Uno de los
entierros que jamás se me olvida es el de una prima hermana de mi madre, Eugenia la de Facundo. Puede que fuese en mi
época de estudiante en que “era libre”, y se me podía encontrar en cualquier
parte, y en ésta ocasión coincidió que estaba en Granada cuando se murió aquella
paisana.
Fue el
entierro que más me impactó, al que para portar el féretro de la calle, del
coche a dentro de la iglesia, fue necesario
pedir a un granadino que pasaba por allí que ayudase para formar el cuarteto
que portaba el féretro.
Acostumbrado a los entierros de Benínar que cada vez que se
moría un paisano, ese día se declaraba como festivo y todos, hombres para acompañarlo al cementerio y mujeres para velar al muerto. Allí estaba Eugenia, en Granada, donde había vivido toda
su vida, de la aristocracia del pueblo (al que acudía de vez en cuando), por
morirse fuera, nadie acude cuando escuchan las campanas tocar a duelo, ni siquiera cuatro
hombres para portar su féretro.
Cuando
pienso en la parienta Eugenia me acuerdo de unos cuantos paisanos, que jamás acudieron
a los encuentros que tenemos los benineros; preguntas por ellos (fuimos todos vecinos en un pequeño pueblo alpujarreño) y casi nadie sebe nada de
ellos, sacamos la conclusión que por su
forma de ser y su carácter (los benineros nos conocemos todos “como la madre
que nos pario”) cuando le llegue la muerte, será un entierro parecido al de Eugenia
la de Facundo, que tendrán que pedir el favor a los que pasen en esos momentos
por la calle que trasladen el féretro dentro de la iglesia, si es que le dicen
misa de cuerpo presente. Eugenia tenía que entrar a una iglesia ya que o había
sido monja o estaba bastante relacionada con ellas.
En el foro
me encontré la noticia, que se ha muerto Faustino (con cincuenta y cinco años),
el de Antoñica la de Matías y nadie de los que se asoman al foro se ha enterado de su fallecimiento.
No sé si
Faustino era aquel hijo de Matías que vivía con la base económica de un puñado
de cabras en los montes que están encima de El Ejido. Si no es este o será un
hermano de todos los que parió aquella gran señora Antoñica.
No recuerdo
exactamente los motivos por los que visitaba con frecuencia en mi niñez la casa
donde vivía aquella familia que su base económica era una manada de cabras que
no todas eran de su propiedad. Llegó a ser la familia más numerosa que tenía
Benínar.
De aquella
familia recuerdo muchas cosas pero sobre todo destaco una en especial:
Puede que yo
volviese de a por agua de la fuente o cualquier otro motivo, lo que es cierto,
es que, me encuentro en la puerta de Leocadia, en la entrada al pueblo. Antoñica
la de Matías está llorando con un hijo recién nacido en los brazos diciendo que venía de hablar con
el cura para bautizarlo y que no lo bautizaba al no tener padrinos. Leocadia al
verla llorar le estaba preguntando los motivos y le contesta Antoñica:
- -- ¿A
quién le pido yo que sean los padrinos de mi hijo?. Está malico y el bautizo lo
puede curar.
Leocadia se
compadece y decide que acompañemos su
nieta María y yo a Antoñica a la iglesia para lograr que el cura bautizase a
aquel bebé. Aquel recién nacido fue bautizado siendo los padrinos dos mequetrefes, estrenando
la adolescencia.
Lo que si es cierto, es que el hijo de aquella gran mujer se llamaba Faustino nombre impuesto por mi madre que fue la madrina.
1 comentario:
Cuanta nostalgia Paco. Cuenta más cosas como esta.
JuanMa.
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