Ayer
almorzando con un conocido que está en el
último año de prácticas en el área de siquiatría del hospital de mí pueblo, me decía que muchas de
las personas que conoce debrían pasar un determinado periodo por dichas
dependencias como si se tratase de un
servicio a la comunidad o algo parecido, encerrarse allí con ellos y estar las
ocho horas de rigor todos los días laborables que se establezcan.
No es fácil entrar
como afectado a dicha área puesto que la autorización la tiene que dar un juez
y en este caso, todas las camas están ocupadas, y no se sabe si esta saturación
formará también parte como condicionante para que en estos momentos, nadie en nuestra
ciudad presente riesgos de hacer locuras,
se vuelva loco.
Todos los que
se encuentran hospitalizados, presentan como común denominador, que no
reconocen su enfermedad y por ello, jamás van a seguir el tratamiento impuesto
por el profesional. En el hospital toman su medicación empleándose todas las
triquiñuelas conocidas, logran curar; bueno, mejorar; son dados de alta, vuelven
a su entorno, dejan el tratamiento y vuelta a la locura.
La
importancia de la familia, el entorno, se hace patente, en lo mencionado del
tratamiento, pero sobre todo, que cuando están hospitalizados nadie acude a
visitarlos y al ver que a su vecino de cama le visitan, al que no tiene quien
pregunte por ellos, la pena es otro otra vuelta de tuerca, otro motivo más para
estar loco.
La de
locuras que me contó mi compañero de almuerzo no vienen a cuento especificarlas, a
detallarlas, puesto que yo no hacía más que preguntar: ¿Los que se encuentran
como profesionales en dicha dependencias aguantan mucho tiempo dicha tensión sin
que les afecten y sea necesario cambiarlos de servicio?.
Mi compañero
terminaba repitiéndome machaconamente: Haber quien asume recordarles a la mayoría de estos enfermos cuando están en su casa, en su entorno que es la hora de tomarse las pastillas.
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