jueves, 29 de agosto de 2013

El beninero que planta árboles.



Mi compañero y amigo de universidad Antonio Viera, se encontró un libro cuyo título es: El hombre que plantaba árboles, se identifica en su plenitud con su contenido, y como los dos compartimos la necesidad de sembrar árboles, me lo dedica y me lo regala.
Un cuento alegórico del autor francés Jean Giono, publicado en 1953. Cuenta la historia de los esfuerzos de un pastor para convertir un desolado valle en las estribaciones de los Alpes, cerca de la Provenza, en un bosque a lo largo de la primera mitad del siglo XX.

Antonio heredo una pequeña finca en Extremadura, que con el paso del tiempo fue aumentando el número de hectáreas y por supuesto lleva más de media vida plantando y plantando no solo encinas en dicha finca. Su filosofía es plantar y plantar a sabiendas que las encinas para que den frutos tiene que pasar muchos años. Mi amigo es de las pocas personas que habla con los árboles, los abraza y por ello, por el mero hecho de verlos crecer disfruta tanto como degustando  sus frutos, sus aromas y de su sombra.  

En estas pasadas y recientes fiestas de nuestro patrón San Roque, nada más entrar por el carril que da acceso a la finquita que tiene Antonio Blanco, me sorprende que a ambos lados del camino han aparecido almendros, olivos y viñedos que a pesar de la sequedad del terreno crecen, están cargados de fruto y han cambiado por completo la faz de aquel trozo de tierra.
El beninero Díaz Roda posiblemente no se ha encontrado con el mencionado libro, pero si es de los que comparte la misma filosofía que los árboles que tenemos es como consecuencia que alguien los ha plantado para que las generaciones siguientes disfruten de ellos.    

Seguro que al ser tan activo el beninero, seguro que estará dentro de ecologistas en acción, o en asociaciones parecidas. Nosotros los que plantamos árboles, nos diferenciamos de los ecologistas de asfalto, que nuestra infancia y juventud crecimos a la par que los árboles sufriendo con ellos las sequías, los vendavales y las inundaciones, nuestro vínculo directo con nuestro entorno forma parte de nuestra forma de ser y estar dejando para otros amantes de la naturaleza que se muevan en los  despachos, los periódicos, engordar estadísticas y un día al año van al campo a sembrar árboles y allí los dejan a su suerte para que  crezcan. 

Cada vez que me encuentro con mis paisanos para identificar a José Antonio Díaz Roda, pronunciamos el nombre de su padre Juan Díaz. El auténtico Juan Díaz en la actualidad ya pasó de los noventa años y todos los sábados su hijo lo tiene dedicado  a sus padres.  Desde Almería capital los traslada a  Cintas (Benínar) y allí los campea mientras él se dedica a sembrar árboles. Al tener la escuela de su padre, de la universidad de La Alpujarra, cuando siembre un árbol, ha estudiado antes la tierra, que planta tiene todas las posibilidades de sobrevivir en dicho suelo, establece  un seguimiento y como se solía decir en Benínar: El ojo del amo engorda el ganado, que traducido a lo campero es seguir su crecimiento mientras se vive.  
Juan Díaz es un ejemplo. Se debería tomar en serio la labor que está realizando en Cintas no solo para las fincas limítrofes, por allí deberían pasar todos los que viven en La Contraviesa para aprender de cómo se puede o se debe hacer para que una tierra sea sostenible.   
  
