En el 1833
un viajero romántico Richard FORD,
británico que vivió en Sevilla y Granada, se dio sus escapaitas por los
alrededores de cada una de las ciudades y es de suponer que cuando estaba viviendo en
Granada fuese o viniese a lomos de algún asno, para ir del Sol a la Luna o en sentido contrario. Por los
datos, los que dejo escritos, ese pasaría por el río que pasaba frente a
Benínar. Seguro.
Nada más por dejar escrito, Richard (¿a que suena a colega como lo escribo al no colocarle lo
de FORD?. Pero es que, al leer lo reflejado en “Almería visto por
los viejeros, …”, esa forma de ser , es de los que brillan con luz propia como
lo hacen estos días de carnavales los copleros en Cádiz) esta definición, que
la escuchase, le leyese o se la inventase, nada más por ello :
“Alpujarras, último refugio de
montaña de los moriscos. Según algunos, las sierras de Gádor y Contravieja son
el núcleo de las “Montañas del Sol y la Luna” de los moros”.
Nada más por
ello, se le puede perdonar lo que aparece en el libro publicado por I.E.A., que
al inglés le gustaba: “A lucir su ingenio burlesco a costa de los
españoles”.
Otro
parrafito del colega Richard:
“Los habitantes son medio moros,
aunque hablan español. Las mujeres, con sus mejillas color albaricoque, (¡tela
marinera!) sus ojos y cabello negro, miran de forma salvaje al infrecuente
forastero desde sus ventanas como escotillas, apenas mayores que sus cabezas”.
En éste párrafo
está más perdió que el “barco laroz”. ¿Las
benineras en tan corto espacio de tiempo, en tan solo un siglo, de Richard Ford
a Eugenia Doucet han podido evolucionar
dentro de una sociedad cerrada,
hermética, de ser unas salvajes a
plantarse delante de un vendedor y hacer "encaje de bolillo" con los sueños de la
venta?.
Escribe
Eugenia Doucet de las benineras:
“Los vendedores (de cerdos, de
cántaros, de cebollas matanceras, de retales de tela, de especies, talabarteros,
de todos los oficios moriscos, ) procedentes de una línea sanguínea, enriquecida por los
años de comercio judío y morisco,
taimaría gitana y jovialidad andaluza, los cogían las mujeres de una calle, lo
rodeaban y dialécticamente lo derrotaban”.
Otra
definición de aquella zona cuando pasó por allí Richard, cuando el que escribe
la vivió intensamente, en su plenitud, de
cantos de pájaros, de melodías de acequias y brazales, de frutales en su
floración y después llenos de frutas, de silencios de cerros rotos por el canto
de una perdiz, en sui niñez y adolescencia, dice el inglés:
“A pesar del tráfico, los caminos son
inicuos y es que así fue siempre, porque, como dice un poeta moro de estos
lugares:
El único remedio para el viajero es parar;
los valles son jardines del edén, pero los caminos lo son del infierno”.
¡Ay!, !Alpujarra!, Alpujarra querida. Donde se tiene que ir para ver, para oler, saborear, para
andar, puesto que por allí no se pasa ni para ir, ni para venir a ninguna
parte.
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