Recuerdo en Tarifa que cuando mis amigos Wenceslao y
Chan Luna tenían “viento en popa a toda vela” la revista Baelo, alguien le
manda un artículo sobre el tonto del pueblo. Al ser publicado se armó la grande
en los corrillos del pueblo y en cierta medida el boicot aparece sobre la
revista por “meterse con el tonto del pueblo”. En lo que sigue, en Benínar son
los cuerdos los que se enfrentan a los necios.
Este escrito va dentro de lo que empezó en su día
con el título general de LA MOLINETA.
En nuestro caso beninero, es en el tiempo de las
explotaciones del Pozo de Malacate entre otros, para la obtención del plomo.
Volvamos otra vez a poner la fecha del 1820, (años arriba, años abajo), cuando
llega el malagueño a Benínar.
Según
recoge Andrés Sánchez Picón en su libro LA INTEGRACIÓN DE LA ECONOMÍA
ALMERIENSE EN EL MERCADO MUNDIAL (1778-1936) la década 1830 fue terrible para
los cerros de Benínar entre otros pueblos. Los de mi generación tienen clarísimo lo ocurrido, puesto qué,
vieron los tractores, (cuando se estaba construyendo la presa), por todos los cerros deforestando a fondo arrasando flora ya fauna
autóctona.
Nada más ver la foto que me mandó José el del
Canónigo en el día en que se casaron mis tíos Pepe y Clarica en los años
cuarenta del siglo pasado, en primer plano está mis abuelos Papanino y Paramón
y al fondo se ven los cerros de Los Meloncillos totalmente desolados. Una
imagen actual sería la que presentan los cerros en estos momentos la zona de
Tabernas en El Naciente de Almería.
Aquí empieza la historia de un beninero conocido
como El Moruno el tonto oficial del pueblo que con haz de leña a la espalda para
calentarse esa noche de invierno va entrando al pueblo y se cruza con una recua
de burros cargados de leña que van con dirección al paraje conocido como Cintas,
donde estaban los boliches, hornos rudimentarios para la primera fundición del
plomo. El tonto suelta el haz en el suelo y comienza a enfrentarse con los
leñadores. Los leñadores que son más le dan una paliza y lo dejan a mal traer
en el suelo y siguen su camino. Cuando los leñadores llegan a la explotación le
cuentan al malagueño lo sucedido. Le proponen al señorico de las minas lo
siguiente:
- - Deberíamos montar al tonto en un burro y
dejarlo mal herido por lo menos en Dalias (a veinte kilómetros de Benínar).
Mientras se recupera tiempo tenemos de acaparar buena cantidad de leña.
-
A Dalias no a Málaga lo más cerca. Le
contesta el jefe.
Cuando se va marchando, alejándose de los leñadores,
va diciendo en voz alta: Presiento que tal y como está el pueblo de necios,
serán unos cuantos los viajes que se tendrán que realizar.
Dicho y
hecho, al más fuerte de la explotación se le encomienda la labor del traslado
forzoso.
Cuando el bruto va a buscar al tonto al pueblo, antes
de ser apresado comienza a dar voces, saltos, a soltar espuma por la boca, a
tirar piedras, a defenderse y la población acude al revuelo que se estaba
produciendo.
Los viejos y los necios, son los que se enfrentan al
forzudo que el tonto sea atrapado,
mientras los dueños de las fincas, los
que tienen alguna explotación minera son
los que reculan y se van uno a uno con la cabeza baja.
