Fernández Sánchez Salinero en su artículo: “LA
GENERACIÓN QUE TRANSFORMÓ ESPAÑA”, describe las características generales de
aquellas personas que transformaron Almería. Al leer el artículo me llega a la cabeza cantidad de personas que cumplen que encajan en dichas características pero no se
puede o no se debe generalizar (los empresarios son como los políticos los hay mediocres,
buenos y excelentes) y es por ello por lo que me centro en una persona en
concreto, la beninera María Fernández y su familia y utilizo algunas frases de
dicho artículo.
Almería va a ser imparable, le dice
María a su marido Juan cuando ella va conduciendo su furgoneta (fue la segunda
mujer que se sacó el carnet de conducir en Almería) al pasar por El Ejido.
Cuando llegan aquellos alpujarreños en los años setenta el ambiente en
todo el Campo de Dalías y Almería capital les recordaba a Benínar cuando en el
almacén de Antonio Fernández, los barriles se llenaban de uva para embancarlos
y mandarlos a Inglaterra. Todo el mundo estaba entusiasmado cuidando los
parrales durante todo el año; todas las mujeres por primera vez sentadas y
cobrando un jornal limpiando los racimos de uvas y todos pensaban en trabajar
mucho, ahorrar, comprarse su casa, su coche, que sus hijos fuesen a la
universidad. El tema del pantano frenó a todos los benineros por culpa del
desarraigo, los desánimos, … Pero al llegar a aquella Almería la familia Ruiz
Fernandez que estaba invadida por “un no sé qué, (...), los llena de optimismo (estado difícil de
explicar hay que vivirlo para entenderlo)”. Se respiraba en al ambiente un
dinamismo unas ganas tremendas de arrimar el hombro, de emprender, que dicho
estado pasó a ser vital en aquella familia. Volvieron al entusiasmo como cuando
por primera vez en Benínar dicha familia fabricaba el pan blanco con máquinas.
Ahora que María está a punto de cumplir los ochenta años, (de la misma quinta que Sophía Loren y Brigitte Bardot) y siempre ha sido un ejemplo de trabajo, honradez, austeridad, previsión y generosidad, cuando está sentada en el sofá, le llega el recuerdo de la abuela Rosario, su madre Clemencia que fueron las que les trasmitieron a ella lo que modernamente se llama “emprendedoras”. Pertenecen a una generación que, como me decía la última vez que nos vimos: “Nos tocó lo peor del cambio: de jóvenes trabajamos para nuestros padres y de casados para nuestros hijos, pero yo no tengo motivos para quejarme ya que Dios me ha dado los mejores hijos que puede tener una madre”.
La familia Ruiz Fernández son gentes que veían el trabajo como una oportunidad de progresar, como algo que les abría a un futuro mejor, y se entregaron a ello en condiciones muy difíciles por el desconocimiento a todo aquello que estaba surgiendo, empezando. Llegaron a un entorno hostil. “Los pueblerinos” que llegaban a la ciudad, “se les vía a la legua” que eran unos catetos. Los que estaban ya establecidos, los de la capital, cuando los benineros les exponían sus planes, sus ambiciones, sus metas, se les escapaba una sonrisa irónica y el capitalino pensaba: “Estos alpujarreños piensan que esto es Jauja, que aquí se amarraran los perros con longaniza y se les apedrean tajas de lomo”. Afortunadamente esa diferencia abismal entre catetos y capitalinos ha desaparecido, pero los que la hemos vivido y sufrido, telamarinena la adaptación. En aquellos años nos frenábamos constantemente en la forma de hablar, de vestir, de pensar hasta de andar. De andar por los caminos, por los pechos, por las laderas a andar por el paseo y con zapatos, había una gran diferencia, fue el salto de generaciones benineras a la modernidad. No era fácil acomodarse y adaptarse al desconocido entorno.
Ahora que María está a punto de cumplir los ochenta años, (de la misma quinta que Sophía Loren y Brigitte Bardot) y siempre ha sido un ejemplo de trabajo, honradez, austeridad, previsión y generosidad, cuando está sentada en el sofá, le llega el recuerdo de la abuela Rosario, su madre Clemencia que fueron las que les trasmitieron a ella lo que modernamente se llama “emprendedoras”. Pertenecen a una generación que, como me decía la última vez que nos vimos: “Nos tocó lo peor del cambio: de jóvenes trabajamos para nuestros padres y de casados para nuestros hijos, pero yo no tengo motivos para quejarme ya que Dios me ha dado los mejores hijos que puede tener una madre”.
