Algunos paisanos nada más
leer lo de los sabañones seguro ya se han mosqueado por sacar un tema tan
fragante, por vivir donde viven, estando las
temperaturas unos cuantos días bajo cero, pero, superadas aquellas circunstancias, en la actualidad viven colegiadamente con chimenea en el salón de casa. Este tema
como tantos otros pertenecen a un pasado que provoca escalofrío.
En Benínar no nos acordamos
como los pronunciábamos, si decíamos sabañones o sabayones, lo que sí está
claro, es que fue el sabañón (como
tantos otros) uno de los motivos de marcharnos del pueblo. Si es que nadie del
pueblo se libraba de ellos. Si es que los paisanos que llegaban de Barcelona con
vacaciones al pueblo (casi siempre en verano) una de las conversaciones que siempre destacaban: “Es que allí no nos
salen sabañones en las orejas, ni en las manos ni en los pies”. ¡Dios mío, con
lo que picaban!. Cuando en pleno invierno se cogían las aceitunas y al empezar
el día en aquellos brazales escarchados, en aquellas circunstancias aunque
saliesen en las orejas, en los pies o ya se sentían en las manos había que empezar y de rodilladas delante de
la espuerta con o sin sabañones; donde los tuvieses, había que aguantarse y
recoger aceitunas con ardíles, con energía, sin perder el tiempo.
Recuerdo a Isabel la de
Andrés Perejil, que seguro de una forma desesperada se pone unos pantalones de
su marido por no estar arrodillada con las rodillas desnudas en el barro y con ellos entra en el pueblo como la primera mujer que viste
pantalones.
En Beníar en este mes de
enero o se tenían sabañones o cabrillas en las piernas. Las cabrillas ( la
mayoría de las venas de las piernas quedaban marcadas) era extraño ver aquellas mujeres (las que
tenían parné en el pueblo) andar por las calles con aquellas piernas en aquel
estado. Nos decían a los críos que salían las cabrillas como consecuencia de pasar tanto tiempo
sentadas en la mesa camilla con el brasero. Las cabrillas diferenciaban a dos
clases sociales, las que tenían sabañones que salían al estar todo el día cogiendo
aceitunas o lavando en el río, en contacto con el agua helada, y las que tenían
cabrillas al no sentir la necesidad de salir de casa o salir lo imprescindible.
Recuerdo a una persona mayor
haciendo trabajos de esparto con los dedos llenos se sabañones me digo:
Aprende, toma nota, si te haces viejo como yo en el pueblo, cuando no puedas
trabajar en el campo, trabajaras en el esparto como yo.
Como no sabíamos en Benínar
si lo que nos salía en las orejas, en las manos o en los pies eran sabañones o
sabayones (como seguro les pasa a esos miles de personas que viven en Italia o
en Grecia y en otros países donde llegaron huyendo de la guerra y cenan en tiendas de campaña), a mis paisanos, (que
seguro ni se acuerdan, ni han pronunciado dicho nombre desde hace muchos años
eso que tanto picaba en las orejas sobre todo a los críos que siempre estábamos
en la calle), desconocían que un sabayón
es una bebida o una crema localizada por primera vez en Argentina que se
prepara de la siguiente forma:
Se ponen las yemas del huevo
al baño María, en un recipiente metálico sobre un cazo con agua caliente, a
fuego suave. Se añade (un tío pepe, uno cualquiera de San Lucas, o un Moriles,
un moscatel de Málaga, … y una copita larga de anís?) el vino, el azúcar (si
puede ser de caña mejor) y la ralladura de limón, batiendo con energía hasta
que la crema espese y quede espumosa. A esa crema se le añade picaita fruta de
temporada y a degustar. También se le puede añadir algo de hierba buena.
Desde que salí de Benínar no
volvía a pronunciar la palabra sabayones hasta que ya con hijos un amigo
argentino me preparó uno en la Playa de los Lances en Tarifa. Después de aquel
día en Tarifa dicha palabra la he pronunciado unas cuantas veces tanto en invierno como en verano, pero esta vez sin
sentir en mis manos aquella sensación tan desagradable.
Pero tampoco era tan malo
para aquella juventud que recogían aceituna en el los parajes de los Majalones, El Meloncillo o en La Vegueta, (donde
estaban los olivos más grandes y más antiguos del pueblo). Era un trabajo donde
todo el día podían estar juntos aquellas parejas que estaban enamoradas. El
hombre agarrado como podían en aquellas ramas amaradas con sogas (ordeñando las
ramas) para que no se rompieran con el peso del vareador y en el suelo de
rodillas aquella cría enamorada que levantaba la cara para ver a su amante y
regalarle una sonrisa.
Naranjitas
dulces fui a recogerlas esta madrugada
para que tu
mi vida, gajo a gajo tu desayunaras,
para que
este día no sientas el frío ni veas la escarcha.
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