martes, 4 de julio de 2017

Una beninera en Roma


Un día me encontré con una paisana Lola Sánchez Blanco y parecía que me estaba esperando, por todos los espavientos que hizo nada más verme.
-          ¡Qué alegría verte!. ¡No te puedes ni imaginar la de veces que me he cordado de ti!. ¡Porque he estado en Roma!. 
Rápidamente, como todo beninero, pongo en marcha “mi memoria histórica”, sacando la conclusión que quien tenía delante era la primera beninera-ro  que visitaba dicho lugar.
La beninera, no podía perder ni un minuto de la narración pormenorizada de todo lo vivido. Comienza por donde se comienzan todas las conversaciones, por explicar, todas aquellas razones por la cuales ella se encontraba en el aeropuerto de Málaga facturando la maleta y portando en un bolso de mano, y otro un poco más grande donde llevaba el traje que se tenía que poner el día de la ceremonia.
La paisana, cuando recuerda el bolso que tenía en la mano, en el aeropuerto, retrocede en la exposición, puesto que no había explicado, en lo que había invertido, todas las horas de una semana, de día visitando tiendas de día y de noche, pensando en cómo tenía que aparecer en la Tv en los televisores de los benineros.
-          Mira niño – la beninera le explica al beninero – cuando el que me invita me dice que:  “en la ceremonia cuando el Papa de Roma, lo nombre obispo, - ella sabe que no tiene que identificarme al personaje, puesto que para eso somos benineros y tenemos una historia en común - ella tenía  que estar formar como pieza importante, puesto que  iba en calidad de madrina”. 
Los argumentos que dan la razón de ser madrina de un camerunes serán otro tema para desarrollar.
¡Qué sudores!. ¡Qué suponcio!. Me estaba viendo en la pantalla de televisión en todas las casas de la gente del pueblo.
Por otra parte me planteaba: “¿Visto como las europeas?. ¿Me visto como las africanas, puesto que el que se nombraba obispo había nacido en Camerún …?.
Como tú sabes, “los que me rodean todos son “unos pan blancos” – en Beninar cuando se produjo el cambio del pan amasado en casa a comer el pan que se elaboraba en la panadería para todo el pueblo, no todos los benineros aceptaron el cambio. Algunos se opusieron frontalmente a que dicho cambio se efectuase y por ello los opositores al cambio llamaban “pan blanco” como expresión de cambiar un manjar, a una cosa que no sabía “ni a chicha ni a limoná”, a todos aquellos, que argumentaban las ventajas del pan blanco - siempre termino por tener que tomar yo la decisión sin que los demás se pronuncien.
Conclusión, me compré un traje negro, como el que se ponen las Malagueñas para desfilar en las procesiones de semana santa, sin que me faltase un detalle. Mi traje negro, peineta, mantilla, rosario, evangelios, … El conjunto no lo podía yo dejar en cualquier parte ni que nadie me lo llevase.
Por eso, en la misma tienda me lo prepararon para que lo llevase en la mano.  
Por supuesto que los “pan blancos que me rodean”, no han visto que vestido me pondré para la ceremonia.
¡Niño ya con lo del vestido “se me ha perdido el hilo de la conversación”.
¡Ya!. Como te iba diciendo, …
Lo que me decía a continuación, era más rica en matices, las conclusiones que sacaba el beninero, que lo que le contaba la beninera. Tratándose como  se trataba de una mujer con carácter, donde siempre que ha tomado una decisión le ha dedicado, muchísimas horas de razonamiento y por tanto de sueño.
Una beninera en un avión de Málaga a Madrid y de Madrid a Roma con un paquete en el regazo, que nadie fue capaz de convencer, que podía ir el paquete descansando en unos huecos que tenía la beninera encima del asiento.
Uno de los fallos que cometieron – los que le acompañaron - fue colocar a la beninara en una ventanilla del avión para que experimentara el vértigo. La beninera quería eliminar el vértigo hablando, gesticulando y explicando al resto de pasajeros, lo que estaban contemplando sus ojos y su estómago.
El acompañante de la beninera, - cuando nuestra paisana comenzó a hablar – seguro que sacó la siguiente conclusión: “yo de Camerún, ella europea, nadie nos relacionará a no ser que yo abra la boca. Conclusión: en todo el trayecto no digo ni pio”.
La llegada al aeropuerto de Madrid, para la beninera fue colocarla en el espacio cerrado más grande del mundo y además lleno de gente de todos los países. La beninera, abre la boca al ver cómo iban vestidos, los que pasaban por su lado y quería explicar con gestos lo que estaban viendo sus ojos. La beninera tiene que ser arrastrada literalmente, puesto que cada dos o tres pasos se queda mirando descaradamente a aquellos rostros y con aquel ropaje que estaban ante sus ojos por primera vez.