La familia Ruiz Fernández son gentes que veían el trabajo como una oportunidad de progresar, como algo que les abría a un futuro mejor, y se entregaron a ello en condiciones muy difíciles por el desconocimiento a todo aquello que estaba surgiendo, empezando. Llegaron a un entorno hostil. “Los pueblerinos” que llegaban a la ciudad, “se les vía a la legua” que eran unos catetos. Los que estaban ya establecidos, los de la capital, cuando los benineros les exponían sus planes, sus ambiciones, sus metas, se les escapaba una sonrisa irónica y el capitalino pensaba: “Estos alpujarreños piensan que esto es Jauja, que aquí se amarraran los perros con longaniza y se les apedrean tajas de lomo”. Afortunadamente esa diferencia abismal entre catetos y capitalinos ha desaparecido, pero los que la hemos vivido y sufrido, telamarinena la adaptación. En aquellos años nos frenábamos constantemente en la forma de hablar, de vestir, de pensar hasta de andar. De andar por los caminos, por los pechos, por las laderas a andar por el paseo y con zapatos, había una gran diferencia, fue el salto de generaciones benineras a la modernidad. No era fácil acomodarse y adaptarse al desconocido entorno.
Aquellos benineros pertenecían a una
generación que compraba las cosas cuando podía y del nivel que se podía
permitir, que no pedía prestado más que por estricta necesidad, que pagaban sus
facturas con celo, y ahorraban un poco “por si pasaba algo”, que gastaban en
ropa y lujos lo que la prudencia les dictaba, disfrutando de tortillas de
patata y embutidos, en domingos veraniegos de familia y amigos.
Y tan sensatos, prudentes y trabajadores fueron, que constituyeron casi todas las empresas que hoy conocemos, que son capaces de mantenerse y que dan trabajo para unas cuantas familias.
Sabían que el esfuerzo tenía recompensa y la honradez formaba parte del patrimonio de cada familia. Se podía ser pobre, pero nunca dejar de ser honrado.
Nadie como ellos entendieron que la democracia, significaba libertad y posibilidades y seguir viviendo en armonía y respeto, pero nada había cambiado en que el pan de cada día había que ganárselo sin ser marrulleros. María no comete el error de muchos de su generación que decía: “Que mis hijos no trabajen tanto como trabajé yo”. Aquella generación recién llegada a la capital tenía claro que no podía cargarse la cultura del esfuerzo y del mérito de un plumazo, convirtiendo el trabajo en algo a evitar. Ella era la primera que estaba a “pie de obra” y sus hijos a su lado. María no solo “predicaba con el ejemplo”, era el ejemplo para que sus hijos se ahorrasen el sermón. María como emprendedora nata había dejado que su hija estudiase medicina. En aquellos tiempos en Benínar toda la juventud, (se les identificaba en la capital como “los desertores del arado”) tenían que estudiar, unas oposiciones y ser empleado público, (¿cuántos se marcharon a la Guardia Civil?), nadie pensaba en crearse su puesto de trabajo, a no ser que llegase al convencimiento los padres que los estudios no eran aceptados por sus hijos o como se decía en aquel tiempo: “Mi niño no vale para estudiar, tendremos que seguir trabajando en la tierra en un invernadero”.
Y tan sensatos, prudentes y trabajadores fueron, que constituyeron casi todas las empresas que hoy conocemos, que son capaces de mantenerse y que dan trabajo para unas cuantas familias.
Sabían que el esfuerzo tenía recompensa y la honradez formaba parte del patrimonio de cada familia. Se podía ser pobre, pero nunca dejar de ser honrado.
Nadie como ellos entendieron que la democracia, significaba libertad y posibilidades y seguir viviendo en armonía y respeto, pero nada había cambiado en que el pan de cada día había que ganárselo sin ser marrulleros. María no comete el error de muchos de su generación que decía: “Que mis hijos no trabajen tanto como trabajé yo”. Aquella generación recién llegada a la capital tenía claro que no podía cargarse la cultura del esfuerzo y del mérito de un plumazo, convirtiendo el trabajo en algo a evitar. Ella era la primera que estaba a “pie de obra” y sus hijos a su lado. María no solo “predicaba con el ejemplo”, era el ejemplo para que sus hijos se ahorrasen el sermón. María como emprendedora nata había dejado que su hija estudiase medicina. En aquellos tiempos en Benínar toda la juventud, (se les identificaba en la capital como “los desertores del arado”) tenían que estudiar, unas oposiciones y ser empleado público, (¿cuántos se marcharon a la Guardia Civil?), nadie pensaba en crearse su puesto de trabajo, a no ser que llegase al convencimiento los padres que los estudios no eran aceptados por sus hijos o como se decía en aquel tiempo: “Mi niño no vale para estudiar, tendremos que seguir trabajando en la tierra en un invernadero”.
Aquella beninera
emprendedora, tenía claro que a los hijos había que educarlos en la libertad,
pero tenía el presentimiento que su hija, más tarde o más temprano, con carrera
o sin carrera, se uniría a la unidad familiar para ser empresaria como ella lo
era y lo fue su abuela Rosario y su madre Clemencia.
