Sin duda alguna hoy sería un día de luto total,
de los pocos que nos podíamos encontrar
en Benínar, de cuando se cerraban todos
los establecimientos, de cuando los agricultores se aderezan buscaban en el arca
la mejor ropa y aplazan las labores del campo, aparecían los monaguillos
jubilados y los que se estaban reclutándo para que doblasen la campana cuanto
más tiempo mejor, para que en aquel valle se enterasen hasta las piedras del
Cucanal, que la brisa que llegaba del Cejol llevase a toda La Alpujarra entera
que se enterraba a uno de los benineros más importantes, más ilustres, más
cercanos que habían nacido en el pueblo,
que a pesar de su categoría, siempre se puso a nuestra altura.
Me llega a la memoria el día en que falleció otro
colega de Antoñico el de Emilia; Eugenio Sánchez Quero, que cuando llegó a Benínar la noticia
que había fallecido a los treinta años en el Hospital de Ugijar ejerciendo su
profesión de médico se organizó un grupo de hombres para traer desde ese pueblo
hasta el nuestro, a hombros, (por el lecho del río lleno de piedras de todos
los tamaños) el féretro, para enterrarlo en nuestro cementerio.
Cuando ejercía su profesión de médico y a su vez como alcalde de Berja, abandonaba el pleno
del ayuntamiento al recibir la noticia que había llegado un beninero grave (como
fue el caso de la madre del que está escribiendo) para atenderlo y no se separaba de su
cabecera hasta verlo recuperarse. Cuando
se le preguntaba el importe de su trabajo, solía decir: ¿Tu me vas a pagar con
dinero?. Con toda la confianza del mundo reclamaba algo de la matanza, unos
soplillos, unos buñuelos, un pan de higo, unas aceitunas partidas, algo
relacionado con la estación por la que estábamos pasando, y era cuando los
soplillos alcanzaban la categoría de delicate, cuando lo que se producía o
elaboraba en su Benínar adquiría la categoría de excelencia.
Nos decían sus hijas la última vez en el Cerro de
Las Viñas:
Ya estaba muy mayor, pero que añoraba tremendamente su tierra, su
Benínar.
Cuando escuchamos aquellas palabra, el que escribe y todos los de mi edad
para arriba, se nos encogió el alma que dijese aquella frase, puesto que todos
padecíamos de lo mismo, todos estábamos enfermos de añoranza de nuestra tierra
de nuestro pueblo. Nos daba en el lado del alma donde más nos duele, donde se
concentran nuestros males. El volver a sentarnos en el Poyo del Reducto y hablar de nuestras
cosas; de volver a vestirnos de morillo en las fiestas de Moros y Cristianos,
de volver a oler la hogaza salida del horno, el ver desde la Caña Roda todas
las chimeneas con un chorro de humo tieso al clarear el día; estar sentados con
la cuchara en la mano delante de una salten de migas con sus engañifas rodeado de los seres
queridos, etc. Todo eso para nosotros tiene la máxima categoría porque nos
llega al alma y porque lo podíamos compartir con el beninero que había llegado
con su esfuerzo y tesón donde jamás había llegado un beninero ni por supuesto
llegará.
Nos enteramos los paisanos que era pediatra
cuando pidió traslado y se marchó de Berja. Para nosotros era médico completo,
puesto que lo mismo sanaba a los benineros de un ictus, del dolor de lumbago,
de dolor de estómago, como de un fuerte resfriado.
Allí donde llegaste ayer, por donde vayas pasando,
seguro que estarás preguntando, donde se encuentran los benineros para juntarte
con ellos, y volver de nuevo a retomar las tantas tertulias que dejaste medio
terminar, pero sobre todo para seguir ejerciendo como médico completo a todas
las familias benineras.
La letra de un fandango de Huelva dice: Aunque me voy no me voy, / aunque me voy no me ausento/, aunque me voy no me voy, / me quedo en el pensamiento. Nuestro orgullo, nuestra Historia de ser benineros quedaría manca o coja si tú no formases parte de ella.
1 comentario:
Estupendo tu homenaje a Antonio.
Saludos.
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