En aquellos
momentos en que empiezan a aparecer las nubes en el cielo donde residamos, creo que los benineros las
medimos con aquello que nos enseñó la naturaleza donde nacimos. Las comparamos
con aquellas que aparecían por el
Cerrajón de Murtas y las medimos y valoramos la mayor o menor abundancia de lluvia según por el color de las nubes y relámpagos; pronosticamos la cantidad de agua que va a caer.
Julio ha
llegado con un camioncillo a aquel pueblo fantasma, ya sin respiración, Benínar.
Como el muerto en el ataúd a punto de ser enterrado. Julio se encuentra solo,
pero el corazón le late mucho más de la cuenta. Ha estudiado una y mil veces
las respuestas que tiene que dar, si se encuentra con algún beninero o si los
mandamases del pantano llegan en un momento determinado. Julio tiene la
conciencia dividida, en: ¿Lo que en aquellos momentos va a hacer es robar o es preservar?.
Va a
recopilar, rescatar todos aquellos objetos testigos de lo que fue una forma de
vivir, de medir, de pesar de hacer de aquel pueblo totalmente abandonado. En
aquellos momentos tiene claro que aquellos objetos deben ser salvados. Julio
duda en aquel momento si marcharse con el camioncillo vacío y aquellos objetos
desaparecerán para siempre, o ir casa por casa recopilando los objetos que ya
había amontonado con anterioridad. Retrepado en el asiento del vehículo está esperando una señal
para actuar y la encuentra al mirar al Carrajón de Murtas, por donde siempre
entraron las tormentas a aquel valle de Benínar. Negros nubarrones van
creciendo y ocupando el cielo alpujarreño. Sabe por experiencia que como caiga
una tormenta comenzará a llenarse el pantano, comenzará a ser absorbidas por el
agua las casas y todos aquellos objetos dejados por sus moradores, desaparecerán
definitivamente, para siempre.
Por fin
decide bajar del vehículo y caminar por las calles del pueblo. Observa que
alguien, se le había adelantado y había dejado todas las casas sin ventanas,
sin las puertas, sin todas aquellas cosas que flotasen en el agua. Toda aquella
tecnología primitiva, que él la había visto cuando el pueblo estaba lleno de vida y funcionaban. Que fueron pasando de padres a hijos de generación en generación.
Es
consciente que le han visto desde las oficinas de las obras de la presa y piensa que pueden llamar a la Guardia
Civil y presentarse de un momento a otro y ser acusado de expoliar lo que sus
dueños dejaron como inservibles, que a juicio de todos era robar todo
el patrimonio de un pueblo. Julio se pregunta y se contesta así mismo: ¿Salvaron tan solo los santos de la
iglesia repartidos sin justificación
alguna, sin un mal papel donde quedase escrito quien eran sus auténticos propietarios, que sirviese como argumento para poder
reclamarlos la comunidad?.
Julio decide
bajar del camioncillo y andar por sus
calles y se sigue preguntando al observar: ¿Pues no se han desaparecido las puertas, y ventanas, y no ha pasado nada?.
Continúa
preguntándose así mismo: Al ser abandonados por sus propietarios, ¿habrán sido
los funcionarios del pantano que amontonaron
todo aquello y le pegaron fuego pensando que sería verdaderamente sangrante si
saliese la foto en algún periódico, ver la superficie del agua del pantano llena y flotando en sus aguas: Puertas de las casas, las de la iglesia con su techo mudejar, camas, colchones de lana, catres, sillas, mesas, arados, yugos, horcas, las
artesas (donde se moldeaba el pan), las palas que sacaban el pan del horno, las
cuartillas, celemines, (las medidas del grano que después serían el pan de cada
día), las angarillas (que fueron vitales para la construcción de las casas, para levantar todos los balates de la
vega y secanos), las tablas donde las pastoras comprimían la cuajada para que
saliese el queso, las tablas de trillar, las sillas y pupitres de la escuela, los palos de barcinar
(los que fueron imprescindibles para el transporte de las gavillas de trigo a la
era), las cantareras, las poleas de
madera, (que fueron imprescindibles para la construcción de todas las casas del
pueblo) etc., todo lo que pudiese
flotar?.
Julio quiere
pensar en positivo y creer que los responsables de las obras del pantano (se
trataba de ingenieros los más inteligentes y conocedores del valor cultural y patrimonial de
aquel pueblo alpujarreño), fueron los que guardaron todo lo descrito a
espera de ser reclamados.
Aparecerá la
segunda parte.
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