Allí donde estéis las dos
Anicas que teníamos en Beninar, en el día de vuestro santo nos acordamos de
vosotras y por ello aún permanecéis viviendo al menos en nuestros recuerdos, por vuestra personalidad o por vuestro proceder.
Anica la de la Posada, (nacida
a finales del siglo XIX y muerta en los años sesenta del siguiente siglo) la
recuerdo sobre todo de cuando en mi adolescencia era tendero de pueblo. Todo lo
que compraba en mi tienda jamás consintió que utilizase el papel de estraza. Me
decía que lo que pesaba el papel ella lo prefería en garbanzos o en bacalao. Me
decía: Me lo pones directamente en el delantal que yo soy muy limpia y siempre
lo tengo como los chorros del oro. Jamás pidió nada fiao y el poco dinero que
tenía a su disposición era el que le daba el hijo soltero que vivía con ella, en
un edificio con una distribución muy
simple. Tres dormitorios y el resto una amplia cuadra llena de pesebres donde (durante
todo el siglo XIX, y parte del XX) era el descanso obligado de los animales de
los arrieros que llegaban de La Alpujarra o de La Contraviesa, cargadas aquellas
bestias de pellejos de vino, de sacos de almendra, de granos para venderlos en
Berja o en Adra, o los que de la costa subían a comprar a todos aquellos pueblos alpujarreños. Con la revolución de los transportes, con la aparición en primer lugar de los motocarros y después de las furgonetas, aquel negocio dejó de ser fuente de ingresos de aquella familia y ni dinero, ni imaginación había para la reconversión en otra clase de actividad. Aquella familia, como la gran mayoría de los benineros vivían con lo poco que se podía sacar del huerto, de la cosecha más grande o más pequeña de aceitunas, de lo que se podía cultivar en el secano para auto abastecerse. Seguro que cuando se murió aquella Anica fue enterrada en el suelo por no poder costearse un nicho con lápida. Seguro que sus restos se encuentran debajo de la losa de hormigón que fue la solución que dieron los que dirigían la construcción del pantano a todos los restos de los benineros más pobres del pueblo. Pero Anica la de la Posada a pesar de ser pobre y fracasar su negocio, vivir los últimos años de su vida llena de estrecheces su personalidad, su imagen, ha quedado grabada en las mentes de unos cuantos entre ellos el que escribe. Tampoco estaba en los acontecimientos importantes que se celebraban en el pueblo para que saliese en una foto.
Anica la de la Posá seguirá viviendo al menos en el recuerdo de todos aquellos que la conocimos.
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