lunes, 11 de agosto de 2014

A Aníca nunca se le vio en una fiesta. (II).


Aníca va camino de Berja para comprarse el traje con  el que se va a casar. El padre va cogido a la cola de la mula ya que este va con los capachos llenos de verduras para vender, haber si daba la carga suficiente para la compra del traje. Ella y su madre van andando unos cuantos pasos más atrás y la madre le va diciendo:
-         Es un hombre que desean todas las mujeres. No es agresivo, es amable, le ayuda a su madre en todo lo que puede, …, sabe cocinar y no permanece sentado cuando se sirve la mesa como suelen hacer todos los hombres, …
Comportamiento  no común presentaba el novio en aquellos tiempos en Benínar donde los hombres se habían asignado unos determinados trabajos y el resto para las mujeres, pasar dichas barreras aquella sociedad obligaba por las habladurías en los corrillos que surgían espontáneamente en cualquier esquina, aquellos alpujarreños, “los líderes”,  arrugaban la boca para manifestar que aquello no estaba claro y que en cierta medida no se sabía explicar pero el comportamiento de aquella persona eran sospechosa, pasaba a ser  observada desde que se levantaba hasta que se acostaba. Desde pequeño aquel joven además de demostrar en el trabajo en el campo ser de los mejores, también realizaba cuando encartaba trabajos de la mujer. La madre continuaba diciendo a su hija:
-         Es que desde pequeño cuando tenían que portar a algún crío pequeño, en vez de hacerlo las hermanas era él el que al bebe llevaba espatarrado en su cadera. Cuando la madre se ponía mala era él el que dejaba el puchero puesto en la candela antes de salir para trabajar en el campo, …
En ese mismo día va camino de Murtas el futuro marido con el mulo cargado, que con el importe del producto una vez vendido se compraría un traje de pana para la boda.
Ambos se conocen desde pequeños como se conocían todos los críos del pueblo, pero ambos ya jóvenes no habían manifestado estar enamorado, es decir habían llegado a una edad en la que tenían que casarse y son las dos familias, los del novio y de la novia los que negocian el casamiento y por supuesto a cada uno, cada familia le asignaba (si es que existía) el bancalillo, el trozo de secano, la casa, … lo que cada uno aportaba al matrimonio, el ajuar que en la medida de lo posible tenía que aportar tanto el hombre como la mujer.   
Como era costumbre un día o dos después de comprase los trajes serían casados de madrugada, sin asistir invitados y por ello sin convite de boda. Los recién casados pasaban a la casa asignada y allí permanecían sin comunicación con el exterior un tiempo determinado suficiente para consumir el matrimonio. 
Aquello pegó un reventón a los tres días de estar casados. La madre viendo que su hija no salía de casa va a su encuentro y se la encuentra  llorando desconsolada. Entre pucheros, llorando le dice:
-         Hemos pasado tres días, sin hablarnos, huyendo el uno del otro, que ambos nos subíamos por las paredes. Él se marchó de madrugada y yo temiendo los comentarios de la gente del pueblo, en lo que van a decir y chismorrear, no me he querido ni asomar a la ventana.
El marido separado se enfrenta a los chismes y cuentos que cada beninero tenía su punto de vista del fracaso del matrimonio y ella se encierra, tan solo se le verá bastante tiempo después en el huerto. Toda la vida en casa y nadie la verá en misa, ni en los días más señalados, en una procesión, pero sobre todo asomarse a la ventana en los tres días que duraban las fiestas en el pueblo a pesar de estar su casa en la plaza donde se celebraban los bailes en las fiestas. A pesar que en su puerta se ponía a la sombra la Banda de Música de Ugijar para tocar aquellos pasodobles que levantaban de la silla hasta a los más ancianos para bailar. Una reacción tan primitiva como es la de moverse al sentir que la música la que  recorre el cuerpo, te hace brincar y saltar, jamás supimos si Anica bailaba sola en su casa, ya que en a las fiestas no acudía. Aquella casa donde pasó toda su vida casi en clausura, jamás entró nadie ni siquiera los críos cuando pasan por la etapa que tienen todos de exploradores entraron a todas las casas por simple curiosidad entraban en aquella casa nadie sabía ni tan siquiera donde estaba la cantarera. No sé lo que pensábamos o sentíamos  los beninerillos de aquella casa y de quien vivía en ella. ¿Compasíón?.  ¿Miedo?. ¿Malbajio?. Mira que en aquel tiempo casi siempre se sentaban en la Puerta de Teresa, a la sombra, allí mismo en la plaza, todas las mujeres mayores de la misma edad  en espera que la campana les convocase al rezo del Santo Rosario. María la Pabila, Adoración, Antoñica la de Ramón y su prima Gador, La Sebastiana, que eran las fijas  y otras que acudían de forma ocasional, pero ella, Anica, jamás se sumo al grupo.  A todas ellas y los hombres correspondientes, los recordamos como los que se llevo por delante el pantano. Prefirieron morir antes de salir de su pueblo.      
Si la puerta de Anica la de la Posada (la otra Anica descrita anteriormente) como todas las del pueblo siempre estaban abiertas, la de Anica la de la Plaza siempre permaneció cerrada.
La aptitud tomada por ambos conyugues a la larga permaneciendo viviendo como solteros, él en servicio permanente a la comunidad y ella permaneciendo en clausura, logran pasar desapercibidos dentro de aquella comunidad tan pequeña que de vez en cuando necesitaba un chismorreo aunque a la misma historia se le sacase varios fascículos o versiones. Cuando salía a relucir aquel fracaso matrimonial, todo el mundo pasaba de puntillas sin añadir ningún comentario.


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