Tan solo dos comentarios más sobre el futuro de nuestra tierra, La Alpujarra. El ejemplo dejado por parte de La Administración, de las decisiones políticas.
Cuando terminaron de cerrar la presa de Benínar, comenzaron a sembrar y sembrar pinos. Treinta años después, allí están unos más grandes, la mayoría no encontraron el momento de crecer, pero sobre todo puede llegar un fuego y convertir toda la cuenca del pantano en un desolado territorio quemado.
Me decía mi amigo Antonio Viera que en base a las estadísticas la dehesa extremeña es casi imposible la propagación de un fuego, principalmente por el cómo están plantados las encinas, el seguimiento en su crecimiento, su poda para el aprovechamiento energético. Caso parecido el  cómo están plantados  los almendros y las higueras en toda La Contraviesa. La fatalidad de nuestra tierra, es que los árboles que quedan fueron plantados hace ya mucho tiempo por generaciones que ya no están entre nosotros. Los árboles que murieron  no fueron sustituidos ni nadie se dedica a sembrar más almendros ni más higueras. Juan Díaz cuando tomo la decisión de plantar no colocó en primer lugar su rentabilidad ni si llegará a sacar el máximo de cosechas, el beneficio pleno cuando dichos árboles lleguen a su madurez. Nuestro paisano se puso a plantar con la misma filosofía que se puso a sembrar  el pastor, Eleazar Bouffier, del libro antes mencionado.

No creo que Juan Díaz, se ponga a hablar con los árboles que ha plantado como lo hace mi amigo Antonio Viera, pero sí creo que siente una satisfacción especial que no son capaces de conseguir todos aquellos alpujarreños que se morirán sin haber plantado tan solo un árbol, escribir un libro o educar a un hijo.


Le pediremos a San Roque bendito que conceda ese don tan especial (como el don de la música o el de la pintura, etc.,  que concede a otras personas) de disfrutar sembrando como disfrutan mis amigos Antonio y Juan. No tiene otra solución nuestra tierra La Contraviesa, La Alpujarra  o Extremadura.

martes, 20 de agosto de 2013

¿De donde vienes?: De las fiestas de Benínar.



Después de las fiestas celebradas en el Cerro de las Viñas (Benínar) en honor a nuestro patrón San Roque otro año más llegamos cargados de ilusión por volver a encontrarnos y poder compartir todo lo acontecido desde el año pasado.
Existía un dicho popular que la mayoría de la gente cuando va a ver una corrida de toros, va contento, de fiesta, pletórico. No hacía falta preguntarle a donde iba, antes de preguntarle te contestaba: ¡Voy a los toros!.  Cuando salía y se le preguntaba de donde venía, contestaba,  melancólico, como aburrido, triste: Vengo de los toros.  Igualico, igualico, nos pasa a los benineros cuando nos juntamos todos los años para ir en procesión con nuestro patrón San Roque.

En primer lugar la ausencia de la familia formada por Juan Molina y Lolica la de Ramón no apareció nadie y todos comprendimos que el duelo, los duelos no son fáciles que terminen tan pronto.

De los cinco mayordomos que fueron nombrados el año pasado tan solo nos quedaron dos para estar disponibles los dos días de fiesta, pero no importó ya que la matriarca de los Medina Molina se puso las dos manos en la cadera, como solían hacer siempre que se enfrentaban a las faenas las benineras y dicha mujer  María Angustias distribuyó el trabajo y toda la familia cumplió en el puesto que fue colocado desde que llegaron los primeros hasta que se fueron los últimos. El patriarca de dicha familia Manuel, se encargó que tocar todos los resortes de la administración para que todo estuviese a punto. Como ocurre casi siempre, una sola familia descarga  sobre sus espaldas atender a todo el mundo lo mejor que se sabe hacer y en esta ocasión lo consiguieron. Desde el más chico hasta el más grande de la familia se pusieron al servicio de la comunidad una fiesta donde pudieron participar más de doscientas personas.

Ya todo preparado para empezar, como siempre viviendo en la incertidumbre del número que acudirían a la llamada. Gracias al patrón San Roque, que es el reclamo principal, el número de asistentes el día dieciséis cada vez son más aunque los benineros bautizados con al agua de la Fuente de la Cañarroda bendecida, cada vez por ley de vida somos menos. Quizás fue el año en el que el nombramiento de los nuevos mayordomos (los que se encargarán de preparar las próximas) fue más rápido y apenas se notó el momento de la asignación y aceptación de las  mayordomías.
     
