No dejo de mencionar una y otra
vez lo que representan las matriarcas en el tema de Benínar. Me marcho al otro
extremo del mundo (para los benineros representó siempre Cataluña) para volver
de nuevo al Cerro de las Viñas. Pascualilla, (no sé conocía como Pascuala tal
vez por marcharse joven o porque en el pueblo muchas personas morían ya de
mayores con nombres de joven por mantener siempre el secreto de la
juventud) que nacería a últimos del
siglo XIX y que por supuesto ya ha fallecido, que como tantos paisanos tuvieron
que emigrar y ahora sus descendientes están pendientes de todo lo referente a
Benínar. Es que su abuela no tiene otro lugar de ubicación que no sea aquel
pueblo alpujarreño. Esta paisana a pesar de las penurias pasadas, de vivir la
guerra civil, la posguerra, el año de la hambre, de sacar adelante a cuatro
hijas sola, supo sembrar en sus nietas (mientras las cuidaba cuando sus madres
estaban trabajando en alguna fábrica de Cataluña) lo positivo de aquella tierra
que le escatimaba todos los días el pan y la sal. Nuestra paisana seguro que le
contaba a sus nietas la historia de nuestro pueblo en forma de cuentos y los
cuentos de nuestra niñez para todos son muy difíciles de olvidar. Repito, los
descendientes de Pascualilla, (ya todos nacidos en Cataluña) entran en facebook,
youTube, los blogs que hacen referencias a Benínar, seguro con un respeto
impresionante puesto que allí en ese pueblo alpujarreño están sus raíces y
sobre todo estaban los recuerdos y vivencias de uno de los seres más queridos y
entrañables que tiene una persona que son sus abuelo.
Cuando he terminado de ver las
fotos que el hijo de Antonio Blanco ha colgado en la red y ver tanta gente
joven, tantos niños a la mente me ha llegado: Benínar que perdurará en el
tiempo muchos años, ya que dichos niños van acompañados de sus abuelas que tal
y como está la vida esos niños (mientras sus padres trabajan) se han dormido
muchas veces en el regazo de sus abuelas, que para que el niño se durmiese
seguro le contaba las mismas historias que Pascualilla le contaba a sus nietas.
Con la de penurias que pasaron y
llevan en el cuerpo las matriarcas benineras, es estremecedor como son capaces de cribar, espulgar, todos
aquellos sueños que fueron soltando cuando eran adolescentes por la calle real
y por la plaza. Los bailes cuando
llegaba una vez al año la Banda de Música de Ugijar. Los remolinos que por
Navidad se hacían en la plaza y tantas y tantas historias que tienen un lugar
de ubicación, que es Benínar, la bien guarnida, la que dormía en los brazos de
la aurora, entre priscos olivares y fortalezas de roca.
¡Ay!. ¡Ay! . ¡Ay! y muchas veces ay, son los suspiros que se
les escapa a las matriarcas benineras que cada vez que los escuchan sus hijos, sus nietos, seguro dicen: Ya está
la abuela otra vez en la plaza, en la Ramblilla, a por agua a la Cañarroda, o en el puente resistiéndose al achuchón o al
beso robado del abuelo o tan vez, recogiendo romero del suelo de aquella
alfombra que formaban los jóvenes por
todas las calles por donde pasaba la procesión del Corpus, para meterlo en un pucherillo para
que aquella mata, el romero bendecido (el que pasa por el romero y no coge de
él, ni tiene amores ni espera tener) protegiese aquella casa durante ese año.
Si a todos los benineros les
pasa como me pasa a mí, mientras se viva, todos los días del año, por cualquier
motivo insignificante me llega a la cabeza aquella cara entrañable de mi abuela
Antoñica la de Ramón y por supuesto a Doloricas la de Tienda. Dichos recuerdos
que forman parte de mi no puedo ubicarlos en otro sitio que no sea Benínar.
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