lunes, 13 de febrero de 2017

Los reales que te den se los das a tu abuela



Un ingeniero catalán de treinta años sentado en uno de los  malecones de una carretera alpujarreña justo en  El Collado, miraba donde antes estaba el pueblo de Benínar. Tenía entre sus manos un pequeño cofre lleno de cenizas. Contempla el valle, la planicie de las aguas mansas del pantano y en nada se parecía a la imagen que le describió  su abuelo.
Aquel nieto pidió una semana de vacaciones para dedicarla a que las cenizas de su abuelo recorriesen todos aquellos lugares descritos en sus cuentos, los que aun  permanecían frescos en la memoria del ingeniero.
El  joven en el momento de planificar el viaje no encontró ni direcciones ni teléfonos de  los paisanos de su abuelo. Se les olvidó a su familia seguir manteniendo  relaciones con la gente de su pueblo natal y cuando llegan estos momentos en la vida de todas las personas, es cuando se  mide lo grande que es la soledad; mira a su alrededor, tenía que iniciar el entierro  y se encontraba solo.
El anciano le  había pedido que aquel viaje lo hiciese cuando el trigo de las cementeras estaba granando y entre el trigo florecían las amapolas.
Desde que entró en el hospital - donde el anciano decía que no saldría con vida, - cada vez que acudía su nieto a visitarlo al final solía decirle:
-          Mi vida; que no se te olvide el encargo.   
Su abuelo pedía que  cuando muriese lo incinerasen y sus cenizas quedasen depositadas en el  cementerio de Benínar.
Sentado en el malecón aquel joven cierra los ojos y pretende escuchar las palabras de su cuentacuentos preferido:
-          Nene - le decía el abuelo al nieto, - en mi entierro me dejas debajo del puente un ratito y después dejas mis cenizas en el cementerio para que descanse al lado de mis  padres, entre mis  paisanos.
Aquel emigrante se había marchado del pueblo a comienzos de los cincuenta y la imagen que guardaba de su pueblo se la había trasmitido a aquel nieto cuando tenía edad que le contasen cuentos al estar sentado en las rodillas.
En todos los cuentos su abuelo solía empezar diciendo:
-          En Benínar donde yo nací había una vega llena de árboles frutales que eran regados por las aguas del río. Los nidos de los jilgueros y verderones, los solíamos encontrar en los naranjos llenos de azahar y los nidos de las perdices en el secado debajo de una bolina, …
Una de las persona clave para aquel joven recuerda que  siempre se le transformaba el rostro cuando dentro de su narrativa aparecía antes o después la palabra Reducto. Aquel espacio sería donde  trascurrieron  todos los juegos de la niñez de la persona que siempre le llevo y le esperó en la puerta del colegio cuando el ingeniero tenía edad de ir a la escuela. 
El nieto catalán sentado en el malecón ni ve la plaza, ni El Reducto ni el puente, la iglesia, ( … ) de sus cuentos. A sus oídos no llega el sonido fresco y trasparente de las aguas cristalinas donde su abuelo había bebido tantas veces, ni escucha el chapoteo de los niños en las pozas del río… No está oliendo  como decía su abuelo que olía Benínar a tomillo y a cal.
El ingeniero tenía otros encargos:
-          Le pides perdón por las veces que me burlé de  Antonio el de Carpo y Antonio Campoy y si ya han muerto,  le pones un ramo de flores silvestres en la tumba donde estén  descansando.
Para mis  padres y abuelos, como se habrán quedado enterrados en el suelo del  viejo cementerio, coges cuatro amapolas  y cuatro espigas de las que nacen entre la cementera y las tiras al agua.
Infórmate a donde llegan las aguas del pantano; ve a los      ayuntamientos donde lleguen sus aguas. Al primero que encuentres, le pides un real.
Los reales que te den te los traes a Barcelona y se los pones en la tumba de tu abuela. Siento remordimiento por haberle recateado  cada perra gorda que me pedía para ir a comprar. Esos reales es la herencia beninera.
Tu abuela sabes que era extremeña y nunca se creyó que mi herencia estaba en Benínar.

Nota:
El que escribe y relee una y otra vez el contenido, se siente unido:
-          Gaoshan de Taiwuán.
-          Karajá de Brasil.
-          Innuit de Canada.
Tantos y tantos pueblos que en nombre del progreso son atropellados. Lo más lamentable es que en estos momentos en América del Sur, en  China o en África, se está empleando la misma táctica y el mismo argumento para expulsar a sus moradores de los pueblos donde han nacido y donde están enterrados sus antepasados.

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