba.


miércoles, 5 de junio de 2013

Plateros alpujarreños. Dos

 Beninar. A la feria de Ugíjar.


Las bestias para el transporte del plomo. 
Estamos en puertas de coger las vacaciones y gran parte de la población, marcharnos fuera de nuestro lugar habitual y nos planteamos qué hacer con el animal de compañía el que se la comprado a los niños para que experimenten no sé qué, ¿para ver el grado de responsabilidad que tienen nuestros retoños?. Las estadísticas ponen de manifiesto que son muchos los animales abandonados y la realidad es que para unos cuantos dichos animales se convirtieron en un objeto de usar y tirar. Un ejemplo claro lo tenemos en la Venta Pinto de aquí de Cádiz, cuando termina la época de caza y allí dejan los cazadores a todos aquellos perros que después de las pruebas realizadas en el campo no son útiles para la caza y son abandonados a espera que un alma caritativa se haga cargo de ellos.   

Creo que el no tener para nada en cuenta el estado de estrés, (conozco animales que le salen calvas, como a los humanos se les cae el pelo),  de hambre, de higiene, descansos, ..., cuido  del animal, se daría en todas aquellas bestias que cumplieron el objetivo de sus dueños, que era transportar el plomo desde Sierra de Gador hasta Adra, durante todo el siglo XIX por caminos y trochas cargados al máximo y con unos aparejos de esparto (el estraperlo muy frecuente en aquellos tiempos desde Gibraltar se basaba en dos productos, el tabaco y la ropa no creo que fuese de aparejos para las bestias) que les ocasionarían infinidad de heridas. Es de suponer que los muleros estarían tres cuartos de lo mismo de acumulación de penurias.
   
Las generaciones de todos aquellos animales que fueron utilizados para el  transporte del mineral, sus dueños, los empresarios por los recuerdos trasmitidos no creo que los viesen como compañeros de trabajo, (dicho calificativo de compañero aparece a comienzos del siglo siguiente cuando los dos se van al campo o a la venta de hortalizas)  como tampoco estaban en la misma escala social los muleros y los dueños. Más o menos como refleja la película,  los santos inocentes (relación amo criado) de Alfredo Landa recientemente en TVE. Tal vez por ello nace platero (en otra zona minera, Huelva, como era la Baja Alpujarra) con la intención de dar dignidad y compasión hacia dichos animales que hasta aquellos momentos eran considerados como algo útil y necesario  sin que arrancase la más mínima compasión de sus cuidadores. Aquellos animales (casi seguro) que murieron abandonados cerca del camino en el hueso y en el pellejo y llenos de mataduras infectadas.
Las imágenes dejadas por Goya donde para la muerte de un toro se necesitaba que muriesen varios caballos al ser corneados cuando era picado el toro, (por no haberse inventado el peto que se utiliza en la actualidad) es una muestra hasta qué punto los animales eran considerados como algo de usar y tirar.  Para nada se parecen las albardas, las jáquimas, las cinchas, el resumen el atajarre,  que ahora se ven en los caballos con aquellas que se les ponía a animales del transporte del plomo. Las rozaduras de los serones (que eran llenados hasta el máximo)  le ocasionarían heridas que las prisas por el acarreo le impedirían ser tratadas para que no llegasen a infectarse.

En un momento determinado de la historia, puede que fuese en el 1822, refleja en su libro J.L. Ruiz Marquez : SERMET, Jean. “La España del Sur”. Barcelona 1.956. p. “… formaban un ejército de más de 50.000 mulas que había que alimentar con cebada del Marquesado dada la penuria de la comarca en cereales”. Al margen que fuesen cincuenta mil y que todas fuesen mulas, al margen, no se menciona para nada como iban equipados aquellos animales. El trasiego dura casi un siglo que según la oferta y la demanda del plomo marcaría el número de mulas y muleros por aquellos caminos.    
El primer descubrimiento de la herradura en la península, el primer caso del que se tiene noticias se produjo en el 1883. Se trata de una herradura encontrada en Covalta (Valencia).
En la página 172 del libro EL CABALLO EN LA ANTIGUA IBERIA de Fernando Quesada Sanz y Mar Zamora Merchán, se encuentra una tabla de hallazgos arqueológicos de herraduras antiguas. De los “50.000 animales” localizados en un momento determinado en el acarreo del mineral, con una vida media posiblemente de diez años de trabajo; ¿cuántos animales dejaron su piel en los caminos desde Sierra de Gador a Adra o desde Benínar a Adra?. Habría también que contabilizar los que transportaban la comida desde el Marquesado hasta Adra o Berja. ¿Dónde se reproducían?. Puede que la contestación se encuentre en la Andalucía Oriental dadas las características del los pastos y del terreno.

Cierto es que los de mi generación (de mediados del siglo XX) nos encontramos una herrería regentada por Manuel Blanco, (desconocemos que existiese otra anterior)   que es de suponer montó después de llegar de “hacer las américas”; puede que fuese incluso después de la Guerra Civil de España.    