El grupo que ha logrado que no se lo llevasen,
comienzan a comentar entre ellos las razones de la locura del paisano. El grupo
está formado por todos los lisiados de las explotaciones mineras, los tuberculosos,
los cojos, los mancos, los que estaban “al salto de mata” para conseguir un
poco de alimento y su alimentación se centraba en lo que en cada época
conseguían del campo. Bayas, algarrobas, bellotas, castañas, cogollos de
palmito, las cerrajas, casi todo tipo de cardos, etc. Poniendo trampas para los animales o los pájaros. Los pobres de solemnidad también se unen
a las protestas. Son los que había en el pueblo, que iban aumentado, que
llegaban de los pueblos de alrededor, que formaban grupos que acudían a
aquellos lugares donde podían encontrar comida, llegaban a Benínar por el
trasiego y la entrada de dinero que representaba los minerales. Para servir a los
nuevos ricos a cambio de comida. Como consecuencia de las extracciones de plomo, la población de Benínar crece de unas cincuenta personas a llegar al censo de mil, terminado el siglo.
Un viejo con un manojo de esparto debajo del brazo, con
una pleita a medias, lleno de resignación o trabajando para los aperos de los
medios de transporte comenta:
- - Los boliches necesitan leña y todo el
matorral del monte.
Una vieja indignada le contesta:
- - ¿Hasta dónde querrán que caminemos para
conseguir un hacecillo de leña, para hacer la comida y calentarnos?.
Para los que
se han marchado a sus casas, los dueños de las fincas sobre sus conciencias
desoladas y desérticas cabalga a trote
sobre su burra el tonto y la solución para ellos es que el tonto desaparezca de la faz de la tierra. Al acabar
con todos los árboles y matorral de los terrenos comunales, el malagueño ha ido
comprando toda la vegetación de las fincas con propiedad y los que se resisten
a venderla, hasta ahora, es por agonía, o porque aún sus hijos no estaban
trabajando en los pozos o porque su conciencia estaban más cerca del loco que del
malagueño.
Los argumentos del malagueño, que llegan hasta la
generación que me precede, (puede ser aproximadamente el comienzo de los
setenta del siglo pasado donde solo se
siembra en macetas plantas que no daban frutos comestibles, en el campo,
almendros, olivos o higueras, sembrar un magnolio, se consideraba un
despilfarro), es eliminar todos aquellos árboles o matorral que de ellos no se
aprovechase el fruto y en aquellos momentos los boliches necesitaban combustible. En
primer lugar desaparecen de la vega y de los montes, las moreras, las encinas,
los alcornoques, los acebuches, las plantas que producían bayas, retamas,
bolinas, tarajes, etc., y como las matas
de esparto eran tan numerosas y necesarias, se inventa la frase “que había que
entresacarlas”, una sí y la otra no, que después con la escusa de dejar la
tierra preparada para las sementeras, las atochas, desaparecen casi por
completo de Benínar y sus pueblos colindantes, a pesar qué, de ellas se sacaban
todos los aperos que se les colocaba a las bestias para el transporte del
minera. Las aguaderas, las curdas, tomizas, los capachos, serones, etc., hasta
los paneros.
Al desaparecer la vegetación, desaparecen todas las
aves, todos los bichos y todos los insectos. El panorama que dejan los boliches
es desolador en toda la superficie que empieza en Turón, Benínar y entra
también en la desforestación toda la Sierra de Gador. Es el paisaje que refleja la foto de Tabernas descrita
con anterioridad casi un siglo después, cuando se casan mis tíos en el Cortijo
del Canónigo.
Cuando el forzudo llega a presencia del malagueño
sin el tonto le pregunta:
- - ¿Qué ha pasado?.
El bruto, encogiendo
los hombros y abriendo los brazos intenta explicar, pero el malagueño con las
manos le dice que se calle y le contesta:
- - No me digas nada. Presagiaba que la ira
de los necios tenía que aparecer en cualquier momento. Pues nada. Que le den
escopetas a los leñadores.
Nota:
El título de este escrito lo he tomado de un libro
que estoy buscado y no encuentro de Juan García Pérez
2 comentarios:
Paco no entiendo porque no as puesto esa foto que te ubiera quedado mu bien para el articulo.
Por ser una foto pequeña y además muy estropeada. Una foto de setenta años.
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