Siento
cargos de conciencia cada que escucho desde mi casa los que van pregonando : ¡Vamos niña a
los melones!. ¡A
los tomates!. ¡A
las sandías!.
La de repercusiones sobre mi conciencia lo
achaco al recuerdo de cuando mucho, mucho más de medio pueblo de Benínar, con
su mulo o con su burro, con los capachillos llenos de dichos frutos, por las
calles de Berja, Turón, Murtas o Dalías, Adra, iban pregonando: ¡A la rica breva!.
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¿A cómo los llevas?.
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A dos pesetas la docena.
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Eso es muy caro.
-
Ven. Acércate. Te las doy a probar.
Te doy unas cuantas de regalo. Que me quedan pocas. Que llega la tarde y me
levanté con el cielo lleno de estrellas para traerte gloria bendita a tu pueblo.
Es el mismo recurso o la compasión (depende como
se mire) que emplean los vendedores que en estos momentos por mi calle pregonan.
Recuerdo un día que mi cuñado, estaba en casa, estaba de visita y
al escuchar las voces de vendedor, me dice: “Ni se te
ocurra comprar nada a este tipo de vendedores ya que todo lo que llevan en la
furgoneta, es robado. En todo el sector en que está mi finca, no sabemos cómo
atajar a este tipo de gente y además, en
el cuartel de la guardia civil me han dicho, que ni se me ocurra ir a poner una
denuncia (a comienzo de este siglo) que no supere las treinta mil pesetas”. Nada, 180 euros. Aproximadamente 1000 kilos de
naranjas que así las vendieron la temporada pasada. El importe de los jornales
por recogerlas".
Cuanto más mayor es uno, más se sabe, y más
cuesta tomar una decisión. Con lo bien que se queda el cuerpo cuando crees que
en vez de comprar al supermercado de costumbre lo que se pregona lo compras al
pregonero y de esa forma se está colaborando con alguien que se
esfuerza por llevar un sueldo a su casa.
Todos los días en los medios de comunicación
salen los que se apropian de lo ajeno que asaltan supermercados entre otros
establecimientos y como lo sustraído yo llegue al importe de cuatrocientos
euros no sirve para nada ir a comisaría y poner una denuncia. A pesar de
sospechar que el que pregona en mi calle casi seguro que la mercancía no la ha
plantado y regado en su huerto, se deberían de cambiar las leyes para que cada
ayuntamiento pusiera a disposición áreas de regadío donde este tipo de personas
pudiesen sembrar esos productos que pregonan. Mientras esto no ocurra, seguiré
comprando al pregonero que pasa por mi calle porque volviendo al tema de las
naranjas, el precio que tienen en mi supermercado en plena temporada es de
sesenta céntimos, cuando yo sé, que mis sobrinos (los que están todo el año
pendientes de los naranjos) dicha fruta desde hace bastante años siempre la han
vendido por debajo de los veinte céntimos. En este aspecto, socialmente, este
campo de producir, comprar, robar y
vender no funciona como debería.
Quiero que siga en mi recuerdo que los vendedores
ambulantes que pregonan en mi calle son los mismos que pasaban o llegaban a
Benínar pregonando pescado, cebollas para las matanzas, o marranillos pequeños
tal y como describe Eugenia Doucet en su libro como eran aquellas ventas donde el
regateo o el trueque llegaba a su máxima expresión.
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