Un ingeniero catalán de treinta años sentado en uno de los malecones de una carretera alpujarreña justo
en El Collado, miraba donde antes estaba
el pueblo de Benínar. Tenía entre sus manos un pequeño cofre lleno de cenizas. Contempla
el valle, la planicie de las aguas mansas del pantano y en nada se parecía a la
imagen que le describió su abuelo.
Aquel nieto pidió una semana de vacaciones para dedicarla a
que las cenizas de su abuelo recorriesen todos aquellos lugares descritos en
sus cuentos, los que aun permanecían
frescos en la memoria del ingeniero.
El joven en el momento
de planificar el viaje no encontró ni direcciones ni teléfonos de los paisanos de su abuelo. Se les olvidó a su
familia seguir manteniendo relaciones
con la gente de su pueblo natal y cuando llegan estos momentos en la vida de
todas las personas, es cuando se mide lo
grande que es la soledad; mira a su alrededor, tenía que iniciar el
entierro y se encontraba solo.
El anciano le había pedido
que aquel viaje lo hiciese cuando el trigo de las cementeras estaba granando y
entre el trigo florecían las amapolas.
Desde que entró en el hospital - donde el anciano decía que
no saldría con vida, - cada vez que acudía su nieto a visitarlo al final solía
decirle:
-
Mi
vida; que no se te olvide el encargo.
Su abuelo pedía que cuando muriese lo incinerasen y sus cenizas
quedasen depositadas en el cementerio de
Benínar.
Sentado en el malecón aquel joven cierra los ojos y pretende
escuchar las palabras de su cuentacuentos preferido:
-
Nene
- le decía el abuelo al nieto, - en mi entierro me dejas debajo del puente un
ratito y después dejas mis cenizas en el cementerio para que descanse al lado
de mis padres, entre mis paisanos.
Aquel emigrante se había marchado del pueblo a comienzos de
los cincuenta y la imagen que guardaba de su pueblo se la había trasmitido a
aquel nieto cuando tenía edad que le contasen cuentos al estar sentado en las rodillas.
En todos los cuentos su abuelo solía empezar diciendo:
-
En
Benínar donde yo nací había una vega llena de árboles frutales que eran regados
por las aguas del río. Los nidos de los jilgueros y verderones, los solíamos
encontrar en los naranjos llenos de azahar y los nidos de las perdices en el
secado debajo de una bolina, …
Una de las persona clave para aquel joven recuerda que siempre se le transformaba el rostro cuando
dentro de su narrativa aparecía antes o después la palabra Reducto. Aquel
espacio sería donde trascurrieron todos los juegos de la niñez de la persona que
siempre le llevo y le esperó en la puerta del colegio cuando el ingeniero tenía
edad de ir a la escuela.
El nieto catalán sentado en el malecón ni ve la plaza, ni El
Reducto ni el puente, la iglesia, ( … ) de sus cuentos. A sus oídos no llega el
sonido fresco y trasparente de las aguas cristalinas donde su abuelo había
bebido tantas veces, ni escucha el chapoteo de los niños en las pozas del río… No
está oliendo como decía su abuelo que
olía Benínar a tomillo y a cal.
El ingeniero tenía otros encargos:
-
Le
pides perdón por las veces que me burlé de
Antonio el de Carpo y Antonio Campoy y si ya han muerto, le pones un ramo de flores silvestres en la
tumba donde estén descansando.
Para mis padres y abuelos, como se habrán quedado
enterrados en el suelo del viejo
cementerio, coges cuatro amapolas y
cuatro espigas de las que nacen entre la cementera y las tiras al agua.
Infórmate a donde llegan las aguas
del pantano; ve a los ayuntamientos
donde lleguen sus aguas. Al primero que encuentres, le pides un real.
Los reales que te den te los traes a
Barcelona y se los pones en la tumba de tu abuela. Siento remordimiento por
haberle recateado cada perra gorda que
me pedía para ir a comprar. Esos reales es la herencia beninera.
Tu abuela sabes que era extremeña y
nunca se creyó que mi herencia estaba en Benínar.
Nota:
El que escribe y relee una y otra vez el contenido, se siente
unido:
-
Gaoshan
de Taiwuán.
-
Karajá
de Brasil.
-
Innuit
de Canada.
Tantos y tantos pueblos que en nombre del progreso son
atropellados. Lo más lamentable es que en estos momentos en América del Sur,
en China o en África, se está empleando
la misma táctica y el mismo argumento para expulsar a sus moradores de los
pueblos donde han nacido y donde están enterrados sus antepasados.
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