jueves, 13 de junio de 2013

PLATEROS ALPUJARREÑOS. TRES

Burro 

De la misma forma que hoy cuando se llega a una cierta edad se toma la decisión de renovar el coche y se suele  decir: Con los años que tengo esté será el último que me compre. Igualico razonamiento recuerdo que en Benínar se iba a la Feria de Ugijar a comprar la última burra (los burros eran escandalosos y muy promÍcuos) para que los dos fuesen envejeciendo a la vez y en cierta medida se iban adaptando los  dos a los caminos, las siembras, los acarreos, …, el ritmo de la vida de las labores del campo.

Rio abajo, de Eugijar hasta que aquellos plateros llegaban a Benínar ambos compañeros se miraban, se medían, se estudiaban y estaban convencidos los dos que tenían que entenderse hasta que la muerte los separasen.
 
Rapidísimo pasa el tiempo en que aquel platero deja de ser  como lo describía Juan Ramón Jiménez:  "Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro".

Había que trabajar, en el secano, en la vega, en la era. Había que ponerle las aguaderas poner los cuatro cántaros para traer el agua que necesitaba la familia. Había que traer a la casa el pan nuestro de cada día y para eso estaban los dos trabajando hombro con hombro.

Juan Ramón parece que solo vivió junto a platero los dos o tres primeros años, pero nuestros plateros vivieron junto a Ramón, Paco, Antonio, José, Julio, etc, (muchas generaciones de benineros)  la adolescencia, la juventud y el resto de los años que les quedaban juntos. Recuerdo como para comprobar la edad mis paisanos le abrían la boca y según el estado de sus dientes sabían cuantos cumpleaños pasaron juntos.

Paco toda su vida profesional fue aparcero y por ello cada quince años estrenaba compañero. De ser mulero arando las lomas del Meloncillo la verdad es que no sé, en qué momento llega la frase: ¡Vamonos!, en vez de ¡arre!. Are y el sonido del látigo es lo que acompaño toda su vida a sus antepasados los que trasportaban el plomo hasta Adra. ¿Cuando los benineros toman conciencia que aquellos animales dejan de ser bestias para convertirse en compañeros de trabajo?. Posiblemente fue por diferentes motivos y el fundamental es cuando el hombre se encuentra ante la soledad, no tiene, no encuentra  quien le ayude, quien esté de forma incondicional a su lado, quien le escuche.

En la memoria de todos los benineros se encuentra los cantos incesantes que llegan desde la ramblilla, desde el río del enamorado burro de El Tomillo, el del Molino de la Mecila , o el burro el del Molino del Puente, que al escucharlo las mujeres decían: ¡Canta!. Canta que el que canta el mal espanta. Los hombres en cambio movían la cabeza con una sonrisa con la boca cerrada entendiendo aquellas manifestaciones del burro que ellos tenían que reprimir, (los machos de Benínar, los de dos patas,  no podían manifestar sus ardores con aquella libertad que lo hacía el burro cuando pasaba junto a una burra) el animal de cuatro patas estando rodeado de burras cantaba y gesticulaba cual eran sus intenciones. Por más que insistían nuestros plateros, no lograban que sus dueños  aceptasen aquella virginidad impuesta. Sus dueños y socialmente estaban porque permaneciese en el celibato perpetuo.
          
Amarrado a cualquier reja de cualquier plaza de un pueblo cercano todos los plateros de Benínar contempla como su amo va colocando  casi de forma ceremonial las brevas en el cenachillo de esparto, colgarlo de la romanilla y después de lograr que el rabo de la romana se colocase en línea recta, se le añadían una o dos de propina. En el bolsillo se tenía el cambio de pesetas, reales, perras gordas y perrillas, que cuando faltaban las últimas monedas mencionadas, se llegaba al acuerdo de recompensar el cambio con unas cuantas brevas.
El colmo de la desesperación llegaba cuando se va observando que la gente que acude al mercado va disminuyendo y los capachos no se vacían. Llega el momento en que el beninero tiene que volver a cargar los capachos en el animal y tomar la decisión de ir pregonando de calle en calle:
-         ¡A la rica breva de Beninar!.
Muchacha date el capricho de saborearlas, que toda la familia desfrute del sabor más rico. Te las doy baratas. Te las doy a probar. Tan solo me quedan los culos de los capachos.  
El que estaba más interesado que nadie que se terminasen las brevas de los capachos era la burra. No era lo mismo regresar al pueblo con algunas brevas sin vender que haberlas rematado. Había unos cuantos kilómetros que recorrer en el regreso y aquel vendedor frustrado de alguna forma tenía que volver a encontrar el equilibrio y aquel animal jugaba un importante papel en aquella descarga. De eso quien más sabía eran todos los mulos de Benínar, y no lo medían por el peso de fruta vendida, lo valoraban en la cara de su amo. Los mulos estaban esperando el: ¡Arre!: Que era la no venta completa. O. El venga: ¡Vámonos que nos vamos!.
 
Pasaron también aquellos días de levantarse con las estrellas en el cielo para ir a vender la vitualla a los pueblos cercanos. Pasaron los años de darle paseos a los nietos que llegaban de la ciudad y caminar subidos a lomos de aquel platero. En el rostro de aquellos infantes  se reflejaba lo mismito que cada año subidos los mozos del pueblo en la grupa de un mulo para representar los Moros y Cristianos; sentirse en aquel trono reyes aunque fuese solo un día.

 Mi paisano Frasquito  que conforme iba entrando en años y en recuerdos, más necesidad sentía de contarlos, de que lo escuchasen. Lo intentó dentro de la familia y le decían: Aguelorios. Le daban de lado. Lo intentó con los niños de la calle, es decir con todos los beninerillos holgazanes que disponían de tiempo de escucha. Al comenzar a  repetir  las mismas historias, en la mayoría de las veces al conocer la trama se le adelantaban los imberbes y le chafaban el relato. También fracaso. Tomo la determinación de coger su burra, de marcharse a una de las alamedas del río, de ponerse los dos  frente a frente y en la paciencia de su burra Pepe encontró el deleite y la vivencia de todos los cuentos o chascarrillos que él sabía. La música del agua, el canto de los pájaros y el disponer de todo el tiempo de que disponen los viejos contemplando el movimiento de las ramas y el aplaudir de  las hojas  de los álamos. Juan encontraba argumentos nuevos y cada historia era cada vez más hermosa se lo confirmaba su burra que cuando llegaba el momento cumbre de su relato, dejaba de brocear se miraban fijamente los dos y era cuando llegaba el momento de mayor emoción de su obra literaria.

Como olvidar en este recuerdo de plateros de la alpujarra a Julio el del Marchar que en un momento de la historia, tenía la pareja de mulos que no tenían parangón en toda la Rambla de Murtas. Ni mulos con más poder ni mulero con más talento se le recuerda en los tres pueblos de Turón, Murtas y Benínar.

Juan Ramón Jimenez, escribe de platero cuando es casi un recién nacido. No sabemos si los veinte años de media que duraban los plateros de Benbinar, el Premio Novel vivió junto a él. En Benínar sí se levantaban y se acostaban amo y animal todo los días a la misma hora. Todos los días del año. Hasta que la muerte los separaba.


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