jueves, 14 de abril de 2011

EL LENGUAJE DE LA TIERRA.

El Ayuntamiento de Los Barrios, pensó en su día que el huerto forma parte de la cultura de casi todos los pueblos, de todas las culturas del Mediterraneo y habilitó una zona a las afueras del pueblo donde todos los jubilados que quieren tienen un espacio para sembrar en el huerto asignado. Todo un acierto volver a la utilidad los espacios de las Calzadas Reales.
Puede que naciese la idea cuando los políticos de dicho ayuntamiento andaban casi desesperados buscando espacios para los polígonos industriales, cuando los mayores sentados en los bancos de la plaza del pueblo, se pusieron de acuerdo que ellos forman parte de la población, que ellos necesitan también un espacio.
No queremos parques para sentarnos, queremos huertos para ejercitarnos. Me recuerda mi amigo Manuel que dicha frase era su eslogan lo que gritaban en la puerta del ayuntamiento. Barreños que empezaron ejercieron su profesión en las labores del campo y con la industrialización se reconvirtiron en albañiles; les llegó la jubilación y quieren retomar el pacto con la tierra. No aceptan los sabores de las hortalizas modernas pero sobre todo quieren volver a renacer con los brotes de las habas, a fertilizar con estiércol la tierra.
Mi amigo hortelano coge la tierra una y otra vez entre sus manos y la desmenuza, para ver su textura. Se siente satisfecho cuando ve que sus pies se hunden en la tierra suelta. Con la azada arremete en todos aquellos espacios hasta conseguir la receptividad de experto en germinaciones de semillas. Como el pintor que da una pincelada y se retira para ver lo trazado desde otra perspectiva, de la misma forma está viendo Manuel la erilla dentro del huerto preparada para las papas.
Siempre que paso por dicho lugar me arrancan una sonrisa el ver a las personas mayores, que entre parrafada y parrafada con el vecino, cada día (son los dueños del tiempo) la zona labrada avanza un poquito más, con el mismo ritmo que avanza los minutos de sol que va alumbrando la tierra. Sin prisa, pero dentro del tiempo. Ellos saben mejor que nadie los márgenes de la siembra, que les marca la lluvia los calores y el estado de la luna.
Recuerdo a los abuelos benineros pendientes de la acequia, de ir arrancando la hiervas nada más nacer antes que ahogasen las matas de berenjena. Al caer el sol con su azada al hombro, regresaban por el Cajorrillo con la satisfacción de haber cumplido otro día más en lo pactado con la tierra. La mujer de Manuel duda de ser en el amor ella la primera.
Mi amigo, como él y su mujer no son capaces de consumir toda la producción, a la entrada de la casa siempre tiene una espuerta llena de productos del huerto, que se pueden llevar el hijo que le visita, el vecino, el amigo. Todo lo mejor del huerto a cambio de una palmada en el hombro, un elogio al mejor de los manjares al mejor hortelano que con sus conocimientos, sacaron a medias, el hombre y la tierra.
Manuel disfruta de su huerto, aún cuando dice:
- “Vengo eslomao de la pechá de cavar preparando la tierra, pero mientras estas manos puedan, … ”.
No es mérito solo mío, lo más importante es saber interpretar el lenguaje de la tierra.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tu artículo me llena de nostalgia por los recuerdos. Fuimos aprendices de tantas cosas...por eso le damos la importancia que tienen a los frutos de la tierra cosechados en la proximidad.

Tengo que buscar un cajón; ponerlo en la terraza, y sembrar con mis nietos garbanzos, habichuelas y lentejas (de momento). Los niños en Beninar, lo vehíamos hacer desde que nacíamos.

Un abrazo, Juan.

paco maldonado dijo...

Se me escapó como el agua entre las manos que mis hijos se incorporasen a la siembra del huerto.
Totalmente de acuerdo que para eso tenemos a los nietos (tu ya los tienes es de suponer que los tendré) y nosotros con más capacidad para enseñarles ¿"lo importante"?.
Un abrazo. Juan.