La sorpresa para mí fue grande al encontrarme sentado en la mesa del paulo a un joven con una edad aproximada a los veinte años acompañando a su abuelo. Es el primer nieto que se incorpora para aprender en vivo y en directo las estrategias de los viejos jugadores de naipes benineros. Es curioso observar que este juego conocido como el paulo, perdura a pesar de saltarse una generación. Pasa de abuelos a nietos con la incorporación de este primer joven en mucho tiempo.

Se me encomendó que guardase unas sillas para cuando llegasen las autoridades y estando en guardia llegaron unos ojos, los que siempre me desarmaron, y ahora aunque sigan estando en un rostro cerca de los ochenta años, sin mediar palabra alguna se apoderó de mis sillas y no me quedó más remedio que correr a la otra punta, por no enfrentarme a las dos miradas, la de la  matriarca Mariangustias (la que ejercía como mayordoma, como anfitriona) y a los ojos de Vitorilla. Ya en la otra esquina comencé a preparar argumentos en mi defensa y me vino a la cabeza la mirada de pintor malagueño Picasso. Nunca tuve frente a frente los ojos del  pintor, pero sí los ojos de mi paisana, y, entonces comprendí que es cierto lo que dicen y cuentan de los efectos que produce una mirada, aunque esos ojos tengan cerca de los ochenta años. Si los ojos son como los que me miraron, te levantan, te quedas de pie,  se llevan tu silla te desarman todos toicos todos los argumentos.

Como olvidar la cara de mi prima María, que su yerno el director de la banda de música  tocó por primera vez en toda la Historia de Benínar de todas las bandas que por allí pasaron, el himno a San Roque. Me busca, me encuentra y me dice:
-         ¡Venga!. ¡Vamos!.  Que la banda nos espera. Que tenemos que cantar el himno a San Roque.  
Que yo recuerde, el patrón tiene tres himnos. ¿Cuál de ellos era?. Los canté por última vez los tres de golpe, puede que pasaran los cuarenta años. Le dije que no tenía letra y me contesta:
-         Pues así. Sin letra. Que se va a tocar por primera vez el himno a San Roque.

Hablando de caras. Mi paisana Amelia cuando tuvimos un ratico a solas  me dice:
-         Te encuentro una expresión triste. Tienes mala cara. ¿Qué te pasa?.
-         Todo el mundo no lleva los mismos genes, - le contesté –. Tu eres hija de Rosario y de Paco Ginebra.
Paco que era el único beninero que cuando llegaba de las labores del campo al atardecer, se sentaba en el tranco de su puerta donde los beninerillos le estaban esperando para que les contase un cuento. Fue el único beninero que dejó en la mente de los críos un cuento. Nadie en el pueblo  sabía ninguno y mucho menos inventárselos. 
Rosario ya mayor, viviendo en Vicar con su hija, cada vez que escuchaba la explosión de un cohete, se levantaba de la silla como un resorte, buscaba a su hija y le decía:
-         ¡Venga!. ¡Vamos a arreglarnos!.  Escuché un cohete y por lo tanto donde están los cohetes están las fiestas. Que le gustaban las fiestas a aquella pareja y como las disfrutaban. Su alegría era contagiosa.

Aparecieron otros datos, otros encuentros y otros titulares que los tengo anotados para otros relatos.

