Esta mujer
puede quedar encuadrada en todos aquellos benineros que mueren por el tema del
pantano, pero su muerte se puede considerar especial por reflejar lo retorcido (…)
con la calificación por una parte de
cero patatero en sentimientos y por lo sublime de la otra parte.
La escasez de
sentimientos (se podría recurrir a palabras vulgares que reflejan lo mezquino,
lo ruin, …) lo refleja, en primer lugar los que en aquellos momentos
estaban valorando y pagando las finquillas que tenían los beniner@s , ya que,
se plantean, que aquella mujer, la Bizcocha, era una mujer, vieja, y en las
últimas y recurren a encontrar a sus herederos más cercanos para que llegasen
de Cataluña a La Alpujarra, firmar y cobrar; y en segundo lugar, los familiares lejanos, (que
hacía años que no la habían visitado ni preocupado por su estado) que ante la
llamada llegan a Benínar, le dan dos besos a la vieja que se estaba muriendo y
se marchan al otro día con lo cobrado dejando a la pobre anciana para que
siguieran las vecinas cuidado de ella.
La Bizcocha
era identificada en el pueblo como la mujer más coqueta (la palabra coqueta se
conoce en el pueblo después de la muerte de esta mujer), la que nada más
levantarse tenía que pintarse todas aquellas partes de su cuerpo que no eran
tapadas por la ropa, aunque ese día como casi todos, la labor que tenía que
hacer, era sacar a la cabra para que pastase en la vega mientras su dueña,
arreglaba la tierra para la siembra de cualquier hortaliza.
Muy tiesa ella
mostrando la mejor cara pintada de todas las mujeres del pueblo entraba y salía
del pueblo con el mismo empaque y tronío que hoy vemos en la TV desfilar a las
modelos por la pasarela.
A la
Bizcocha, como a todos los de su edad, los estallidos de los barrenos para la
construcción de la presa de Benínar le aterrorizaba, la desorienta, pierde la
noción del tiempo y del espacio, no controla el tiempo y aquella mujer
totalmente sola, sin hijos ni familiares cercanos que viviesen en el pueblo, se
encuentra totalmente sola y desorientada. Las vecinas (sobre todo Lolica la de Ramón)
se compadecen de ella, dándole las comidas a su tiempo y pendiente de ella en
sus salidas de casa con argumentos inverosímiles. Con la cara pintada por manos
temblorosas y encargando potingues para pintarse a todos los que pasaban por su
puerta aquella paisana va envejeciendo a pasos acelerados mientras que sus
vecinos están pendientes que no salga del pueblo, que se encuentre limpia aseada que no pase hambre y llenarse de
paciencia para escucharle aquellas
teorías sobre que “la mujer no debe nunca abandonar su cuerpo, ni su ropa, ni su
cara”.
En aquellos
tiempos todos aquellos beniner@s viejos que estaban abandonados los asuntos
sociales le llevaban automáticamente al asilo de Almería. Las autoridades cada
vez que le visitaron a la Bizcocha en sus informes aparecía que estaba lúcida,
alimentada y su casa ordenada, pero sin una peseta que tampoco le hacía falta
gracias a la generosidad de Lolica entre otras vecinas. Los ancianos de como ella no necesitaron ni médico ni pastillas.
No recuerdo
si lo ahorrado, después de una vida entera de sacrificios dio dinero suficiente para una lápida. Pero qué
más da si todos los benineros de mi generación la recordamos cada vez que se
pone delante de nosotros una mujer que excede pintándose todo aquello que no
está tapado por la ropa. Qué más da una lápida si los de mi generación solemos
decir casi todos los días unas cuantas veces: ¡Anda!. ¡Si va pintada como la Bizcocha!.
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