sábado, 3 de agosto de 2013

Carmen la de Martirio


Creo que a Carmen nada más nacer su madre Martirio le colocó un delantal para que se le fuese haciendo el cuerpo, que nada más clarear el día había que espabilarse y ponerse a trabajar hasta que apareciesen en el cielo las estrellas y así todos los días del año, durante toda su vida.
En Benínar se le asociaba como la mujer que supo vencer la hepatitis, estando tres meses enteros comiendo tan solo patatas cocidas, sin sal ni nada de nada. El que le diagnosticó dicha enfermedad fue Don Emilio Durán Mediavilla, en el tiempo en que Martirio la madre de Carmen fue criada del médico.
Carmen era de las  mujeres que en el pueblo no acudía a los rosarios, ni  a las misas, ni las procesiones, ni tampoco acudía un ratico para divertirse en la plaza durante las fiestas. No creo que acudiese por Navidad a los coros en la plaza ni a esperar la música de Eugijar cuando entraba al pueblo.  Para que nadie le contase como fueron todos los acontecimientos del pueblo, en un momento se asomaba a las escalerillas con su delantal puesto, en vivo y directo  ella valoraba como fueron dichas fiestas, sin esperar que nadie le aportase un juicio de cómo habían sido. 
Sumergida en una sociedad bastante dada al chismorreo ella, siempre valoró aquello que habían contemplado sus ojos y siempre enjuició en base a como ella hubiese actuado en dichas circunstancias.
Fue de las pocas que cada vez que se levantaba se ponía a trabajar no pensando en el dinero que recibiría a cambio, para después comprarse un vestido o unos zapatos, puesto que, al no ir a misa el Domingo de Ramos (por el dicho que se decía en el pueblo que el que en ese día no estrenaba algo se le caían las manos) ni pisar la plaza en los días de fiesta del pueblo cada vez que se cambiaba de vestido tenían que pasar años, por pura necesidad. Tampoco necesitaba ropa nueva para viajar, tendrían que pasar muchos años para que conociese su capital Almería y por cuestión de médicos.
A pesar que toda su familia eran emigrantes cada vez que se le sacaba el tema tanto ella como su marido haciendo espavientos contestaban: ¡Quita!. ¡Quita!. ¡Quita!, ...  "Que en Cataluña ni se amarran los perros con longaniza ni se apedrean con trozos de lomo en manteca".
Las  manos más expertas para en un santiamén elaborase todos los embutidos de una matanza. La que con más coraje cogía una canasta llena de ropa sobre su cadera  y río arriba,   hasta encontrar el agua para lavarla. En la era trabajaba a la par de los hombres y se cargaba con los mismos sacos. Solo la vi llorar en un velatorio y mientras lloraba, le pasaba un paño a los muebles, a las sillas, si es que no hacía falta estar en la cocina pendiente del puchero.
La mejor pastelera de Benínar y sabía cómo sabían los soplillos o las madalenas al meter el dedo en la masa para ver si estaban en su punto con todos los ingredientes. Si acudía a una boda era con su delantar para ayudar no para sentarse y que le sirviesen.
Nunca la vi sentada al caer la tarde en su puerta o en la de cualquier vecina con una canasta de ropa a su lado, para disfrutar de la tarde, de la charla entre vecinas, de la brisa que llegaba del Cejor. Nunca tomó la decisión de decirle al Lucero del Alba si lo tenía delante: Esta tarde me siento en la silla para descansar y mañana ya veremos.         
La vi totalmente derrumbada al visitarla por la muerte de una de sus hijas a la edad de treinta años. Me dieron ganas de abrazarla, apretarla y estar en esa posición un buen rato, pero no lo hice al recordar mi niñez y mi juventud, cuando trabajaba en casa de mis padres y hubo muchos momentos (sobre todo cuando mi madre se cabreaba conmigo y me encontraba solo e incomprendido) en los que necesite sus abrazos y sus besos y Carmen la de Martirio en aquellos momentos creo que no conocía, no había descubierto las sensaciones de los abrazos ni por supuesto los besos. No sé si con el paso de los años mi querida Carmen habrá encontrado la ternura de un beso, la descarga que representa cuando recibes  un abrazo. Veremos cómo reacciona  San Pedro cuando se entere que Carmen todo ese cargamento sentimental lo devuelve casi intacto.
No sé si fue el hambre, la orfandad, la guerra civil o todo junto le que marcó en su mente la frase: Trabaja, trabaja y trabaja hasta el límite de tus fuerzas. Si en vez de orientar su vida al trabajo lo hubiese dedicado a la oración, sin duda alguna hoy hasta los benineros agnósticos seguro que estarían planteándose la duda de si Carmen debería estar en los altares, como una santa.   

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