sábado, 3 de agosto de 2013

Carmen la de Martirio


Creo que a Carmen nada más nacer su madre Martirio le colocó un delantal para que se le fuese haciendo el cuerpo, que nada más clarear el día había que espabilarse y ponerse a trabajar hasta que apareciesen en el cielo las estrellas y así todos los días del año, durante toda su vida.
En Benínar se le asociaba como la mujer que supo vencer la hepatitis, estando tres meses enteros comiendo tan solo patatas cocidas, sin sal ni nada de nada. El que le diagnosticó dicha enfermedad fue Don Emilio Durán Mediavilla, en el tiempo en que Martirio la madre de Carmen fue criada del médico.
Carmen era de las  mujeres que en el pueblo no acudía a los rosarios, ni  a las misas, ni las procesiones, ni tampoco acudía un ratico para divertirse en la plaza durante las fiestas. No creo que acudiese por Navidad a los coros en la plaza ni a esperar la música de Eugijar cuando entraba al pueblo.  Para que nadie le contase como fueron todos los acontecimientos del pueblo, en un momento se asomaba a las escalerillas con su delantal puesto, en vivo y directo  ella valoraba como fueron dichas fiestas, sin esperar que nadie le aportase un juicio de cómo habían sido. 
Sumergida en una sociedad bastante dada al chismorreo ella, siempre valoró aquello que habían contemplado sus ojos y siempre enjuició en base a como ella hubiese actuado en dichas circunstancias.
Fue de las pocas que cada vez que se levantaba se ponía a trabajar no pensando en el dinero que recibiría a cambio, para después comprarse un vestido o unos zapatos, puesto que, al no ir a misa el Domingo de Ramos (por el dicho que se decía en el pueblo que el que en ese día no estrenaba algo se le caían las manos) ni pisar la plaza en los días de fiesta del pueblo cada vez que se cambiaba de vestido tenían que pasar años, por pura necesidad. Tampoco necesitaba ropa nueva para viajar, tendrían que pasar muchos años para que conociese su capital Almería y por cuestión de médicos.
A pesar que toda su familia eran emigrantes cada vez que se le sacaba el tema tanto ella como su marido haciendo espavientos contestaban: ¡Quita!. ¡Quita!. ¡Quita!, ...  "Que en Cataluña ni se amarran los perros con longaniza ni se apedrean con trozos de lomo en manteca".
Las  manos más expertas para en un santiamén elaborase todos los embutidos de una matanza. La que con más coraje cogía una canasta llena de ropa sobre su cadera  y río arriba,   hasta encontrar el agua para lavarla. En la era trabajaba a la par de los hombres y se cargaba con los mismos sacos. Solo la vi llorar en un velatorio y mientras lloraba, le pasaba un paño a los muebles, a las sillas, si es que no hacía falta estar en la cocina pendiente del puchero.
La mejor pastelera de Benínar y sabía cómo sabían los soplillos o las madalenas al meter el dedo en la masa para ver si estaban en su punto con todos los ingredientes. Si acudía a una boda era con su delantar para ayudar no para sentarse y que le sirviesen.
Nunca la vi sentada al caer la tarde en su puerta o en la de cualquier vecina con una canasta de ropa a su lado, para disfrutar de la tarde, de la charla entre vecinas, de la brisa que llegaba del Cejor. Nunca tomó la decisión de decirle al Lucero del Alba si lo tenía delante: Esta tarde me siento en la silla para descansar y mañana ya veremos.         
La vi totalmente derrumbada al visitarla por la muerte de una de sus hijas a la edad de treinta años. Me dieron ganas de abrazarla, apretarla y estar en esa posición un buen rato, pero no lo hice al recordar mi niñez y mi juventud, cuando trabajaba en casa de mis padres y hubo muchos momentos (sobre todo cuando mi madre se cabreaba conmigo y me encontraba solo e incomprendido) en los que necesite sus abrazos y sus besos y Carmen la de Martirio en aquellos momentos creo que no conocía, no había descubierto las sensaciones de los abrazos ni por supuesto los besos. No sé si con el paso de los años mi querida Carmen habrá encontrado la ternura de un beso, la descarga que representa cuando recibes  un abrazo. Veremos cómo reacciona  San Pedro cuando se entere que Carmen todo ese cargamento sentimental lo devuelve casi intacto.
No sé si fue el hambre, la orfandad, la guerra civil o todo junto le que marcó en su mente la frase: Trabaja, trabaja y trabaja hasta el límite de tus fuerzas. Si en vez de orientar su vida al trabajo lo hubiese dedicado a la oración, sin duda alguna hoy hasta los benineros agnósticos seguro que estarían planteándose la duda de si Carmen debería estar en los altares, como una santa.