De la misma
forma que hoy cuando se llega a una cierta edad se toma la decisión de renovar
el coche y se suele decir: Con los años
que tengo esté será el último que me compre. Igualico razonamiento recuerdo que
en Benínar se iba a la Feria de Ugijar a comprar la última burra (los burros
eran escandalosos y muy promÍcuos) para que los dos fuesen envejeciendo a la
vez y en cierta medida se iban adaptando los
dos a los caminos, las siembras, los acarreos, …, el ritmo de la vida de
las labores del campo.
Rio abajo,
de Eugijar hasta que aquellos plateros llegaban a Benínar ambos compañeros se
miraban, se medían, se estudiaban y estaban convencidos los dos que tenían que
entenderse hasta que la muerte los separasen.
Rapidísimo
pasa el tiempo en que aquel platero deja de ser como lo describía Juan Ramón Jiménez: "Platero es
pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que
no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos
escarabajos de cristal negro".
Había que
trabajar, en el secano, en la vega, en la era. Había que ponerle las aguaderas poner
los cuatro cántaros para traer el agua que necesitaba la familia. Había que
traer a la casa el pan nuestro de cada día y para eso estaban los dos
trabajando hombro con hombro.
Juan Ramón
parece que solo vivió junto a platero los dos o tres primeros años, pero
nuestros plateros vivieron junto a Ramón, Paco, Antonio, José, Julio, etc,
(muchas generaciones de benineros) la adolescencia,
la juventud y el resto de los años que les quedaban juntos. Recuerdo como para
comprobar la edad mis paisanos le abrían la boca y según el estado de sus
dientes sabían cuantos cumpleaños pasaron juntos.
Paco toda su
vida profesional fue aparcero y por ello cada quince años estrenaba compañero.
De ser mulero arando las lomas del Meloncillo la verdad es que no sé, en qué
momento llega la frase: ¡Vamonos!, en vez de ¡arre!. Are y el sonido del látigo
es lo que acompaño toda su vida a sus antepasados los que trasportaban el plomo
hasta Adra. ¿Cuando los benineros toman conciencia que aquellos animales dejan
de ser bestias para convertirse en compañeros de trabajo?. Posiblemente fue por
diferentes motivos y el fundamental es cuando el hombre se encuentra ante la
soledad, no tiene, no encuentra quien le
ayude, quien esté de forma incondicional a su lado, quien le escuche.
En la
memoria de todos los benineros se encuentra los cantos incesantes que llegan
desde la ramblilla, desde el río del enamorado burro de El Tomillo, el del
Molino de la Mecila , o el burro el del Molino del Puente, que al escucharlo
las mujeres decían: ¡Canta!. Canta que el que canta el mal espanta. Los hombres
en cambio movían la cabeza con una sonrisa con la boca cerrada entendiendo
aquellas manifestaciones del burro que ellos tenían que reprimir, (los machos
de Benínar, los de dos patas, no podían
manifestar sus ardores con aquella libertad que lo hacía el burro cuando pasaba
junto a una burra) el animal de cuatro patas estando rodeado de burras cantaba y
gesticulaba cual eran sus intenciones. Por más que insistían nuestros plateros, no lograban que sus dueños aceptasen aquella virginidad impuesta. Sus dueños y socialmente estaban porque permaneciese en el celibato perpetuo.
Amarrado a
cualquier reja de cualquier plaza de un pueblo cercano todos los plateros de
Benínar contempla como su amo va colocando
casi de forma ceremonial las brevas en el cenachillo de esparto,
colgarlo de la romanilla y después de lograr que el rabo de la romana se
colocase en línea recta, se le añadían una o dos de propina. En el bolsillo se
tenía el cambio de pesetas, reales, perras gordas y perrillas, que cuando
faltaban las últimas monedas mencionadas, se llegaba al acuerdo de recompensar
el cambio con unas cuantas brevas.
El colmo de
la desesperación llegaba cuando se va observando que la gente que acude al
mercado va disminuyendo y los capachos no se vacían. Llega el momento en que el
beninero tiene que volver a cargar los capachos en el animal y tomar la
decisión de ir pregonando de calle en calle:
-
¡A
la rica breva de Beninar!.
Muchacha date el capricho de saborearlas, que toda la familia desfrute
del sabor más rico. Te las doy baratas. Te las doy a probar. Tan solo me quedan
los culos de los capachos.
El que
estaba más interesado que nadie que se terminasen las brevas de los capachos
era la burra. No era lo mismo regresar al pueblo con algunas brevas sin vender
que haberlas rematado. Había unos cuantos kilómetros que recorrer en el regreso
y aquel vendedor frustrado de alguna forma tenía que volver a encontrar el
equilibrio y aquel animal jugaba un importante papel en aquella descarga. De
eso quien más sabía eran todos los mulos de Benínar, y no lo medían por el peso
de fruta vendida, lo valoraban en la cara de su amo. Los mulos estaban
esperando el: ¡Arre!: Que era la no venta completa. O. El venga: ¡Vámonos que
nos vamos!.
Pasaron
también aquellos días de levantarse con las estrellas en el cielo para ir a
vender la vitualla a los pueblos cercanos. Pasaron los años de darle paseos a
los nietos que llegaban de la ciudad y caminar subidos a lomos de aquel platero.
En el rostro de aquellos infantes se
reflejaba lo mismito que cada año subidos los mozos del pueblo en la grupa de
un mulo para representar los Moros y Cristianos; sentirse en aquel trono reyes
aunque fuese solo un día.
Mi paisano Frasquito que conforme iba entrando en años y en
recuerdos, más necesidad sentía de contarlos, de que lo escuchasen. Lo intentó
dentro de la familia y le decían: Aguelorios. Le daban de lado. Lo intentó con
los niños de la calle, es decir con todos los beninerillos holgazanes que
disponían de tiempo de escucha. Al comenzar a
repetir las mismas historias, en
la mayoría de las veces al conocer la trama se le adelantaban los imberbes y le
chafaban el relato. También fracaso. Tomo la determinación de coger su burra,
de marcharse a una de las alamedas del río, de ponerse los dos frente a frente y en la paciencia de su burra
Pepe encontró el deleite y la vivencia de todos los cuentos o chascarrillos que
él sabía. La música del agua, el canto de los pájaros y el disponer de todo el
tiempo de que disponen los viejos contemplando el movimiento de las ramas y el
aplaudir de las hojas de los álamos. Juan encontraba argumentos
nuevos y cada historia era cada vez más hermosa se lo confirmaba su burra que
cuando llegaba el momento cumbre de su relato, dejaba de brocear se miraban
fijamente los dos y era cuando llegaba el momento de mayor emoción de su obra
literaria.
Como olvidar
en este recuerdo de plateros de la alpujarra a Julio el del Marchar que en un
momento de la historia, tenía la pareja de mulos que no tenían parangón en toda
la Rambla de Murtas. Ni mulos con más poder ni mulero con más talento se le
recuerda en los tres pueblos de Turón, Murtas y Benínar.
Juan Ramón
Jimenez, escribe de platero cuando es casi un recién nacido. No sabemos si los
veinte años de media que duraban los plateros de Benbinar, el Premio Novel
vivió junto a él. En Benínar sí se levantaban y se acostaban amo y animal todo
los días a la misma hora. Todos los días del año. Hasta que la muerte los separaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario