Un
beninerillo se tenía que jugar el puesto cada día de estar sentado en el pupitre al lado
de la ventana y contestarle el que había llegado antes: ¡Ha ¡. ¡ Lo
siento!. Llegue antes. ¿Qué me das?.
No seas malaje, (dice otro
compañero) que tiene que estar pendiente por si aparece por el Collado la
fiscalía. Aquel imberbe vigilante tenía
que estar pendiente de todo vehículo que
entraba al pueblo. Tenía que estar sentado sobre sus tobillos para estirase y llegar
a la ventana, y compaginarlo con lo que decía el maestro. Por aquel tiempo
todos los vehículos que llegaban a Benínar eran reconocidos desde lejos. Al
aparecer uno distinto a lo lejos, aquel beninerillo tenía que salir corriendo (como se
solía decir dándose patadas en el culo) desde la escuela hasta su casa para que
su madre la tendera cerrase la tienda ya que por aquellos finales de años
cincuenta la inspecciones llegaban por los pueblos alpujarreños y tanto los
bares como las tiendas tenían que estar dados de alta, que ello significaba,
que el dueño del establecimiento tenía que estar dado de alta en la Seguridad
Social y pagar sus impuestos. Menos mal que aquel tipo de guardias duro poco
tiempo, el suficiente hasta que, dichos emprendedores fueron convencidos por
paisanos que trabajaban dentro de la administración que el cotizar significaba
que llegado a la vejez se cobraría una paga, (la paga de jubilado en Benínar se llevó
muchísimas noches enteras sin dormir a todas las personas mayores, muchas más noches que la mosca del sueño de García Márquez) hasta que no
llego tal convencimiento lo que se entendía en Benínar es que unos señores de
la capital, llegaban al pueblo poniendo multas por tener una tienda o un bar.
Los dueños de aquellos establecimientos ponían a sus hijos a vigilar la entrada
de coches al pueblo para dar con la
puerta en las narices a los inspectores y que todo paisanos que fuese
preguntado donde estaba la tienda o el bar tenía que contestar, que no entendían
la pregunta ni sabía nada, ni conocía a nadie relacionados con aquellos nombres.
Así funcionó el boicot a los inspectores a aquellos extranjeros sospechosos de
formar parte de la administración.
Saco esto a colación por estar en un pequeño
pueblo de Huelva que tiene dos bares que abren por la noche y una tienda con la
puerta cerrada, que al preguntar la razón de estar cerrados argumentaron lo
mismito que argumentaba aquella beninera que tenía una tienda:
“El negocio no
da para pagar impuestos en un pueblo que solo somos ciento y pico de habitantes
casi todos mayores, que están acostumbrados a vivir de la leche de la cabrilla,
de los huevos de las gallinas, de los árboles frutales y de las papas del
huerto”.
Otro gallo cantaría si nuestra presidenta se le ocurriese elegir una casa rural en uno
de tantos pueblos de nuestra Andalucía que solo quedan ya mayores y que en un
momento dado necesitase comprar un tetrabrik de leche o media docena de yogures
(para los niños) y le dijese el vecindario que se tenía que desplazar quince
kilómetros hasta Aracena para encontrar una tienda, para encontrar “lo olvidado”. Seguro que
los del pueblo donde he pasado unos días, al saber que era ella la jefa de los
inspectores, seguro que reaccionaban como en los años cincuenta reaccionaban los benineros al preguntarle un extranjero por una tienda. Contestarían a nuestra presidenta:
“¿Una
tienda?. ¿Y eso que es lo que es en nuestro pueblo señora presidenta?. Deme más pistas. ¿De qué está hablando?".
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