Ayer cuando
pasaba por delante de una tienda de siempre, la que conoces al tendero de toda
la vida, por la C/ Tarifa en mi ciudad Algecìras, me dice el tendero: Cómprame
algo que llega el Domingo de Ramos, ... Es un refrán que no se escucha por
estos lares, seguro que yo se lo dije en alguna ocasión. Pasé de largo, pero
después de dar unos pasos me acordé (de lo que significaba ese día en mi
pueblo), de dicho refrán, me volví, y me compre unos pantalones.
¡Por
supuesto que sí!. Tengo que continuar con la tradición de mi añorado pueblo
Benínar. Aunque nadie aprecie que voy estrenando pantalones, seguro que todos
mis paisanos en ese día estrenan como yo alguna prenda de vestir. Hoy que
estrena cualquier prenda sin argumentos, en mi niñez y adolescencia las prendas
de vestir pasaban de generación a generación, de hermanos a hermanos, vecinos y
primos, llenos de remiendos. Entonces estrenar una prenda de vestir formaba
parte de los argumentos para ser un emigrante. Recuerdo que cuando llegaban los benineros que ya estaban trabajando en Cataluña, "tan bien vestidos", los que aún permanecían en el pueblo al verlos de aquel porte, pensaban: Nada más que por vestir así, tengo que ser emigrante. Cuando se reunían las personas
mayores en la iglesia aquello parecía un convento, todas uniformadas igual, todas de luto riguroso, adaptando aquella forma de vestir prácticamente desde que se casaba el último
hijo o se llegaba a los cincuenta. Quien mejor lo puede valorar en la
actualidad son todos aquellos del llamado tercer mundo que están mirando las
fronteras de Ceuta o de Melilla.
En mi pueblo
se estrenaba vestimenta, los niños y los jóvenes dos veces al año, (y no
siempre estaba al alcance de todos), el Domingo de Ramos y el día del patrón
San Roque.
Todos las
generaciones que dan el paso de la Cordillera los Andes, de la Cordillera del
Atlas, (por mencionar pueblos en los que aún no ha llegado el llamado progreso)
de lo primitivo a lo moderno, tienen que llevar una serie de apegos a sus raíces a su tierra,
gustos, (mis hijos dicen manías), recuerdos, que cuando llegan determinadas
fechas tenemos que hacer determinados gestos, costumbres determinadas, saludos,
al sol a la luna y a la tierra que aunque estemos solos en la celebración, (las
nuevas generaciones pasan olímpicamente de tales gestos al menos los míos),
pensamos en nuestros seres queridos que se marcharon y en ese día estamos
ausentes para los presentes pero abrazados a los que nos precedieron.
En la
procesión del Domingo de Ramos tengo los dos brazos sobre mi pecho con los
puños cerrados y recordando aquellos pantalones que estrené cuando era un crío,
la camisa, cuando adolescente o los zapatos cuando estrené mi juventud y los
siento que están a mi lado, aquellos quintos, (los jóvenes que nacimos el
mismos año y que nos tallaron el mismo día cuando cumplimos los veintiún años
para ir a la mili) aquellas mozas que nos mirábamos nos sonreíamos y nos
llenábamos de rubor, perdíamos el paso, parecía simular
que habíamos tropezado, pero en ningún momento perdíamos la compostura de
lo solemne de la procesión.
Que sería yo
sin mis recuerdos de cuando vivía en Benínar, aquel pueblo alpujarreño. Los
recuerdos de la tierra que me vio nacer son el salvavidas, donde necesito
recurrir cada vez que me llega una tormenta que me deja sin barca y me
encuentro en pleno mar mirando a mi alrededor y no sé en qué dirección nadar.
Recuerdo a
mi padre en sus últimos años que no se acordaba que había desayunado pero era
capaz de mantener una conversación durante horas de cuando hizo la mili, de
poner ramos en las ventanas de la jóvenes del pueblo el Domingo de Resurrección,
de sus conversaciones con los jóvenes de su edad en el reducto todas las noches
del año.
Cada vez que
voy al mercado y me cruzo con una persona mayor de china, un ecuatoriano, un
marroquí, me pregunto: ¿En qué irán pensando?.
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