jueves, 5 de septiembre de 2013

Las marcas que deja el regazo.


No dejo de mencionar una y otra vez lo que representan las matriarcas en el tema de Benínar. Me marcho al otro extremo del mundo (para los benineros representó siempre Cataluña) para volver de nuevo al Cerro de las Viñas. Pascualilla, (no sé conocía como Pascuala tal vez por marcharse joven o porque en el pueblo muchas personas morían ya de mayores con nombres de joven por mantener siempre el secreto de la juventud)  que nacería a últimos del siglo XIX y que por supuesto ya ha fallecido, que como tantos paisanos tuvieron que emigrar y ahora sus descendientes están pendientes de todo lo referente a Benínar. Es que su abuela no tiene otro lugar de ubicación que no sea aquel pueblo alpujarreño. Esta paisana a pesar de las penurias pasadas, de vivir la guerra civil, la posguerra, el año de la hambre, de sacar adelante a cuatro hijas sola, supo sembrar en sus nietas (mientras las cuidaba cuando sus madres estaban trabajando en alguna fábrica de Cataluña) lo positivo de aquella tierra que le escatimaba todos los días el pan y la sal. Nuestra paisana seguro que le contaba a sus nietas la historia de nuestro pueblo en forma de cuentos y los cuentos de nuestra niñez para todos son muy difíciles de olvidar. Repito, los descendientes de Pascualilla, (ya todos nacidos en Cataluña) entran en facebook, youTube, los blogs que hacen referencias a Benínar, seguro con un respeto impresionante puesto que allí en ese pueblo alpujarreño están sus raíces y sobre todo estaban los recuerdos y vivencias de uno de los seres más queridos y entrañables que tiene una persona que son sus abuelo.
Cuando he terminado de ver las fotos que el hijo de Antonio Blanco ha colgado en la red y ver tanta gente joven, tantos niños a la mente me ha llegado: Benínar que perdurará en el tiempo muchos años, ya que dichos niños van acompañados de sus abuelas que tal y como está la vida esos niños (mientras sus padres trabajan) se han dormido muchas veces en el regazo de sus abuelas, que para que el niño se durmiese seguro le contaba las mismas historias que Pascualilla le contaba a sus nietas.
Con la de penurias que pasaron y llevan en el cuerpo las matriarcas benineras, es estremecedor como  son capaces de cribar, espulgar, todos aquellos sueños que fueron soltando cuando eran adolescentes por la calle real y por la plaza. Los bailes  cuando llegaba una vez al año la Banda de Música de Ugijar. Los remolinos que por Navidad se hacían en la plaza y tantas y tantas historias que tienen un lugar de ubicación, que es Benínar, la bien guarnida, la que dormía en los brazos de la aurora, entre priscos olivares y fortalezas de roca.
¡Ay!. ¡Ay! . ¡Ay!  y muchas veces ay, son los suspiros que se les escapa a las matriarcas benineras que cada vez que los escuchan  sus hijos, sus nietos, seguro dicen: Ya está la abuela otra vez en la plaza, en la Ramblilla, a por agua a la Cañarroda,  o en el puente resistiéndose al achuchón o al beso robado del abuelo o tan vez, recogiendo romero del suelo de aquella alfombra que formaban los jóvenes  por todas las calles por donde pasaba la procesión  del Corpus, para meterlo en un pucherillo para que aquella mata, el romero bendecido (el que pasa por el romero y no coge de él, ni tiene amores ni espera tener)  protegiese aquella casa durante ese año.     

Si a todos los benineros les pasa como me pasa a mí, mientras se viva, todos los días del año, por cualquier motivo insignificante me llega a la cabeza aquella cara entrañable de mi abuela Antoñica la de Ramón y por supuesto a Doloricas la de Tienda. Dichos recuerdos que forman parte de mi no puedo ubicarlos en otro  sitio que no sea Benínar.  

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