El que escribe se acuerda, cuando llegó a la Rambla de Barcelona por primera vez - y muchísimo más joven que nuestra protagonista, - sacó la conclusión que tenía que sentarse para ir acostumbrando sus ojos a aquellos nuevos rostros y sus vestimentas, puesto que con la boca abierta uno se queda mirando sin ser consciente, que estaba entorpeciendo la circulación al resto de los viandantes.
La beninera continúa su relato y no tenía que decir, que cuando se montó en el avión en Madrid, Roma fueron tantas las emociones vividas, que le dio una especie de síncope y se quedó dormida hasta que fue despertada en el aeropuerto.
El que escribe piensa que “esa pastillita contra el mareo que se tomó en el aeropuerto de Madrid, para salir para Roma, se la tenían que haber dado nada más salir de casa para que al llegar al aeropuerto de Málaga la beninera fuese relajada.
El que escribe estaba esperando el momento cumbre del relato, puesto que de un momento a otro tenía que aparecer la frase:
-          “!Niño, me perdí, en la Plaza de San Pedro!”.
La beninera hace tal revelación con la intención que el beninero mantenga toda su atención en todo el relato. Por ello continua hablando de cuando ya vestida de “camarera de paso proceional de una hermandad de Semana Santa”, está sentada entre los familiares de que serían nombrados obispos.
No recuerdo si fue antes o después del nombramiento de cada obispo, los familiares más allegados, pasan a besar el anillo del Santo Padre. La cuestión, es que cuando la beninera tiene entre sus manos la mano de Juan Pablo II, para besar el anillo, nuestra protagonista entra en un estado, que no es capaz de controlar el tiempo y tienen que retirarla y volver a sentarla en el asiento que tenía.
Cuando vuelve en sí se quita los guantes con lento ceremonial y los guarda en el bolso, puesto que aquellos guantes habían sido tocados por las mano del Sumo Potífice.
Termina la ceremonia y nuestra protagonista se queda sentada esperando que algún camerunés venga a recogerla. Rezando el rosario, - ya desesperada – se encontraba cuando se encuentra rodeada de operarios que estaban retirando las sillas.
-          Niño, en un pís-pás, miro  ami alrededor, y todo lo que allí había que momentos antes, estaba lleno de sillas y gente sentada, todo había desaparecido. Aquel espacio, que no tengo referencia para decir lo grande que era, estaba totalmente vacío.
Me acordé de lo que dice el Evangelio de que: “confiados los padres, que su hijo estaba con familiares, se dan cuenta que falta a los tres días y tienen que volver atrás para buscarlo”.
-          Qué miedo. No.
-          Yo en pocas veces he sentido miedo y menos estando tan cerca el Papa. Lo que tenía un cabreo que en mi vida creo haber tenido uno tan grande.
Pensando, razone que en aquel sitio – como pasaba en la iglesia de Beninar, había que hablar lo imprescindible y bajito – no podía empezar a dar voces.
Me acerco a unos tíos vestidos de rojo, muy tiesos, los guardias del Papa y me pongo delante.
¡Niño, que miedo!. Una mujer como yo de metro cincuenta y poco más, delante de aquel mucho más largo – nombra a uno de Beninar, que el de rojo le superaba en dos cuartas – “que un día sin pan”, y  empiezo a preguntarle, con toda la educación del mundo y el tío ni se inmuta. Como aquel no me hacía caso, me marcho a otro y a otro. Biendo que ninguno de ellos decía ni pío, me vuelvo al primero, por donde empecé y con toda educación me pongo a explicarle lo que me pasa.
Como tenía todo el tiempo del mundo, empecé a preguntarle por cosillas, sin importancia. El tío sin inmutarse.
Me hecho el bolso a la espaldas y le amenazo con darle un bolsazo, al ver la poca educación que estaba demostrando. Nada.
No me acuerdo el tiempo que me pasé delante de aquel tío, lo que si me acuerdo es que no dijo ni pío, ni cuando le di con el bolso y salí corriendo.
Salí corriendo, porque estaba viendo que se acercaba hacia donde yo estaba una sotana con un negro dentro.
Yo empecé a mover los brazos y chillando, diciendo donde estaba y una de las veces de estirar el brazo, sale lanzado el rosario y es cuando aquella sotana, cambia de dirección y se va alejando de donde yo estaba.
Con el dineral que me había costado el rosario y por más vueltas que daba no lo encontraba.
La verdad es que si en aquellos momentos se me pone por delante algún camerunés, de los que estaban acompañando al obispo, creo que le arranco los pelos o le hubiese tirado un bocao, …