Los mulos, los burros del transporte del mineral de la Baja Alpujarra casi seguro que irían descalzos y puede que también sus harrieros. El cómo tendrían los cascos los animales  y las plantas de los pies los arrieros, nada más colocándonos de forma imaginativa en dicha situación, uno siente en nuestros pies una sensación de ir andando descalzo por trochas y veredas.

Una anécdota que se contaba en Benínar era sobre un agricultor que al regresar al pueblo (después de haber vendido su carga de hortalizas en Murtas), alguien le ve cojeando y sangrado sus pies y le preguntan:
-         -  ¿Qué te ha ocurrido?.
-         -  El mulo lo espantó una zorra y corriendo detrás de él descalzo me he destrozado los pies.
-         -  ¿Y esos zapatos que tienes nuevos debajo del brazo?.
-         -  Pues menos mal que iba descalzo y no los llevaba puestos.

Puede que fuesen los primeros zapatos que aquel beninero había logrado tener las suficientes peseta para poder comprárselos y en su valoración prefería tener los pies totalmente destrozados (pensando, esto se cura) que sus zapatos recién comprados rotos. Las fatiguitas que había pasado para ahorrar el importe de los zapatos, pensando en ellas, las pesetas, le aliviaba el dolor del estado de sus pies. Pensando en el mulo asustadizo, creo que moriría sin estrenar unas herraduras.

domingo, 2 de junio de 2013

..., va pintada como la Bizcocha.


Esta mujer puede quedar encuadrada en todos aquellos benineros que mueren por el tema del pantano, pero su muerte se puede considerar especial por reflejar lo retorcido (…)  con la calificación por una parte de cero patatero en sentimientos y por lo sublime de la otra parte.

La escasez de sentimientos (se podría recurrir a palabras vulgares que reflejan lo mezquino, lo ruin, …) lo refleja, en primer lugar los que en aquellos momentos estaban valorando y pagando las finquillas que tenían los beniner@s , ya que, se plantean, que aquella mujer, la Bizcocha, era una mujer, vieja, y en las últimas y recurren a encontrar a sus herederos más cercanos para que llegasen de Cataluña a La Alpujarra, firmar y cobrar;  y en segundo lugar, los familiares lejanos, (que hacía años que no la habían visitado ni preocupado por su estado) que ante la llamada llegan a Benínar, le dan dos besos a la vieja que se estaba muriendo y se marchan al otro día con lo cobrado dejando a la pobre anciana para que siguieran las vecinas cuidado de ella.
La Bizcocha era identificada en el pueblo como la mujer más coqueta (la palabra coqueta se conoce en el pueblo después de la muerte de esta mujer), la que nada más levantarse tenía que pintarse todas aquellas partes de su cuerpo que no eran tapadas por la ropa, aunque ese día como casi todos, la labor que tenía que hacer, era sacar a la cabra para que pastase en la vega mientras su dueña, arreglaba la tierra para la siembra de cualquier hortaliza. 

Muy tiesa ella mostrando la mejor cara pintada de todas las mujeres del pueblo entraba y salía del pueblo con el mismo empaque y tronío que hoy vemos en la TV desfilar a las modelos por la pasarela.

A la Bizcocha, como a todos los de su edad, los estallidos de los barrenos para la construcción de la presa de Benínar le aterrorizaba, la desorienta, pierde la noción del tiempo y del espacio, no controla el tiempo y aquella mujer totalmente sola, sin hijos ni familiares cercanos que viviesen en el pueblo, se encuentra totalmente sola y desorientada. Las vecinas (sobre todo Lolica la de Ramón) se compadecen de ella, dándole las comidas a su tiempo y pendiente de ella en sus salidas de casa con argumentos inverosímiles. Con la cara pintada por manos temblorosas y encargando potingues para pintarse a todos los que pasaban por su puerta aquella paisana va envejeciendo a pasos acelerados mientras que sus vecinos están pendientes que no salga del pueblo, que se encuentre limpia  aseada que no pase hambre y llenarse de paciencia para escucharle  aquellas teorías sobre que “la mujer no debe nunca abandonar su cuerpo, ni su ropa, ni su cara”.

En aquellos tiempos todos aquellos beniner@s viejos que estaban abandonados los asuntos sociales le llevaban automáticamente al asilo de Almería. Las autoridades cada vez que le visitaron a la Bizcocha en sus informes aparecía que estaba lúcida, alimentada y su casa ordenada, pero sin una peseta que tampoco le hacía falta gracias a la generosidad de Lolica entre otras vecinas. Los ancianos de como ella no necesitaron ni médico ni pastillas.

No recuerdo si lo ahorrado, después de una vida entera de sacrificios  dio dinero suficiente para una lápida. Pero qué más da si todos los benineros de mi generación la recordamos cada vez que se pone delante de nosotros una mujer que excede pintándose todo aquello que no está tapado por la ropa. Qué más da una lápida si los de mi generación solemos decir casi todos los días unas cuantas veces: ¡Anda!. ¡Si va pintada como la Bizcocha!.