Los de mi generación somos los que hemos pasado
la línea del pueblo a la ciudad. Nacer, crecer y una vez en producción nos
hemos marchado para escasamente volver el fin de semana y por supuesto el no retorno
a ese espacio único en el que han vivido generaciones y generaciones de cada uno de nosotros. Espero
como agua de mayo a los políticos que sean capaces de potenciar las aldeas,
pero sobre todo deseo que los lugareños quieran poner sus esfuerzos en levantar
su aldea, su lugar de nacimiento. Aún se está a tiempo ya que existen
suficiente número de personas que aún conservan los lazos de unión con la
tierra que le vio nacer donde pasaron los primeros años de su vida.
Los bares y la tienda es lo que aún sigue y no en
todos los municipios de menos de quinientos habitantes que serán los últimos que
cierran sus puertas después de ser mantenidas por las personas mayores que irán
cerrando conforme se jubilen sus propietarios. Son muy pocos los jóvenes que
quieren seguir el negocio de sus padres y si continúan es por supuesto fuera de
ese pueblo.
Por lo que he visto nadie se ha parado a pensar
que una tienda de pueblo es el banco de alimentos. Banco ya que es el único
espacio en Andalucía donde aún pueden
comprar fiado todos los vecinos. Es el
único lugar donde comprador y vendedor estudian las posibilidades de acomodar
sueldo y disponibilidad. Es el único lugar donde aún sobre vive el trueque en
su justa medida de precio. Es un reconocimiento entre el que presta y el que
recoge sin nada de firmas ni avales de por medio. Comprador y vendedor tienen
confianza plena que aquel retiro de mercancías será abonado aunque no se sepa
cuándo.
Recuerdo en especial sobre los años sesenta, una
pastora en Benínar con siete hijos que su único recurso era la manada de
cabras, disponían de dinero en metálico, cada vez que por temporada en la
primavera principalmente vendían los quesos, para que sus dedos tocasen una vez al año por lo menos la textura de los billetes, vendían la lana de las pocas
ovejas que tenían, si es que los vellones no los tenían que entregar como pago de la utilización de los pastos; los chotillos a
finales de año que consistía en un repaso de cuentas pendientes, que ajustando
precios y mercancías se volvía a retirar fiado de la tienda. De una manada de
ciento y pico de cabras salió aquella familia adelante y cuando llegaba a la
tienda a comprar, terminaban sus lamentos diciendo: “Comer había
que comer todos los días y si no le daban fiado, haber como se podía poner la
hoya en el fuego”.
Las tiendas de pueblo jamás han pasado por la
cabeza de todos los gobernantes de la democracia, de los de Madrid y de los de
Sevilla liberarlos de gravámenes,
aplicar subvenciones a un servicio a la comunidad imprescindible para todas
aquellas personas que no tienen medios de desplazamiento, que aún sobreviven en
un medio rural.
Cada vez que se cierra una tienda rural se les
cierra la despensa a todas aquellas personas que por unas circunstancias o por
otras continúan viviendo en todos los pueblos de Andalucía que tienen menos de
quinientos habitantes, que en Almería
tenemos (según estadísticas) sobre unos treinta y tres, más unas cuantas
pedanías. Es poner una cantidad de personas que aún continúan viviendo en su
lugar de origen prácticamente en el dilema de la supervivencia. Pero lo más
lamentable es que dichos establecimientos sean cerrados por tener que ingresar
a las administraciones públicas periódicamente unas cantidades que atacan
directamente a la yugular de aquella tienda que aún se mantiene en dicho
pueblo.
En base al dicho: "El que tiene tienda que la
atienda y si no que la venda". Posiblemente,
el coche del tendero o la tendera siempre han estado a disposición las
veinticuatro horas en el caso de llevar a urgencias a alguien al hospital a propios y foráneos.
Esos panaderos que todos los días recorren
cientos de kilómetros repartiendo el pan a todas aquellas personas mayores que
son los que viven en el pueblo realizan una labor social impagable. Por parte
de la administración sin reconocer. Los aldeanos se tienen que desplazar y en
vez de esperar el transporte público, (que todas estar aldeas no lo tienen) están sentados en el malecón
esperando que pase el panadero para la ida y al tendero para la vuelta. Veremos
cuando dura esa prestación social.
En muchos pueblos ya desaparecieron las escuelas, se marchó el
médico, el enfermero, el cura, …, pero que desaparezcan las tiendas
por culpa de los impuestos es dar la definitiva vuelta de tuerca para la
desaparición de las aldeas.
Otro tema presidenta que ni se le ocurra
preguntar a los que se encuentren por la calle si es que pernocta en alguna
aldea:
¿Tienen localizados, totalizados, cuantos están
dados de alta en las aldeas que rodean
las poblaciones cuando realmente donde viven es en la ciudad?. Una pista:
¿Cuántos
vehículos están dados de alta en las aldeas, cuando realmente duermen en ellas
algún que otro fin de semana?.
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