-          Y la peineta, el mantón, … Le pregunta el beninero.
-          La peineta, el mantón y todo lo demás ya lo había metido en el bolso de mano.  Un bolso tan chico y sin una bolsa de plástico para meter todo lo que me habían enganchado. No entiendo lo del bolso tan chico que tenía que llevar, pero formaba parte del conjunto. Un dineral, para llevarlo vacío.
En aquellos momentos, lo que me ponía cada vez más atacá, era la faja y los zapatos de tacón, Un deillo de tacón, pero no te puedes hacer una idea la tarde noche que me dieron los zapatos y la faja.
Ya de noche, aparece un taxi, se bajan de él dos de los cameruneses con la cara desfigurada y empiezan a disculparse.
Hasta que el bolso no se me escapó de las manos, les estuve dando bolsazos a los negros y al taxista que también se metió por medio.
Después ya tranquilos cuando le explico a los camerunenses, lo de la faja y los zapatos, los “pan blanco, me contestan, que porqué no me los había quitado. Serán “pan blanco”.
Continuó diciendo la que armó cuando llegó a la residencia y se encontró frente a frente con el recién nombrado obispo y le dijo:
-          Hasta que no esté otra vez en Málaga, ni se te ocurra, separarte de mi.
-          Tu estas durmiendo – le dice el obispo a la beninera – en una residencia de monjas y yo en una de curas.
-          Eso era antes, ahora tenemos que dormir los dos juntos en la misma habitación, tú en una cama, yo en una buena butaca y con un taburete, para poner las piernas en alto para que no se me hinchen.
Que dicho sea de paso niño, - lo de niño es referencia al beninero -  no veas como roncaba el camerunés.
-          ¿Pero conseguiste dormir – le pregunta el beninero - en la residencia de curas en Roma?.
-          Dormir, lo que se dice dormir poquísimo, por los ronquidos del obispo.
Entre ellos empezaron a hablar en cahachau, creo, intentando encontrar soluciones a donde yo tenía que dormir. Yo les decía de vez en cuando: No sabéis quien tenéis delante de vosotros, una beninera que puede ser vuestra abuela y además cabezona.
Intentaron engañarme. Ya te contaré la desconfianza.
Llamaron a una monja para que me convenciese. Hablando en italiano como si la entendiese. Yo cerre los ojos y no dije ni mú.
Nos acostamos de madrugada, pero al final no sé si era la residencia de curas o monjas, donde dormimos, pero el obispo y yo dormimos en la misma habitación. 
Los dos o tres días siguientes me los pasé sentados en una silla, dentro o fuera de los despachos donde entraba el obispo.
El obispo entendió clarico, clarico, que yo tenía que estar con él como su sombra.
¿Tú qué dices niño?. Si me ha invitado como madrina. ¿Tú crees, que a una mujer mayor como yo, con la edad que tengo, se le puede invitar a Roma, dejar que me pierda y encima me querían  endosar a un amigo suyo para que me ensañase Roma?.  Ya ves Roma, que se parece al Cucanal – es una ladera que estaba frente al pueblo donde la agricultura se había abandonado y por ello la mayoría de los balates estaban en el suelo – muchos balates rotos y piedras sueltas por todos lados.
La conversación se fue relajando entre ambos paisanos y lo que más le impresionó fue tener entre sus manos la mano de Juan Pablo II – que la beninera le enseñó el par de guantes, al beninero, pero no se los dejó tocar – y la tarde noche  que vivió perdida en la plaza de San Pedro en Roma.

Ahora con su muerte lo que recuerdo de ella, es la única en el pueblo que hizo lo que creía oportuno en cada momento.
Esta es la mujer que recuerdo llena de energía y tomando sus decisiones sin importarle el qué dirán. La mujer que ayudo a todos los que llamaron a su puerta. Llegó un momento en que era la que leía todas las cartas que llegaban desde Cataluña (gran parte de la población era analfabeta) y también contestaba  escribiendo dichas cartas. Su casa siempre fue la casa en la que podía entrar todo el mundo, desde los obispos que llegaban a Benínar hasta aquellas mujeres que se encontraban en una situación difícil y complicada para que ella les ayudase con consejos y con dinero..
Tomó la decisión de marcharse los últimos días de su vida a Granada cuando vio que su pueblo ya no existía. Su casa había desaparecido lo mismo que habían desaparecido aquellas personas que  necesitaba ayudar y ella realizarse como mujer.
Este escrito tiene fecha del 2009 pero ahora con su muerte me lo encontré y he vuelto a estar con mi amiga Lola Sánchez. 

Lola Sánchez Blanco vivió en la gloria tódo los días que vivió en Benínar ya que se sentía útil  para la comunidad y realmente lo fue. 

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