En los
libros de Lorenzo Cara Barrionuevo y Juan Luis Ruiz Marquez, que reflejan el
estado de la Baja Alpujarra en el tema del transporte durante todo el siglo XIX
y parte del XX, los plateros de La Alpujarra (del famoso burro del premio nobel
Juan Ramón) tan imprescindibles en el transporte del plomo desaparecen sin
dejar rastro alguno. La desaparición se acelera en las décadas de los cincuenta
y sesenta del siglo XX con la llegada a la zona de los motores (motocarro y
furgoneta) diésel y de gasolina.
En los
libros mencionados anteriormente recogen la cantidad de animales de carga
existentes en toda la Baja Alpujarra que fueron desapareciendo en primer lugar
al ir desapareciendo la extracción del plomo y el remate es cuando el
agricultor ya a mediados del siglo XX es el cateto, al que le cuesta tanto incorporarse a la España de “la
chica yeyé”. Los jóvenes alpujarreños decidimos abandonar la zona
para hacernos modernos.
De en cada casa un corral y en cada corral un animal, en casi cincuenta años, se ha llegado al extremo de tener que alquilar los
caballos (no cuadra a la juventud actual representar al rey cristiano o al rey moro
desde la grupa de un mulo y mucho menos de un burro) en los distintos pueblos alpujarreños
cada vez que quieren celebrar los Moros y Cristianos.
A mediados
de los cincuenta y hasta los sesenta a las burras de Benínar (hasta llegar a su exterminio) se les somete a un
severo celibato y tan solo el beninero Kiko, rompe dichas reglas dejando que su burra
quedase embarazada. De una cota de 1,5 burras por familia en el pueblo, (en
dicho periodo de tiempo mencionado), conforme se van muriendo se llevaba su
cadáver a La Grajera, para que dichas aves se alimentase. Dicho cementerio de animales las máquinas para la construcción de la presa lo borran del mapa. Este dato no es nada de no tener presente puesto que la generación actual a los animales no los ven como un objeto de usar y tirar.
Volviendo al
tiempo del transporte del plomo desde Sierra de Gador hasta Adra, aquellos
animales llegarían procedentes de la Andalucía Oriental a la feria de Ugijar y
allí los adquirían aquellos empresarios que estaban dentro del transporte de
mercancías. Era de esperar que apareciese el beninero avispado que viese negocio en la
reproducción de dichos animales; es mera suposición ya que dicho dato no lo
encuentro.
En Benínar
existían dos posadas que dentro de ellas, siempre pensé que fueron construidas
por los profesionales del transporte pensando en el número de animales que
podían comer en sus pesebres, más que pensando en las personas que estaban a su
cuidado. También es verdad suponer que los harrieros pusiesen sobre el suelo el
serón del transporte que se utilizaba para el plomo y si era sobre el estiércol más calentito se estaba y sobre él diesen la cabezada.
Si
analizamos la relación animal con el hombre tenemos que analizar a tres
generaciones, la de mis bisabuelos dedicados al transporte de mineral, las
generaciones de mis abuelos y mi padre, la generación de mis hijos, que es lo
que aparecerá en distintos capítulos.
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