martes, 12 de noviembre de 2013

Antoñico el de Emilia


Sin duda alguna hoy sería un día de luto total, de los pocos que nos  podíamos encontrar en Benínar, de cuando se cerraban  todos los establecimientos, de cuando los agricultores se aderezan buscaban en el arca la mejor ropa y aplazan las labores del campo, aparecían los monaguillos jubilados y los que se estaban reclutándo para que doblasen la campana cuanto más tiempo mejor, para que en aquel valle se enterasen hasta las piedras del Cucanal, que la brisa que llegaba del Cejol llevase a toda La Alpujarra entera que se enterraba a uno de los benineros más importantes, más ilustres, más cercanos  que habían nacido en el pueblo, que a pesar de su categoría, siempre se puso a nuestra altura. 

Me llega a la memoria el día en que falleció otro colega de Antoñico el de Emilia; Eugenio Sánchez  Quero, que cuando llegó a Benínar la noticia que había fallecido a los treinta años en el Hospital de Ugijar ejerciendo su profesión de médico se organizó un grupo de hombres para traer desde ese pueblo hasta el nuestro, a hombros, (por el lecho del río lleno de piedras de todos los tamaños) el féretro, para enterrarlo en nuestro cementerio.

Cuando ejercía su profesión de médico y a su vez como alcalde de Berja, abandonaba el pleno del ayuntamiento al recibir la noticia que había llegado un beninero grave (como fue el caso de la madre del que está escribiendo) para atenderlo y no se separaba de su cabecera hasta verlo recuperarse.  Cuando se le preguntaba el importe de su trabajo, solía decir: ¿Tu me vas a pagar con dinero?. Con toda la confianza del mundo reclamaba algo de la matanza, unos soplillos, unos buñuelos, un pan de higo, unas aceitunas partidas, algo relacionado con la estación por la que estábamos pasando, y era cuando los soplillos alcanzaban la categoría de delicate, cuando lo que se producía o elaboraba en su Benínar adquiría la categoría de excelencia.

Nos decían sus hijas la última vez en el Cerro de Las Viñas: 
Ya estaba muy mayor, pero que añoraba tremendamente su tierra, su Benínar. 
Cuando escuchamos aquellas palabra, el que escribe y todos los de mi edad para arriba, se nos encogió el alma que dijese aquella frase, puesto que todos padecíamos de lo mismo, todos estábamos enfermos de añoranza de nuestra tierra de nuestro pueblo. Nos daba en el lado del alma donde más nos duele, donde se concentran nuestros males. El volver a sentarnos  en el Poyo del Reducto y hablar de nuestras cosas; de volver a vestirnos de morillo en las fiestas de Moros y Cristianos, de volver a oler la hogaza salida del horno, el ver desde la Caña Roda todas las chimeneas con un chorro de humo tieso al clarear el día; estar sentados con la cuchara en la mano delante de una salten de migas con sus engañifas rodeado de los seres queridos, etc. Todo eso para nosotros tiene la máxima categoría porque nos llega al alma y porque lo podíamos compartir con el beninero que había llegado con su esfuerzo y tesón donde jamás había llegado un beninero ni por supuesto llegará.

Nos enteramos los paisanos que era pediatra cuando pidió traslado y se marchó de Berja. Para nosotros era médico completo, puesto que lo mismo sanaba a los benineros de un ictus, del dolor de lumbago, de dolor de estómago, como de un fuerte resfriado.

Allí donde llegaste ayer, por donde vayas pasando, seguro que estarás preguntando, donde se encuentran los benineros para juntarte con ellos, y volver de nuevo a retomar las tantas tertulias que dejaste medio terminar, pero sobre todo para seguir ejerciendo como médico completo a todas las familias benineras.   

La  letra de un fandango de Huelva dice: Aunque me voy no me voy, / aunque me voy no me ausento/, aunque me voy no me voy, / me quedo en el pensamiento. Nuestro orgullo, nuestra Historia de ser benineros quedaría manca o coja si tú no formases parte de ella.

1 comentario:

Juan Gutiérrez dijo...

Estupendo tu homenaje a Antonio.
Saludos.