Aníca va camino de Berja para
comprarse el traje con el que se va a
casar. El padre va cogido a la cola de la mula ya que este va con los capachos
llenos de verduras para vender, haber si daba la carga suficiente para la
compra del traje. Ella y su madre van
andando unos cuantos pasos más atrás y la madre le va diciendo:
-
Es un hombre que desean todas las mujeres. No es agresivo, es
amable, le ayuda a su madre en todo lo que puede, …, sabe cocinar y no
permanece sentado cuando se sirve la mesa como suelen hacer todos los hombres,
…
Comportamiento no común presentaba el novio en aquellos
tiempos en Benínar donde los hombres se habían asignado unos determinados
trabajos y el resto para las mujeres, pasar dichas barreras aquella sociedad obligaba
por las habladurías en los corrillos que surgían espontáneamente en cualquier
esquina, aquellos alpujarreños, “los líderes”, arrugaban la boca para manifestar que aquello
no estaba claro y que en cierta medida no se sabía explicar pero el comportamiento
de aquella persona eran sospechosa, pasaba a ser observada desde que se levantaba hasta que se
acostaba. Desde pequeño aquel joven además de demostrar en el trabajo en el
campo ser de los mejores, también realizaba cuando encartaba trabajos de la mujer.
La madre continuaba diciendo a su hija:
-
Es que desde pequeño cuando tenían que portar a algún crío
pequeño, en vez de hacerlo las hermanas era él el que al bebe llevaba espatarrado
en su cadera. Cuando la madre se ponía mala era él el que dejaba el puchero
puesto en la candela antes de salir para trabajar en el campo, …
En ese mismo día va camino de
Murtas el futuro marido con el mulo cargado, que con el importe del producto una
vez vendido se compraría un traje de pana para la boda.
Ambos se conocen desde pequeños
como se conocían todos los críos del pueblo, pero ambos ya jóvenes no habían
manifestado estar enamorado, es decir habían llegado a una edad en la que
tenían que casarse y son las dos familias, los del novio y de la novia los que
negocian el casamiento y por supuesto a cada uno, cada familia le asignaba (si
es que existía) el bancalillo, el trozo de secano, la casa, … lo que cada uno
aportaba al matrimonio, el ajuar que en la medida de lo posible tenía que
aportar tanto el hombre como la mujer.
Como era costumbre un día o dos
después de comprase los trajes serían casados de madrugada, sin asistir
invitados y por ello sin convite de boda. Los recién casados pasaban a la casa
asignada y allí permanecían sin comunicación con el exterior un tiempo
determinado suficiente para consumir el matrimonio.
Aquello pegó un reventón a los
tres días de estar casados. La madre viendo que su hija no salía de casa va a
su encuentro y se la encuentra llorando
desconsolada. Entre pucheros, llorando le dice:
-
Hemos pasado tres días, sin hablarnos, huyendo el uno del otro,
que ambos nos subíamos por las paredes. Él se marchó de madrugada y yo temiendo
los comentarios de la gente del pueblo, en lo que van a decir y chismorrear, no
me he querido ni asomar a la ventana.
El marido separado se enfrenta
a los chismes y cuentos que cada beninero tenía su punto de vista del fracaso
del matrimonio y ella se encierra, tan solo se le verá bastante tiempo después en
el huerto. Toda la vida en casa y nadie la verá en misa, ni en los días más
señalados, en una procesión, pero sobre todo asomarse a la ventana en los tres
días que duraban las fiestas en el pueblo a pesar de estar su casa en la plaza
donde se celebraban los bailes en las fiestas. A pesar que en su puerta se
ponía a la sombra la Banda de Música de Ugijar para tocar aquellos pasodobles
que levantaban de la silla hasta a los más ancianos para bailar. Una reacción
tan primitiva como es la de moverse al sentir que la música la que recorre el cuerpo, te hace brincar y saltar, jamás
supimos si Anica bailaba sola en su casa, ya que en a las fiestas no acudía. Aquella
casa donde pasó toda su vida casi en clausura, jamás entró nadie ni siquiera
los críos cuando pasan por la etapa que tienen todos de exploradores entraron a
todas las casas por simple curiosidad entraban en aquella casa nadie sabía ni
tan siquiera donde estaba la cantarera. No sé lo que pensábamos o sentíamos los beninerillos de aquella casa y de quien
vivía en ella. ¿Compasíón?. ¿Miedo?.
¿Malbajio?. Mira que en aquel tiempo casi siempre se sentaban en la Puerta de
Teresa, a la sombra, allí mismo en la plaza, todas las mujeres mayores de la
misma edad en espera que la campana les
convocase al rezo del Santo Rosario. María la Pabila, Adoración, Antoñica la de
Ramón y su prima Gador, La Sebastiana, que eran las fijas y otras que acudían de forma ocasional, pero
ella, Anica, jamás se sumo al grupo. A
todas ellas y los hombres correspondientes, los recordamos como los que se
llevo por delante el pantano. Prefirieron morir antes de salir de su pueblo.
Si la puerta de Anica la de la
Posada (la otra Anica descrita anteriormente) como todas las del pueblo siempre
estaban abiertas, la de Anica la de la Plaza siempre permaneció cerrada.
La aptitud tomada por ambos
conyugues a la larga permaneciendo viviendo como solteros, él en servicio
permanente a la comunidad y ella permaneciendo en clausura, logran pasar
desapercibidos dentro de aquella comunidad tan pequeña que de vez en cuando
necesitaba un chismorreo aunque a la misma historia se le sacase varios
fascículos o versiones. Cuando salía a relucir aquel fracaso matrimonial, todo
el mundo pasaba de puntillas sin añadir ningún comentario.
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