Que trabajito me cuesta ir a visitar a una
persona cuando me dicen de ella que está en el hospital y que apenas conoce a
nadie. Eso me ha pasado con mi tía Lolica la de mi tío Ramón. Lo último que
sabía de ella es que mi hermano la había visitado en el hospital y tenía
agotados todos sus sentidos.
La última vez que le visité en su casa me
acompañaba su hija y estaba llena de vida y disfrutando como jamás había
disfrutado. Me decía su hija que desde que llegaron a El Ejido, ella y su
marido visitaban con frecuencia donde se reunían los jubilados y cuando se
murió su marido en vez de ponerse de luto, ir todos los días a la iglesia por
la tarde y por la mañana a la plaza a comprar, encerrarse en su casa todo el día como era
costumbre en todas las mujeres beninaras, ella, posiblemente influenciada por
sus colegas del hogar del pensionista,
se incorpora con todas sus fuerzas en dicha panda de viudas (tal y como
aparece en ese programa nuevo de la TVE) y pasa sus mejores días de su vida.
Atrás había quedado pasar de vivir en el Cortijo
de la Mecila a vivir en una casa prestada por sus suegros. De cargarse a sus
espaldas todas las mujeres mayores ( en
las últimas bocanadas de Benínar, cuando
murieron todos los viejos de golpe asustados por los barrenos y explosiones por
la construcción del pantano) que había en el pueblo y asistirlas como si se
tratase de un familiar cercano. Sufrir el destierro que vivimos todos los
benineros, llegar a El Ejido y volver a empezar otra vida diferente y distinta de
cómo vivía en su pueblo alpujarreño.
Atrás deja todo aquel pasado lleno de dificultades
y penurias, que no todos las benineras de su generación supieron dejar atrás, lo de
coger un cuchillo, una faca y cortar aquellas ataduras invisibles impuestas por una
sociedad primitiva que vivieron la guerra y la posguerra. Esta beninera es el
caso opuesto a su paisana Bernalda Alba (de García Lorca) optando por vivir y dejar vivir.
En un momento dado en aquella visita, su hija
abre el armario donde su madre tenía toda una colección de vestidos de fiesta que
se ha puesto cada vez que se
organiza cualquier guateque en el hogar del pensionista. No conozco a ninguna
beninera de su generación que tuviese un armario como aquel ni tan repleto de complementos. Bueno, en honor a la verdad puede que fuesen del mismo temple o carácter que
Rosario la de Paco Ginebra, pero Rosario (con el permiso de sus dos hijas) no
tenía un armario tan repleto como aquel. Me decía mi prima, que cada vez que
quiere alegrase el día, abría el armario se ponía el vestido, cerraba los ojos
y volvía a revivir momentos especiales que estaban colgados de aquellos vestidos, de aquella fiesta, de aquel día.
Empiezo a dar escobazos a todos los recuerdos que
tengo de ella y tan solo me quiero quedar con aquel armario repleto de vestidos
de fiesta y recordarla un lunes, un martes, (…), que en un
momento dado, cuando quería revivir un día especial, apartaba la mesa, las
sillas del salón, hacía un hueco, se vestía y volvía a bailar, y bailar, y
bailar, (…),
hasta caer rendida.
Allí donde te has ido tía Lola, busca a los
benineros y contágialos de tu alegría y de tus ganas de vivir. Levántalos de
donde están sentados (tal y como hacías en las fiestas de San Roque, cuando
comenzaba a tocar la banda de música) y ponlos a bailar que los que están
bailando se les cambia el semblante.
2 comentarios:
Una mujer muy especial, tu tía y pariente mía (por mi abuelo, el molinero Nicolas Jimenez)
Que pena que tuviera que verse privada en los últimos meses del cariño y cuidados de su hija Lolica.
Saludos a toda la familia.
Q bien hizo tu tia en aprovechar sus últimos años en salir y bailar y comprarse vestidos, la vida en Beninar era dura y habia pocos sitios donde divertirse.
Espero q allí donde se encuentre pueda seguir bailando, para mi es una de las cosas más bonitas q se pueden hacer.
Un saludo
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