Los infantes de la familia Ruiz
Fernández en todo momento estaban al corriente de los ahorrillos familiares y
aquello que decían parte de los benineros cuando se encontraban en las fiestas
de San Roque: “Hijo, tu gasta, que para eso están tus padres. Que vosotros no
paséis por las penurias por las que pasamos cuando vivíamos en el pueblo”.
María movía la cabeza manifestando que aquel tipo de educación a los hijos
traería graves consecuencias. Salta diciendo:
-
Estáis confundidos pensando y diciendo a vuestros
retoños que el dinero nace en las cuentas corrientes de sus padres. Los bancos no
son unas fuentes inagotables de hipotecas, rehipotecas y contrarehipotecas.
Estáis criando a unos hijos
en la cultura de “los pelotazos”. Son la nueva generación (que conocemos
todos), que dicen con toda las cara del mundo, que “lo quieren ya”, “papa o mama
dame”. Esos niños que vemos corriendo, por norma, todos los fines de semana
cuando vayan a la playa o al campo no se llevarán una tortilla o un bocadillo
de chorizo; esos son los que exigen que sus padres les tienen que comprar (ha
llegado a convertirse en obligación) hamburguesas, un helado, chucherías y
subirlo en los cacharricos, etc, etc.
Me meto en la conversación y digo:
- - ¿Y qué decir del vino? Pasamos de la bota o el porrón
del vino peleón de La Contraviesa, (después vino el Don Simón con Casera)
al Vega Sicilia sin fase de descompresión. El vino ya no está “bueno”, ahora
tiene matices y aromas a fruta del bosque. Que adolece de un cierto punto
astringente, con demasiada presencia de roble. Esto, por supuesto, a golpe de
docenas de euro, que para ser un “enterao” hay que pasar por taquilla. ¡Y es
que pocas cosas cuestan tanto, como ocultar la ignorancia!. Me decía una tarde
un capitán de gabarra que trabaja en Gibraltar, tomando una copa en la Playa de
Getares, que la última que se tomo de dicha marca le costó trescientos euros.
¡Fitetu!.
María me coge la mano para que no siga hablando al estar
mezclando cosas que los benineros no tienen porque saber, y, me dice:
- - Eso de Vega Sicilia, ¿qué es lo que es?.
- - Eso se lo
preguntas a tu hija Charo.
- - Mi hija
es nieta de Clemencia la de la Tienda y sabe lo que vale un peine. Esa ha
tenido buena escuela y estira los pies lo que da la manta.
Cada vez que veo la lista
todos los años de los nombres que aparecen como emprendedores destacados por la
Junta de Andalucía, pienso al no aparecer nuestra beninera que en la próxima
tiene que aparecer María Fernández por sus méritos como emprendedora, pero lo
trascendente, lo destacando lo más importante, influir en
sus hijos que el mejor puesto de trabajo es aquel que uno se crea y que su
negocio va a crear más puestos de trabajo. Los que nos gobiernan en la
actualidad no pueden seguir pensando que crear puestos de trabajo es crear más
y más oficinas y llenarlos de funcionarios. Hasta que estos políticos no actúen como
actuó María Fernández, potenciar dentro de la familia, preparar a las nuevas
generaciones a crearse su puesto de trabajo, (por supuesto con acceso a la
universidad y que después decidan), este ciclo en el que nos encontramos nos
explotará en las manos como le pasó a Faustino el de la Vegeta en unas fiestas
de San Roque, que por no saber manejar los cuetes le explotaron en la mano.
Pd.
Después de releer y releer, el sexto
sentido me dice que lo escrito está falto. Sé que cuando me encuentre con María
con su mirada me puede tirar de las orejas. Menciono en plural la familia,
destaco a María Fernández, Juan su marido y su hija Charo, pero en total son
cinco los pilares, los que siempre han estado al corriente de lo que acontece
el día a día.
Antoñillo, el menor, el tímido, en el
que todos confían que todo funciona ya que es él, el que engrasa, lee, está a
la hora prevista, el que no pone condición alguna cuando se tiene que estar
presente, el que informa, el que detecta, … ¿Qué sería del edifico sin la columna
de Antonio?.
Juan Ángel es el mayor. ¿Qué sería de
María Fernández sin tener a su lado su hijo mayor?. Ambos siempre se necesitan
como necesitamos cada uno el agua y el vaso para beberla. Siempre están juntos
como la sed y el agua, cuando ambos se necesitan a lo largo del día.
Para los escépticos, los aburridos, los
resignados, los que han perdido la fe, para todos aquellos que tiraron la toalla
y viven en una apatía constante, para todos los que necesitan volver a creer en
el Dios que nos quiere y nos protege y sobre todo en el esfuerzo, en el trabajo
y por supuesto en la honradez, María Fernández es una reseña, un referente.
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